EL MUNDO › OPINION
› Por Juan Manuel Karg *
El día después de las masivas movilizaciones en todo Brasil a raíz del 52 aniversario del golpe de Estado a Joao Goulart, con unas 700 mil personas a lo largo y ancho del país, Dilma Rousseff decidió recibir al Movimiento Sin Tierra (MST) en el Palacio Planalto, para avanzar en una histórica demanda de ese movimiento liderado por Joao Pedro Stedile.
“Desde que me presenté por primera vez a la sociedad brasilera como candidata a la presidencia, asumí un compromiso con la reforma agraria” señaló la presidenta allí, para luego afirmar que “los decretos que firmó hoy son sólo un comienzo. El estado tiene el deber de apoyar a estos nuevos agricultores rurales”. En concreto, los 25 acuerdos firmados entre el Ejecutivo y el MST comprenden 56 mil hectáreas de 14 estados que se pondrán a disposición de la agricultura familiar. El ministro de desarrollo agrario de Brasil, Patrus Ananias, fue más allá en el anuncio, al decir que “no va a haber golpe, va a haber reforma agraria”.
Esto es considerado parte de un movimiento concreto de los últimos meses en Brasil: la construcción de un gran frente popular en torno a la defensa democrática del gobierno de Dilma, capitaneado por el PT, la CUT –Central Unica de Trabajadores– y el propio MST. La activa presencia de Lula en el nuevo gobierno –aun cuando la justicia aún no se haya expedido sobre la suspensión de su nombramiento al frente de la Casa Civil– y su capacidad aglutinadora terminó por hacer confluir decididamente a diversas organizaciones sociales y políticas bajo la consigna no al impeachment.
Si bien la salida del PMDB del gobierno brasilero fue algo anunciado con bombos y platillos por buena parte de las cadenas informativas del país, lo cierto es que, al día de hoy, no hay que descartar que este partido vote dividido en Diputados en relación a la destitución. De hecho, la Ministra de Agriculta, Katia Abreu, anunció que no iba a acatar la orden partidaria de retirarse del gobierno. Lo mismo Helder Barbalho, con quien el propio Lula se reunió personalmente Esto, además de la búsqueda de un acuerdo que el ex presidente realiza con un conjunto de partidos que suman 142 diputados (PP, PR, PSD y PRB) y que podrían apoyar al PT, que sólo tiene 58 curules propios, ante la embestida conservadora.
Como se ve, el escenario en Brasil sigue abierto, aún cuando el Poder Judicial y los monopolios mediáticos pretendan construir un escenario de inminente declive de la experiencia petista. Si en los medios la batalla del PT es cuesta arriba, en las calles y las instituciones particularmente en Diputados, donde 172 votos frenarían el impeachment no está todo dicho. “Luché en aquella época en condiciones mucho más difíciles” recordó Dilma días atrás, en relación a la dictadura, que la detuvo cuando apenas tenía 19 años. Esa memoria de resistencia de mediano plazo, objetivamente vinculada a las luchas sindicales de Lula y a las históricas demanda del MST y la CUT, permiten comprender la unidad desplegada en torno a la defensa de su gobierno democrático, elegido hace apenas un año y medio por 54 millones de brasileros.
* Politólogo UBA / Analista internacional @jmkarg
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