EL MUNDO › OPINIóN
› Por Pacho O’Donnell
“Cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay tantos pobres me llamaron comunista”(frase del obispo brasileño Helder Cámara, referente de la Teología de la Liberación).
Más que preocupado Francisco I está horrorizado por la violencia y la descomposición moral de la sociedad global en que vivimos. Pecados que no adjudica a causas ligadas con un deterioro relacionado con el tiempo y el cambio de hábitos sino que señala un culpable con insistencia y claridad: el sistema capitalista neoliberal.
En nuestro país se han politizado o banalizado actitudes suyas, como el rosario a Milagros Sala o la frialdad con Macri, reduciéndolos a coyunturas circunstanciales, perdiendo de vista la formidable significación ecuménica de su lucha contra la inequidad y la exclusión, eje vertebral de su labor pastoral. No se limita a lamentaciones o a condenas retóricas, sino que diagnostica y denuncia al sistema social, político, cultural, pero sobre todo económico imperante en Occidente. Su mensaje ha encendido manifestaciones a favor y en contra, también entre nosotros, en un mundo acostumbrado a que lo religioso se deslice por vía separada de las angustias sociales.
Ya en 1998, el entonces arzobispo Bergoglio, a raíz de una visita a Cuba acompañando al entonces papa Juan Pablo II, escribió “Lo que la iglesia critica es el espíritu que el capitalismo ha alentado al utilizar el capital para someter y oprimir al hombre” en su libro Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro. También “el capitalismo se desarrolla con características de individualidad, en una vida donde los hombres buscan su propio bien y no el bien común”. Y no vaciló en afirmar “Nadie puede aceptar el neoliberalismo y ser un buen cristiano”.
Una vez en el trono eclesiástico no disminuyó el tono de sus combativas admoniciones. En Santa Cruz de la Sierra dijo “el sistema capitalista ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo”, y agregó “este sistema no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores... no lo aguantan los pueblos”.
Es imposible no recordar a Juan XIII, quien como Francisco abogó por una Iglesia “pobre y para los pobres”. Ambos asumieron el Papado a los 76 años, provenían de hogares humildes, compartieron la devoción por San Francisco, el “poverello” de Asís, de quien Bergoglio tomó el nombre mientras Roncalli era seglar franciscano.
Este último con su Concilio Vaticano II, al que se sumó la Conferencia de Medellín en 1968, dio origen a la “Teología de la Liberación” de amplia difusión en América Latina, también en Argentina. El teólogo argentino Juan Carlos Scannone escribió: “Lo común a todas las distintas ramas o corrientes de la teología de la liberación es que teologiza a partir de la opción preferencial por los pobres y usa para pensar la realidad social e histórica de los pobres, no solamente la mediación de la filosofía, como siempre utilizó la teología, sino también las ciencias humanas y sociales”.
Si bien Francisco I ha expresado algunas críticas, sobre todo relacionadas con la influencia excesiva del marxismo, no hay dudas de su simpatía y coincidencia, como lo demostró al recibir al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, principal referente de dicha orientación católica, a pesar del recelo de muchos en el Vaticano.
Es oportuno entonces desarrollar algunas de las ideas rectoras de la teología de la liberación:
1. Opción preferencial por los pobres.
2. La salvación cristiana no puede darse sin la liberación económica, política, social e ideológica, como signos visibles de la dignidad del hombre.
3. La espiritualidad de la liberación exige hombres nuevos y mujeres nuevas en el Hombre Nuevo Jesús.
4. La liberación como toma de conciencia ante la realidad socioeconómica latinoamericana y de la necesidad de eliminar la explotación, la falta de oportunidades e injusticias de este mundo.
5. La situación actual de la mayoría de los latinoamericanos contradice el designio histórico de Dios y es consecuencia de un pecado social.
6. No solamente hay pecadores, sino que hay víctimas del pecado que necesitan justicia y restauración.
7. El método del estudio teológico es la reflexión a partir de la práctica de la fe viva, comunicada, confesada y celebrada dentro de una práctica de liberación.
No es de extrañar entonces que Francisco I haya acelerado el proceso de canonización de Juan XXIII, demorada por años con el pretexto de que no se le puede adjudicar ningún milagro. En una decisión de alto vuelo político, a las que el Papa argentino es proclive, la hizo simultánea a la de Juan Pablo II, quien no despertaba resistencias. No puede pasarse por alto el contraste con la celeridad con que se cumplió el trámite de Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.
Las encíclicas, discursos y escritos del Papa argentino son un claro llamado a la acción: “Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres y excluidos, pueden y hacen mucho –dijo durante su visita a Bolivia–. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas, en la búsqueda cotidiana de las tres T (trabajo, techo, tierra). ¡No se achiquen!”?
Es “vox populi” que Bergoglio fue elegido Papa para sacar a la Iglesia de su tremenda crisis. ¿Pero cómo encaminar a la sociedad de hoy en la senda de lo espiritual y religioso si el capitalismo neoliberal ha colonizado nuestras mentes con el materialismo, el relativismo, el egoísmo, el consumismo, la idolatría del dinero y el poder económico? Es por ello que se ha asignado la indesmayable misión de concientizar acerca de que la miseria humana y la destrucción del planeta no son fenómenos “naturales” e irreversibles sino la consecuencia de un sistema desviado. Tampoco excluye de su discurso pastoral “bajar” a la crítica de teorías económicas en boga, también en Argentina: “Algunos todavía defienden las “teorías del derrame”, que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante” (“Evangelii gaudium”).
Francisco I nos convoca a la lucha: “Digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras”. Se ha convertido en el líder de la resistencia contra el cáncer de entronizar a la economía como centro de la existencia humana, desplazando a la solidaridad, al amor al prójimo, a la responsabilidad. Ese Papa que llama al capitalismo “una dictadura sutil” y al dinero “estiércol del diablo” suscita inquietud en quienes se sienten interpelados. No es casual que los candidatos del derechista Partido Republicano de los Estados Unidos compitan en denostar a Francisco: “El Vaticano debería despedirlo” (Ted Cruz) o “Los curas no se tienen que meter con la política ni con la economía” (Donald Trump). Ellos están también molestos porque la intervención papal fue decisiva en la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba y en el pronto levantamiento del bloqueo.
Son muchas y muchos, sobre todos jóvenes, quienes ven hoy como valiente líder de la resistencia contra los males del liberalismo a quien no es ajeno a la acuciante y dramática realidad, como lo demuestra haber elegido a refugiados para el lavado de pies pascual, diferenciando un rito secular de una toma de partido y denuncia ante una horrenda tragedia cuyas causas y consecuencias no ignora.
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