EL MUNDO
Cuando los paramilitares enfrentan a sus víctimas
El desarme de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia ha comenzado. Sus integrantes afrontan el desafío de reintegrarse a la vida civil. Y también el de mirar cara a cara a sus víctimas.
Por Pilar Lozano *
Desde La Ceja, Colombia
La edificación de cuatro pisos a las afueras de La Ceja, población conocida por ser tierra de conventos y seminarios, fue acondicionada para un proceso de apenas semanas. Funcionarios de varios despachos oficiales empezaron su trabajo hace poco: reseñan y verifican los antecedentes judiciales, averiguan los gustos de los desmovilizados para ubicarlos en distintas capacitaciones... Hasta ahora no se ha permitido el ingreso a la prensa.
“Entré a esto porque en la vida civil no había nada que hacer”, explicó a este diario, la víspera de dejar su vida militar, José, uno de los 855 combatientes del Bloque Cacique Nutibara BCN, el más nuevo de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) recluidos allí. Lo dice con ese hablar desganado y cortado que tienen los muchachos que crecieron en las barriadas de Medellín en medio de todas las violencias, que comenzaron en los años 80 con el auge del Cartel de Medellín y los ejércitos de jóvenes sicarios organizados por Pablo Escobar, el capo de capos muerto hace 10 años.
Según una encuesta que se realizó previa al desarme, la mayoría de los desmovilizados tiene entre 17 y 28 años. Sus rostros y miradas son como los de muchos protagonistas de una larga guerra por ganar el control territorial de la segunda ciudad del país. Hoy, en muchas esquinas de los barrios empinados y pobres se ven altares a la Virgen. “Los armados siempre han creído que colocando altares arreglaban sus fechorías”, cuenta una mujer que vio morir, a balazos, a dos de sus familiares. El día de la entrega de armas, muchos de los muchachos de la tropa aplaudieron a rabiar cuando su comandante, don Berna, les habló a través de un vídeo, y dejaron al descubierto los escapularios que llevaban sobre sus camisetas.
“No podemos fallar”, afirmó uno de los miembros de la comisión de paz regional que actuará como observador en esta primera etapa del proceso. Lo más difícil, cree, será garantizar la seguridad y lograr la reeducación de los que llegaron a estos grupos por deudas de sangre. “Un 20 por ciento podrá terminar con un tiro en el pecho.” Los demás, los que llegaron allí por falta de alternativas, podrán hacerlo si en verdad se les abre un espacio en la sociedad que siempre los excluyó. Resulta paradójico: mientras no hay claridad aún sobre la disponibilidad de recursos para garantizar educación y empleo, se destapan escandalosos casos de corrupción en la administración municipal. “Si el Estado cumple, yo no me vuelvo a torcer”, dice José. Su sueño es dedicarse a la mecánica.
El recuerdo de la desmovilización, en 1994, de las milicias que surgieron para acabar con las bandas de sicarios, que terminó en la muerte de la mayoría de ellos, es una sombra que ennegrece el futuro: en la encuesta la mayoría de los desmovilizados de hoy contestaron que la alternativa que les garantizaría tranquilidad en este momento sería “un seguro de vida”. En poco tiempo, los que no tengan cuentas graves con la Justicia volverán a sus barrios. Los demás pasarán a otras zonas mientras se crea la ley que les dé beneficios judiciales. Ahí estarán de nuevo cara a cara y sin armas frente a las víctimas de guerras entrecruzadas de años. En el acto de entrega, uno de los comandantes de las AUC pidió perdón por el “posible daño” a la sociedad. Para el comandante R, al BCN se le achacan culpas que son de otros grupos paralelos que han manejado esta ciudad. “Que nos muestren a las víctimas; si hay que reparar, se repara. Nosotros sólo enfrentamos militarmente a la subversión.”
Lo dijo en una conferencia de prensa, en lo alto de una montaña, a la que llegó en una camioneta sin placas y rodeado de su guardia personal, hombres armados hasta los dientes con los rostros cubiertos con pañuelos y con dos o más teléfonos móviles en los bolsillos de sus uniformesmilitares. Para R., quien necesitó agua y un cigarrillo para continuar respondiendo pues se le quebró la voz al hablar de sus sentimientos en vísperas de dejar las armas –“es que tengo una responsabilidad muy grande con mis muchachos”–, a su trabajo y el de sus hombres se debe la pacificación de Medellín y la regulación y reconversión de las más de 400 bandas del bajo mundo. En los barrios reconocen que hay más tranquilidad, que ahora no se mata a bala pero sí a cuchillo y que siguen las desapariciones. Pocos trazan una raya que diferencien los abusos de las Autodefensas, cuando aparecieron en 1999 simplemente con ese nombre, se trasformaron luego en el bloque Metro –que, de aliado, se convirtió en enemigo del BCN– para terminar todo bajo el rótulo de BCN. Para muchos, los que han disparado bajo todos los rótulos –incluso de las milicias de la guerrilla– son los mismos: “Tránsfugas que se han movido de un bando a otro”. “Cuando yo veo a estos hombres, siento escalofrío; cierro puertas y ventanas... No sé qué decir de este proceso... Ojalá sirva para que volvamos a vivir en paz”, dice, mientras se le asoman las lágrimas, un hombre al que los paramilitares le mataron dos hermanos.
Para el comandante R. no es el momento de hablar de la verdad. “Cuando las FARC, el ELN y todos los bloques de las AUC se reincorporen a la vida civil, ese día nos sentaremos todos a una mesa y contaremos la verdad a este país...”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.