EL MUNDO › FRANCISCO RECORDó LOS ATAQUES EN BRUSELAS EN LA CEREMONIA DEL LAVADO DE PIES DEL JUEVES SANTO
Al dirigirse a los cientos de alojados en el centro de recepción Cara de Castel Nuovo di Porto, Francisco apuntó el dedo contra los fabricantes de armas.El Papa lavó y besó los pies a migrantes católicos, cristianas coptas y musulmanes.
› Por Elena Llorente
Página/12 En Italia
Desde Roma
Fue un gesto de desafío hacia todos aquellos que quieren hacer de la muerte una moneda corriente. No sólo los terroristas sino también los traficantes de armas. El papa Francisco, en la ceremonia del lavado de pies que celebró ayer Jueves Santo, recordó los atentados de Bruselas y no tuvo pelos en la lengua. Dirigiéndose a los cientos de migrantes alojados en el centro de recepción Cara de Castel Nuovo di Porto, en las afueras de Roma, apuntó el dedo contra los fabricantes de muerte. “Musulmanes, católicos, coptos, hindúes, evangelistas. Somos todos hermanos, todos hijos del mismo Dios que queremos vivir en paz, integrados”, dijo el Papa, mientras las imágenes de la ceremonia mostraban un musulmán con el típico sombrero (taquia) que asentía moviendo la cabeza.
“Hace tres días, hubo un gesto de guerra, de destrucción en una ciudad de Europa por parte de gente que no quiere vivir en paz –continuó Francisco–. Pero detrás de ese gesto –como detrás de Judas estaba quien pagó para que Jesús fuera entregado– están los traficantes de armas que quieren la sangre, no la paz, ellos quieren la guerra, no la hermandad.”
Y como la mejor demostración de la humildad de la que debería dar ejemplo el mundo para conseguir la paz, el Papa lavó y besó los pies a cuatro inmigrantes católicos de Nigeria, a tres mujeres de Eritrea cristianas coptas, a tres musulmanes (un sirio, otro de Pakistán y el tercero de Mali) y a un indio de religión hindú además de una empleada del Cara. Muchos de ellos se emocionaron al ver que el Papa besaba los pies con los que ellos habían atravesado quien sabe cuántos kilómetros de desierto y de mar en busca de un mundo mejor. Se les vio con lágrimas en los ojos o tapándose la cara como si emocionarse les diera vergüenza. El pontífice los invitó a rezar “en su propia lengua religiosa” para que esta “fraternidad se contagie al mundo”. Al final de la misa, Francisco hizo entregar una cierta cantidad de dinero a cada uno de los 892 migrantes –554 de ellos musulmanes– alojados en ese centro a la espera de ser declarados oficialmente refugiados y gozar de los derechos que eso concede.
El Papa saludó personalmente a muchos de ellos, uno por uno, haciéndose ayudar por traductores de distintos orígenes porque en el Cara hay refugiados de 25 nacionalidades diferentes. “Somos diferentes, tenemos culturas y religiones distintas pero somos hermanos y queremos vivir en paz, es éste el gesto que yo tengo con ustedes. Cada uno de ustedes tiene una historia, tantas cruces, tantos dolores pero también un corazón abierto que quiere la hermandad”, dijo además Francisco en la homilía en la que habló sin ningún texto escrito.
Cada una de las personas alojadas en el Cara tiene historias terribles, como Mohamed, uno de los tres musulmanes a los que el papa lavó los pies. Tiene 22 años y llegó de Siria escapando de la guerra hace dos meses, luego de haber atravesado varios países para llegar a Libia donde se embarcó hacia la isla italiana de Lampedusa. Khurram, de 25 años, es de Pakistán. Atravesó ocho países, entre ellos Irán, Turquía y Grecia, hasta llegar a Caltanisetta (sur de Italia) en 2015.
Pero los sufrimientos de todos los que viven actualmente en el Cara no son una excepción. Y el papa lo sabe. Por eso durante la misa del Domingo de Ramos en el Vaticano, también aludió al tema, en particular el cierre de las fronteras efectuado por varios países de la Unión Europea (UE) y al reciente acuerdo –muy criticado por las organizaciones humanitarias– entre Turquía y la UE. “Hoy pienso en los prófugos, en los refugiados y en los muchos que no quieren asumirse la responsabilidad de su destino”, dijo el pasado domingo.
Para controlar el flujo migratorio, muy intenso desde hace más de un año a causa de la guerra en Siria, la UE pensó que lo mejor era pagar algunos millones de euros a Turquía para que retenga los prófugos o los reciba de vuelta en su territorio en caso de ser expulsados de Europa. Esto se agrega al cierre de las fronteras que varios países balcánicos como Serbia, Eslovenia o Croacia, han puesto en práctica ya desde hace algunos días. Llegados en barcas desde Turquía a Grecia, los migrantes atravesaban a menudo a pie países como Grecia o Eslovenia, intentando llegar así a Alemania u otros estados del norte de Europa. Pero como algunos expertos previeron, el cierre de las fronteras y el acuerdo con Turquía no detuvo el flujo de migrantes sino que les hizo simplemente cambiar de ruta. “Si se cierra la ruta balcánica, los refugiados buscarán otra vía. Si no se ponen en marcha los corredores humanitarios –lugares para la recepción de futuros refugiados en países no europeos donde se analiza cada caso y se les proporcionan documentos, NdR–, no descarto que se pueda reactivar la ruta líbica para la llegada de refugiados o que a través de Grecia y Albania puedan intentar llegar a Italia por el Adriático”, dijo a Página/12 el sociólogo especializado en migraciones Maurizio Ambrosini. En efecto, la semana pasada, 1.500 migrantes llegaron a las costas de Sicilia mientras otros 667 fueron rescatados por una nave militar española en el Mediterráneo y conducidos a la isla italiana de Cerdeña.
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