Mié 23.03.2016

EL MUNDO  › OBAMA HIZO UNA DEFENSA DE LA DEMOCRACIA LIBERAL Y REAFIRMó SU COMPROMISO CON EL ACERCAMIENTO A CUBA

“Vine a enterrar los vestigios de la Guerra Fría”

En su último día de visita, el presidente norteamericano presenció un partido de béisbol, dio un discurso dirigido al pueblo y a casi todo el gobierno de Castro y se reunió con la disidencia. Cuba no le cerró ninguna puerta.

› Por Eduardo Febbro

Página/12 En Cuba

Desde La Habana

Una idea de José Martí preside la visita y el fin del viaje a Cuba del presidente norteamericano Barack Obama: los “tiempos virtuosos”. Todo apunta a una confrontación solapada de lo que cada parte considera como “virtuoso”. Las virtudes del liberalismo depredador de la esencia humana, su engañosa salvación por el consumo, o la “virtud” despojada de contaminación visual y de la arrasadura visión liberal que Cuba intenta preservar. La Habana necesita de los demás al tiempo que busca legítimamente salvar su virtud histórica, su energía jovial, su modelo en reconstrucción entre un capitalismo democrático que descapitaliza al ser humano y un espacio donde vivir no sea consumir y violar. Obama cerró su desplazamiento en tres capítulos: presenció un partido de béisbol entre un equipo cubano y otro estadounidense en la más digna tradición de un deshielo deportivo: se dirigió a casi todo el gobierno cubano y al pueblo con nuevos reclamos de democracia y también pudo hacer lo que ni el papa Francisco ni el presidente francés François Hollande lograron en sus respectivas visitas: reunirse con miembros de la disidencia cubana y la sociedad civil en la recientemente reabierta Embajada de los Estados Unidos. Cuba no le cerró así ninguna puerta ni tampoco le impuso límites a la defensa del capitalismo parlamentario. Aunque mal les pese a los fanáticos de la democracia liberal, La Habana hizo de Obama un invitado al que le permitió pasearse por la ciudad como en su propia casa.

Desde el Gran Teatro de La Habana, el mandatario estadounidense dio uno de esos pasos retóricos que, para los plumíferos de Occidente, parecían imposible: entregarse de lleno a una metódica defensa de la democracia liberal y, al mismo tiempo, reafirmar que la historia de antes era realmente una cuestión del pasado. Ante toda la dirigencia cubana, incluido el presidente Raúl Castro, Obama dijo: “he venido aquí para enterrar los últimos vestigios de Guerra Fría en las Américas”. El Jefe del Estado explicó las razones que lo llevaron a poner punto final a más de medio siglo de confrontaciones, recordó el fracaso de la estrategia de aislamiento de Cuba y reafirmó su deseo de que el Congreso norteamericano pusiera fin al embargo. Con todo, el presidente consideró que “aún incluso si el embargo dejara de existir mañana mismo Cuba sería incapaz de desarrollar todo su potencial”.

Obama no se dejó en el tintero las críticas veladas al gobierno de Cuba con ciertos acentos moralistas a los que recurrió para dirigiese a Raúl Castro. Dijo que Castro no debía tener miedo de “las críticas” que surgían dentro de Cuba, ni tampoco del sentido común de los cubanos para elegir a sus dirigentes. Obama repitió su credo democrático: “el futuro de Cuba debe estar en manos de los cubanos”, según dijo hablando en español. Hecho todavía más inédito: su discurso no fue reservado a quienes estaban en el teatro, sino que fue transmitido por la televisión. Obama se expresó con calma, con una modestia que contrasta con el salvajismo obsesivo de los editorialistas de diarios como El País. El mandatario explicó así su historia personal y su inédita victoria en las elecciones presidenciales. Esa es la “virtud” democrática que defendió, virtud sin la cual, explicó, jamás el descendiente de un negro de Kenia y de una mujer blanca de Kansas hubiese sido elegido presidente de la primera potencia mundial:”un niño oriundo de una mezcla de razas criado por una madre soltera sin mucho dinero” llegó a donde llegó gracias a la democracia.

En su discurso que Castro escuchó desde uno de los palcos del teatro el mandatario evitó restarle cualquier legitimidad a la Revolución y más bien enfatizó su retórica diciendo “creo en el pueblo cubano”. En pleno aplauso de la delegación estadounidense, Obama, dirigiéndose a Raúl Castro, dijo:”dado su compromiso con la soberanía y la autodeterminación de Cuba, creo que no debe temer las voces diferentes del pueblo cubano y su capacidad para hablar, para reunirse y votar a sus propios líderes”. Todas las palabras que podían molestar resonaron en el teatro, pero sin que Obama las usara como armas contra el gobierno cubano”democracia”, “derechos humanos”, “detenciones arbitrarias”, “elecciones libres y democráticas”. La estrategia discursiva consistió en poner el éxito de Estados Unidos como sociedad y como economía bajo los influjos positivos de la democracia.

El gobierno, en todo caso, no temió los relatos que podían surgir del encuentro que Obama mantuvo luego con los disidentes, en total 13, entre los cuales se encontraban personalidades de la disidencia detenidas en los últimas días. Los portavoces del presidente invitado insistieron en hacer saber a la prensa que la lista de los disidentes convocados fue elaborada por la Casa Blanca sin que haya habido interferencias por parte del gobierno cubano. El mandatario elogió “el valor extraordinario” de las personas que asistieron” al encuentro al mismo tiempo que situó con exactitud el punto central de la estrategia de Washington: “para nosotros, se trata de escuchar directamente al pueblo cubano” afín de “estar seguros de que tiene su propia voz para que sus preocupaciones y sus ideas nos ayuden a modelar la política de los Estados Unidos”. Nada puede ser más claro: se trata de entender cómo funciona un gobierno antagonista a quien, visiblemente, Estados Unidos jamás buscó entender durante más de medio siglo. Entender no significa ser buenos o comprensivos, sino, sobre todo, ver cómo piensa el otro para dominarlo. Berta Soler, la portavoz de Las Damas de Blanco, dijo que entre los disidentes había “mucha satisfacción por haberle podido decir nuestro mensaje cara a cara al presidente Obama”. Casi todos los presentes a la reunión calificaron el dialogo con Obama como “muy intenso”. Entre los disidentes que entraron a la Embajada estaban Elizardo Sanchez Santa Cruz, Presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, el rapero “El Crítico”, encarcelado y luego liberado en 2015 a pedido de Washington, la bloguera Miriam Celaya, el activista católico Dagoberto Valdés o Guillermo Fariñas, premio Sajarov otorgado por el Parlamento Europeo.

El cierre del viaje tuvo además su corolario de contratos comerciales y acuerdos que facilitarán la implantación de empresas norteamericanas en la Isla:la cadena de hoteles Starwood, el mastodonte de los cruceros Camival, PayPal o los gigantes de internet como Google o Cisco. Mark Feiersetin, el encargado de América Latina en el Consejo de Seguridad Nacional, explicó que desde 2014 “el cambio ha sido monumental desde el punto de vista económico, aunque políticamente Cuba sigue siendo un país donde hay un partido único y donde se sigue acosando a los disidentes”.

“Tiempos virtuosos”. La frase de José Martí ronda en esta Habana cuyas transformaciones son visibles como el vuelo de pájaros en un cielo despejado. Tiempo de restauración urbana, de surgimiento de empresas, de entusiasmo, de dificultades y de prudencia. La virtud patentada del otro no es, para los cubanos, una panacea universal. La isla se abre a lo nuevo sin renunciar por ello a lo que se conquistó. Basta con mirar de forma distraída para entender que este es otro mundo. En la Habana, hay más negocios dedicados a “reparar” que a vender. Reparar es salvar algo que, en el capitalismo continental, estaba perdido, destinado a la basura para ser reemplazado. Todo gira en torno a esa disyuntiva de la virtud de la reparación, y la virtud de la venta, es decir, de la invasión. El liberalismo invade y contamina todo cuanto toca. La isla necesita algunas reparaciones sin vender sus virtudes en la apuesta.

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