EL MUNDO › ROUSSEFF SE DESPIDIO PROVISORIAMENTE DEL GOBIERNO LUEGO DE QUE EL SENADO APROBARA LA APERTURA DEL JUICIO POLITICO
“Un gobierno que nace de un golpe, de un impeachment, nace de una elección indirecta”, dijo la mandataria brasileña que ayer debió tomar una licencia. Horas después, Michel Temer asumía con aires de presidente institucional bajo el lema “orden y progreso”.
› Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Dos Planaltos. En el lapso de 5 horas, entre las 12 y las 17 de ayer el palacio de la presidencia brasileña estuvo ocupado por dos mandatarios: Dilma Rousseff electa para ese cargo hace menos de dos años con 54,5 millones de votos y Michel Temer, quien nunca se postuló para ser jefe de Estado. Y si lo hubiera hecho seguramente nunca habría llegado al Planalto ya que la última vez que midió su aprobación en el electorado conquistó 99.000 votos que le permitieron llegar con lo justo a la cámara de diputados en 2006.
Junto a su mentor político, Luiz Inácio Lula da Silva, idolatrado por la militancia que no paró de abrazarlo, Dilma Rousseff se despidió provisoriamente del Planalto luego de que el Senado aprobara la apertura del juicio político y en una sesión de más de 21 horas finalizada a las 6.30 de la mañana de ayer. La oposición obtuvo una victoria rotunda de 55 votos contra 22 para autorizar el inicio del proceso, lo que no autoriza ser optimista respecto de cómo se comportará esa misma cámara cuando tenga que decidir sobre la culpabilidad o inocencia de la procesada.
Durante el debate del senado el abogado general de la Unión, José Eduardo Cardozo, alertó a los parlamentarios de que Brasil “puede convertirse en la mayor de las república bananeras” si se perpetra un “golpe” a pesar de que se lo barnice con apariencia institucional.
Dilma estará de licencia por seis meses mientras se sustancia el proceso, período en el cual se dedicará a su defensa ante el tribunal formado en la Cámara alta y combatir junto a los movimientos sociales y el PT a la gestión encabezada por su vicepresidente, y ahora presidente interino, Michel Temer.
“El mayor riesgo que corre el país es el de ser dirigido por un gobierno de los sin voto, un gobierno que no fue elegido por el voto directo de la población, un gobierno que no tendrá legitimidad para proponer e implementar las soluciones que requiere Brasil. Un gobierno que nace de un golpe, de un impeachment, nace de una elección indirecta”.
“Estoy orgullosa de ser la primera mujer elegida y de haber ejercido el mandato de forma honesta, voy a luchar a través de todos los medios legales para ejercer mi mandato hasta el fin, hasta el 31 de diciembre de 2018.”
Dilma casi llora cuando dijo “estoy siendo juzgada injustamente”, antes de ser desplazada por el gobierno excepcional de Temer. Algunos funcionarios no ocultaban su desconsuelo. Era el caso de la secretaria de Estado Eleonora Mennicucci que se ubicó junto a Rousseff en el acto de despedida. Rousseff y Mennicucci son amigas desde que compartieron la misma celda del Presidio de Tiradentes, en San Pablo, a comienzos de los años 70 cuando ambas fueron presas por la dictadura a la que enfrentaron con las armas. Mennicucci es una antigua defensora de la igualdad de género y el derecho al aborto, lo que le granjeó la enemistad de la bancada evangélica que movió sus influencias para sacarla del gabinete.
Desde que comenzó la escalada destituyente contra Dilma, Mennicucci se convirtió en uno de los enlaces con los movimientos sociales y especialmente con las organizaciones feministas que esta semana movilizaron miles de activistas hacia Brasilia para dar su respaldo a la primera mujer presidenta. Según la profesora Mennicucci, su vieja amiga Rousseff es “víctima del machismo y preconcepto que todavía son defectos muy arraigados en la sociedad patriarcal brasileña que no consciente a una mujer ejerciendo el poder”.
Dilma y Lula salieron del palacio luego de 13 años de administraciones petistas y se dirigieron hacia la Plaza de los Tres Poderes, cerca de una inmensa bandera izada sobre un mástil de 100 metros de altura.
Unas 2000 personas los recibieron en la plaza, que es una inmensa plancha de cemento blanco, que parecía más blanco por el sol del mediodía.
La presidenta volvió a hablar, ya no sobre su destitución, sino sobre la convocatoria a la pelea por el restablecimiento democrático dando continuidad a las movilizaciones de los últimos meses “cuando ustedes le dijeron un no grande como Brasil al golpe”.
El evento de toma de posesión de Michel Temer fue un ritual de transmisión del mando atípico: no contó con la presencia de la presidenta saliente para entregar la banda a su sucesor de facto.
Y ocurrió a puertas cerradas dado que en los alrededores del predio había decenas de manifestantes bramando “Fuera Temer”, sumados a un grupo de mujeres encadenadas a las gradas de seguridad, de donde fueron quitadas rudamente por la Policía Militarizada, que con más violencia aún desalojó a unos jóvenes que intentaban subir por la simbólica rampa que lleva hasta el acceso principal.
Adentro el jefe de estado accidental ponía en funciones a sus ministros (ver aparte) y emitía su primera medida de gobierno fue lanzar un programa de inversiones en los moldes del que exigían grandes grupos extranjeros.
En su discurso Temer fingió ser un presidente institucional eludiendo tocar las acusaciones de golpista. Habló de reducir el Estado, crear un “ambiente de negocios”, fomentar los valores religiosos y darle alegría al pueblo durante las Olimpíadas de agosto. Para lo cual propuso “que no se hable de crisis. ... nuestro lema es orden y progreso, la expresión de nuestra bandera no podría ser más actual en estos momentos”.
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