EL MUNDO › MAY HACE LA PLANCHA EN GRAN BRETAÑA PERO EL BREXIT LA APREMIA
En julio, ante un partido y un país desorientados, “Brexit significa Brexit” era una manera de calmar las aguas diciendo que respetaría el resultado del referendo. Hoy suena a falta de plan, caos interno o intento de dar marcha atrás.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
A 2 meses de asumir en medio de la tormenta del Brexit, Theresa May tiene un altísimo nivel de aprobación personal que se irradia al Partido Conservador que hegemoniza con comodidad la escena política británica. La luna de miel, sin embargo, tiene los días contados. En el centro de esta paradoja se encuentra la fórmula con que May salió del cataclismo que dejó el referendo: “Brexit means Brexit”. En julio, ante un partido y un país desorientados, la tautología (Brexit significa Brexit) era una manera de calmar las aguas diciendo que respetaría el resultado del referendo. Hoy suena a falta de plan, caos interno o insidiosa búsqueda del momento ideal para dar marcha atrás.
Desde que regresó a fines de agosto de sus vacaciones en los Alpes suizo, May no ha podido o no ha querido darle contenido al “Brexit means Brexit”. El miércoles, en su primer comparecencia ante el parlamento, la primer ministro señaló que no iba a revelar sobre la marcha su estrategia y que lo importante era buscar el mejor acuerdo para Gran Bretaña y la Unión Europea (UE). Dos días antes, en la primera sesión después del receso parlamentario, David Davis, ministro del Brexit –cartera creada por May para lidiar con este tema– se limitó a repetir la tautología de May. “Brexit significa salir de la Unión Europea”, dijo. La inevitable conclusión es que nadie tiene demasiado claro para dónde va el barco británico o que hay capitanes que se disputan el timón que el resultado es la parálisis.
La señal más clara de este rumbo incierto es que Davis indicó en la Cámara de los Comunes que solo “next year” invocaría el artículo 50 del tratado europeo, paso imprescindible para iniciar las tratativas de divorcio con la UE. Si en el referendo del 23 de junio un 52% de los británicos votó a favor de abandonar la UE, ¿por qué seguir seguir con el “largo adiós”? Peor aún. Un día antes, en el marco de la cumbre del G20 en Beijing, Theresa May había dicho que no estaba definido cuándo se daría el puntapie inicial de la negociación. En los medios británicos cundió el desconcierto: ¿será este año?, ¿el año próximo?, ¿a quién seguir?, ¿a May que es la autoridad última?, ¿a Davis que es el encargado del tema? Nadie sabe.
La impaciencia con los británicos fue evidente en la Cumbre del G-20 en Beijing. Estados Unidos dejó en claro que un tratado bilateral de libre comercio con el Reino Unido no era su prioridad y Japón amenazó con una retirada masiva de sus multinacionales y bancos si la negociación terminaba en una separación completa de la Unión Europea. El paper difundido por la cancillería nipona en el G-20 tenía algo de ultimátum: la única manera de evitar una estampida de sus corporaciones era que el Reino Unido siguiera siendo parte del Single Market y conservara el derecho al “pasaporte financiero”(libertad de realizar operaciones financieras en cualquier lugar de la UE).
May y su equipo tienen dos cosas a favor. La implosión económica que se anticipaba con el voto a favor del Brexit no ha ocurrido y el principal partido de oposición, el laborismo, está tan profundamente dividido y al borde de la escisión que no es una alternativa. La otra cara de este frente aparentemente apacible es que muchas empresas británicas y extranjeras han cortado sus planes de inversión: tarde o temprano esto se reflejará en una desaceleración (escenario optimista) o recesión (escenario pesimista). A nivel político, una oposición débil abre el terreno a sangrientas internas en el gobierno con ese cocktail explosivo que da la mezcla de conservadores y Europa.
Entre los Brexits conservadores la indefinición propaga el temor de haber ganado la batalla y perdido la guerra. Los fundamentalistas del Partido sospechan que May y Phillip Hammond, su ministro de finanzas, que votaron a favor de permanecer en el interior del bloque europeo, están buscando demorar al máximo el inicio de las negociaciones para mantener el statu quo. Con gran astucia May nombró a tres Brexit en puestos clave: en cancillería, el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, en Comercio Internacional el neoliberal Liam Fox y David Davis en el Departament of Brexit, nombre bizarro de un ministerio creado para la ocasión y que desaparecerá de la faz de la tierra una vez que se llegue a un acuerdo.
Los tres ministros son una clara muestra de la bolsa de gatos que eran los Brexit. Johnson quiere conservar el “single market” a toda costa, pero introduciendo limitaciones al derecho de inmigración de los otros países de la UE, algo casi imposible en un blooque que se basa en las “4 libertades” –de bienes, capitales, servicios y personas (es decir, inmigración)–. Liam Fox prefiere apartarse por completo de la UE y manejarse con las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) con lo que pondría en peligro el sector exportador (la mitad de los envíos británicos van a países de la UE) y el financiero. Davis se encuentra entre ambas posiciones y con frecuencia parece que en ninguna: su vaguedad es alarmante.
El verano europeo disfrazó esta pelea, pero a principios de octubre se celebra el Congreso Anual del Partido conservador, cuatro días de actividad política con plena posibilidades de que las diferencias se multipliquen ante las cámaras televisivas y conduzcan a una guerra interna. En los flancos, la escisión antieuropeísta del Partido Conservador, los nacionalistas británicos del UKIP, dan por sentado que deben desactivar una traición en marcha. En 2014 la amenaza del UKIP llevó a David Cameron a prometer un referendo si ganaba las elecciones. Cameron ganó la elección y perdió la guerra: hoy es un cadáver político. Habrá que ver si Theresa May aprendió la lección y le encuentra una salida al laberinto europeo.
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