Vie 02.09.2016

EL MUNDO  › OPINION

La nueva forma del golpe

› Por Emir Sader

El sueño de la derecha brasileña, desde 2002, se ha realizado. No bajo las formas anteriores que ha intentado. No cuando intentó tumbar a Lula en 2005, con un impeachment, que no prosperó. No con los intentos electorales, en 2006, 2010, 2014, cuando ha sido derrotada. Ahora encontró el atajo para interrumpir los gobiernos del PT, aunque seguiría perdendo elecciones, con Lula como próximo candidato.

Fue mediante un golpe blando, para el cual los de Honduras y Paraguay han servido como laboratorios. Derrotada en cuatro eleciones sucesivas, y con el riesgo enorme de seguir siéndolo, la derecha buscó el atajo de un impeachment sin ningún fundamento, contando con la traición del vicepresidente, elegido dos veces con un programa, pero dispuesto a aplicar el programa derrotado cuatro veces en las urnas.

Valiéndose de la mayoría parlamentaria elegida, en gran medida, con los recursos financieros recaudados por Eduardo Cunha, el unánimemente reconocido como el más corrupto entre todos los corruptos de la política brasileña, la derecha tumbó a una presidenta reelegida por 54 millones de brasileños, sin que se configurara ninguna razón para el impeachment. Es la nueva forma que el golpe de la derecha asume en América latina.

Es cierto que la democracia no tiene una larga tradición en Brasil. En las últimas nueve décadas, hubo solamente tres presidentes civiles, elegidos por el voto popular, que han concluido sus mandatos. A lo largo de casi tres décadas no hubo presidentes escogidos en elecciones democráticas. Cuatro presidentes civiles elegidos por voto popular no concluyeron sus mandatos.

No queda claro si la democracia o la dictadura son paréntesis en Brasil. Desde 1930, lo que es considerado el Brasil contemporáneo, con la revolución de Vargas, hubo presidentes elegidos por el voto popular prácticamente en la mitad del tiempo. En la otra mitad los presidentes no fueron elegidos por el voto. Más recientemente, Brasil tuvo 21 años de dictadura militar, más cinco años de gobierno de José Sarney, que no fue elegido por el voto directo, sino por un Colegio Electoral nombrado por la dictadura. Esto es, 26 años seguidos sin presidente elegido democráticamente, seguidos por 26 años de elecciones presidenciales.

Pero en este siglo Brasil estaba vivendo una democracia con contenido social, aprobada por la mayoría de la población en cuatro elecciones sucesivas. Justamente cuando la democracia empezó a ganar consistencia social, la derecha demostró que no puede soportarla.

Fue lo que pasó con el golpe blando o institucional o parlamentario, pero golpe al fin y al cabo. En primer lugar porque no se ha configurado ninguna razón para terminar con el mandato de Dilma. En segundo, porque el vicepresidente, Michel Temer (foto), todavía como interino, empezó a poner en práctica no el programa con el cual había sido elegido, sino el programa derrotado cuatro veces, dos de ellas teniéndole a él como candidato a vicepresidente.

Es un verdadero asalto al poder por el bando de los políticos corruptos más descalificados que Brasil ha conocido. Políticos derrotados sucesivamente, se vuelven ministros o presidente de la Cámara de Diputados, lo cual no sería posible por el voto popular, sólo por un golpe.

¿Qué es lo que le espera a Brasil ahora? En primer lugar, una inmensa crisis social. La economía, que ya venía en recesión hace por lo menos tres años, sufrirá los efectos durísimos del peor ajuste fiscal que el país ha conocido. El fantasma de la estanflación se vuelve realidad. Un gobierno sin legitimidad popular, aplicando un duro ajuste en una economía en recesión, va a producir la más grande crisis económica, social y política que el país ha conocido. El golpe no es el final de la crisis, sino su profundización.

Es una derrota, la conclusión del período político abierto con la primera victoria de Lula, en 2002. Pero, aun recuperando el Estado y la iniciativa que ello le propicia, la derecha brasileña tiene muy poca fuerza para consolidar su gobierno.

Se enfrenta no sólo a la crisis económica y social, sino también a un movimiento popular revigorizado y al liderazgo de Lula. Brasil se vuelve un escenario de grandes disputas de masas y políticas. El gobierno golpista intentará llegar al 2018 con el país deshecho, buscando inhabilitar a Lula como candidato y con mucha represión en contra de las movilizaciones populares. El movimiento popular tiene que reformular su estrategia y su plataforma, desarrollar formas a la vez amplias y combativas de movilización, para que el gobierno golpista sea un paréntesis más en la historia del país.

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