Dom 31.07.2016

EL MUNDO  › ALEMANIA DESPUES DE LA VIOLENCIA TERRORISTA DEL FIN DE SEMANA, ENTRE LA INTOLERANCIA Y LA INSEGURIDAD

Una batalla con dos frentes abiertos

La semana pasada fue la más sangrienta de la historia reciente de un país. Habrá un antes y un después y las consecuencias para el escenario político y el sentimiento de seguridad de los alemanes serán profundos.

› Por Matti Steinitz

Desde Berlin

Würzburg, Munich, Reutlingen, Ansbach. Los nombres de las cuatro ciudades en el sur de Alemania marcan escenarios de crimenes que volvieron la semana pasada en la más sangrienta de la historia reciente de un país que se encuentra en estado de shock. Mientras los órganos de seguridad todavía están tratando de esclarecer los trasfondos de cada acción, ya está claro que habrá un antes y un despúes y que las consecuencias para el escenario político y el sentimiento de seguridad de los alemanes serán profundas.

A primera vista todo parece muy fácil: cuatro actos de violencia cometidos por jovenes migrantes provenientes del Medio Oriente, tres de ellos recibidos acá como refugiados durante los últimos dos años - para un porcentaje cada vez más alto de alemanes que se sienten amenazados por la masiva imigración es la prueba definitiva de que la política humanitaria de la puerta abierta para los refugiados de la canciller Angela Merkel no sólo es un fracaso sino también pone en peligro la vida de alemanes.

Despúes de salvarse milagrosamente del terrorismo islamista por mucho tiempo, Alemania fue entregada a los asesinos del Estado Islámico por la política de Merkel, argumentan políticos de la derecha europea como el primer ministro húngaro Viktor Orban, el ex-jefe del Ukip británico Nigel Farage y el lider derechista de Holanda Geert Wilders, quien divulgó una imágen de Merkel con las manos bañadas en sangre despúes de los acontecimientos.

Dentro de Alemania, la AFD (Alternativa para Alemania), un nuevo partido de la extrema derecha que está gozando de una popularidad creciente con sus posiciones xenófobas y antiislámicas, es el benificiario mayor de la nueva ola de sentimiento anti-refugiados reforzada por los hechos de la semana pasada. En las elecciones regionales de las provincias Mecklenburg-Vorpommern y Berlin, que van a tener lugar en setiembre, se les prognostican resultados record.

En un panorama político dominado por miedo, inseguridad, rumores, resentimientos y odio por los acontecimientos recientes, vale la pena destacar lo que se está saliendo a la luz sobre los actos cometidos. En el episodio en Würzburg, en el cual un joven de Afghanistán o Pakistán atacó a pasajeros de un tren regional con hacha y cuchillo, y en el de Ansbach, en el cual un refugiado de Siria cometió un ataque suicida en la entrada de un festival de música, se confirmó que fueron actos de autodenominados “soldados del Estado Islámico”. Pero las matanzas de Munich y Reutlingen no caben en esta narrativa. Solo unas horas despúes de los tiros con los que Ali David Sonboly, joven alemán de descendencia iraní, mató a nueve personas en un centro comercial de Munich el viernes pasado, la AFD había enunciado por twitter: “Vuelve el terror. Cuando va a cerrar las fronteras la señora Merkel?” Sin embargo, días después la investigación policial demostró que no fue ninguna casualidad que los asesinatos se cometieron en el quinto aniversario de la masacre del ultraderechista noruego Anders Breivik y de que ocho de los nueve víctimas de Sonboly fueron adolescentes migrantes. Según conocidos y familiares, el joven con pasaporte alemán odiaba a otros extranjeros y estaba orgulloso de cumplir años en el mismo día que Adolf Hitler. Como iraní se consideraba “ario” y superior a turcos y arábes. En vez de confirmar la imagen del refugiado peligroso quien se infiltró en el país para matar a alemanes inocentes, la realidad es que se trataba de un fanático con problemas mentales influenciado por el mismo pensamiento racista como los que querían usar su masacre para justificar su propia política xenófoba.

En el caso de Reutlingen, en el cual fue acuchillada una mujer polaca por un refugiado sirio, la policía dice estar segura de que no hubo motivación política sino que se trataba de un asesinato relacionado a la relación amorosa que los dos habían mantenido.

Los motivos y causas de los cuatro crimenes de la semana pasada exigen una diferenciación cautelosa en vez de conclusiones rápidas y populistas. Pero las demandas por más medidas de seguridad y una política más restrictiva en contra de los refugiados, inclusive la deportación a zonas de guerra, ya no se limitan a los círculos de la extrema derecha.

Después de una decada de gobernar de manera aburrida y poco ambiciosa pero exitosa, a Merkel le está costando cara su decisión de seguir defendiendo la responsabilidad de ayudar a los afectados por las guerras en Medio Oriente, como demuestran sus indices de popularidad en caída libre. Cuando Sarah Wagenknecht, jefa de la bancada del partido La Izquierda en el Parlamento –un partido que siempre ha levantado la bandera del humanismo antiracista– se pronunció en favor de restringir el derecho al asilo por el peligro terrorista, quedó muy claro que los tiempos están cambiando en Alemania, y no para bien.

Se viene una batalla con dos frentes. Por un lado, contra los islamistas que quieren destruir un modo de vida por medio de un miedo generalizado en las sociedades que atacan. Por el otro, en contra de los populistas de todos colores que se aprovechan de hechos trágicos para avanzar sus carreras políticas, poniendo a los millares que huyeron del terrorismo bajo la sospecha general de ser terroristas ellos mismos. Vale la pena lucharla.

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