EL MUNDO › ENTREVISTA A MARTIÑO NORIEGA, ALCALDE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA
El político de la izquierda gallega afirma que existe una ventana de oportunidad histórica en su país, pero con “la posibilidad de que se pueda cerrar y que el régimen se renueve con un lifting y continúe”.
› Por Angel Berlanga
Una de sus consignas de campaña fue “dejar atrás el modelo de indecencia y naftalina” del Partido Popular: el 13 de junio del año pasado Martiño Noriega, candidato de la marea ciudadana Compostela Aberta, era elegido sorpresivamente como alcalde de Santiago, capital de la comunidad autónoma de Galicia. “El caso del PP es paradigmático en estos momentos, porque sigue siendo el partido más votado a nivel nacional y a la vez está muy a la vista la percepción de su corrupción estructural”, dice Noriega en un hotel del centro de Buenos Aires, a cien metros del Obelisco: está aquí porque Santiago de Compostela es la ciudad invitada este año en la Feria del Libro. Este médico de 41 años, que ya había sido alcalde en 2007 del municipio de Teo (A Coruña) y que tiene larga trayectoria de trabajo en agrupaciones de izquierda de Galicia, está expectante ante la posibilidad de nuevas elecciones a nivel nacional porque, tras la fragmentación del resultado de los comicios del 20 de diciembre pasado y los sucesivos fracasos para constituir gobierno, percibe “una ventana de oportunidad histórica” para una coalición de izquierda que rompa con el bipartidismo de populares y socialistas.
“Galicia, que ha sido considerada siempre como un país de voto conservador dentro del Estado, en 2012 empezó un momento de emergencia social, con la agrupación de energías políticas entre la izquierda galleguista y la izquierda federal, y eso ha ido evolucionando en estos años –sitúa Noriega–. Esa coalición partidaria acabó en los ayuntamientos como candidaturas de unidad popular ciudadanas y ha seguido ahora en las generales. Es un proceso de acumulación de fuerzas que está ahora en posición de disputar la hegemonía al PP. Esto se da en un contexto de crisis a nivel gallego, estatal y también europeo. Lo que pasó en Galicia ha tenido traducciones en otras partes, han emergido fenómenos políticos como Podemos a nivel del estado, pero también pueden verse uniones populares municipalistas, candidaturas hermanas que hoy gobiernan, por ejemplo, Coruña y Ferrol en Galicia, y también Barcelona, Madrid, Zaragoza, Cádiz, Pamplona, Valencia, Oviedo. Reivindico el origen en Galicia porque se ha recogido en muchas hemerotecas que este mestizaje de izquierdas y de movimientos sociales, como el Nunca mais, empezó ahí. Y es un proceso de continua evolución, que no opera como los partidos tradicionales, que insta a reivindicar la transparencia, la rendición de cuentas y otra manera de entender la política, pero que tiene a la vez, por su gran complejidad, limitaciones a la hora de operar en un mundo muy cambiante. Hoy hay una gran mayoría social agredida que busca herramientas para cambiar el estado de las cosas, y esas herramientas tienen que permitir pasar de la plaza a la institución, para impugnar el fondo de las cosas. En Santiago tan solo yo vengo de una experiencia institucional en un ayuntamiento periférico a la ciudad; el resto del equipo viene de otras experiencias, está el decano del colegio de arquitectos, el profesor de la universidad, el operario de aeropuerto, la editora. De nuestros diez concejales, nueve no habían tenido relación con la institución. Esto ha sido el pasaje de la plaza a la institución. Con todo lo que conlleva. Una oxigenación. Que no nos gobiernen fuerzas políticas que entendemos que no nos representan. Y es un proceso de aprendizaje, con sus pros y sus contras. Porque nos enfrentamos también con grandes resistencias”.
–¿Y hay una articulación entre esos gobiernos de signo afín, se trabaja en una construcción mayor?
–Es una relación bastante líquida, ¿no? Tiene expresiones diferenciadas que no forman parte de un partido. En Galicia está la izquierda soberanista, Esquerda Unida, Anova, Podemos, candidaturas ciudadanas; en Valencia está Compromís, con otros sectores de izquierda; en Barcelona tiene su expresión con Ada Colau. Hay una mezcla, y no hay una estructura formal. También hay cooperación entre instituciones, contacto permanente, un sentirnos parte del mismo proceso desde la diferencia y la diversidad. Eso es como está. Y es un momento clave a nivel político.
–¿Por la perspectiva de que no se forme gobierno y se convoque a nuevas elecciones?
–Hay una crisis de representación. El régimen del 78 no ha cambiado de políticas, pero sí caras, se ha ido renovando. El Partido Socialista, por ejemplo, que con su pacto con Ciudadanos, de momento, no ha abierto la posibilidad de un cambio real. El PP no ha cambiado de caras ni de política, pero está instalado en el establishment. La monarquía ha cambiado de rey, pero no de corona. Es decir: un lifting de un proceso que venía deteriorado, ¿no? En paralelo a eso, está el proceso de acumulación de fuerzas de lo que pretende ser un nuevo marco de convivencia. Yo soy de los que piensan que se puede cerrar la ventana de cambio, de la oportunidad histórica. Estamos en el momento en el que todo puede pasar. Y por eso las candidaturas ciudadanas, o de unidad popular, nos estamos encontrando con muchas resistencias reales, y con un acoso permanente en lo mediático y lo fáctico desde que hemos llegado. Entonces sí, este año, porque a lo mejor hay nuevas elecciones, tienes la sensación de oportunidad histórica. Con la posibilidad de que se pueda cerrar, y que el régimen se renueve con un lifting y continúe.
–Se percibe a Pablo Iglesias y a Podemos como la cara representativa de lo que describe, y también se perciben, desde adentro, resistencias y cuestionamientos. ¿Qué opina usted?
–Cuando me refería a 2012 y a la sensación del comienzo, aludía a una candidatura que se llamó Alternativa Galega de Esquerdas: ahí conocí a Pablo Iglesias. El era asesor de Esquerda Unida, en aquella campaña, y yo trabajaba en Anova, la parte soberanista. Yo creo que él vio qué pasó en Galicia en ese momento: vio una candidatura que de repente en unas semanas consiguió más de 200.000 votos y fue tercera fuerza, y comprobó que la gente demandaba determinadas estructuras de acumulación, de generar un nuevo discurso, nuevas formas. Yo creo que Podemos ha venido a ocupar ese tablero, con una centralidad importante, y ha servido para agitar y catalizar un estado de cosas que era evidente. Pero lo que está pasando no es solo imputable a Podemos, que tiene hoy una gran responsabilidad en seguir construyendo unidad popular, en aguantar las presiones que recibe y en dar respuesta a otras sensibilidades, tanto territoriales como identitarias.
–Se informa en estas horas en la prensa de España que Podemos explora acuerdos con Izquierda Unida y otras fuerzas.
–Yo creo que el proceso ha ido más allá de lo formal, en adición y en evolución, y que ese es el siguiente paso natural, para contestar lo que está pasando. A lo mejor es un paso que se tenía que dar con otros tiempos. Pero quizás no tenemos ese margen. Y entonces no habrá tiempo para vivir atados a la táctica.
–¿Cuáles son hoy los principales problemas en España?
–La hoja de ruta de estos años era consciente. Se ha provocado una devaluación interna de las condiciones, se ha hecho una renuncia de los derechos conquistados durante muchos años y se nos ha llevado a una estación término en la cual, bajo la coartada de la competitividad, la gente al día de hoy está muy precarizada, si tiene la suerte de trabajar. Trabajar no llega para vivir, en muchas situaciones. Y eso no tiene visos de cambiar en ningún momento. No se ha aprovechado la crisis para cambiar el modelo, abandonar la economía especulativa, ir a un modelo de cartera productiva de economía real, que reinvirtiera los esfuerzos que hizo en la formación de la gente. La precarización, el desempleo y la falsa ilusión de que podemos llegar a ser lo que fuimos hace unos años es el principal problema. La corrupción estructural, que afecta a los grandes partidos. Y que mucha gente, la mejor formada, ha emigrado, y no va a volver, porque las condiciones de trabajo que les han ofrecido en otros países ya no se les ofrecerán en su lugar de origen. Un último problema serio es entender al estado español como un sitio diverso. De respeto a las diferentes culturas y lenguas. Esa también es una asignatura pendiente.
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