EL MUNDO › EN GEORGIA, AL SUR DE EE.UU., NINGúN CANDIDATO DESPIERTA PASIONES ENTRE LOS VOTANTES
Por las calles de Savannagh, una de las ciudades más antiguas del país, se ve más propaganda de Bernie Sanders que de los actuales candidatos. La brecha entre los postulantes se sigue achicando y ya está por debajo de los tres puntos, según las encuestas.
› Por Nicolás Lantos
Página/12 En EE.UU.
Desde Savannah, Georgia
Savannah es una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos. Ubicada a orillas del río que lleva el mismo nombre y que separa el estado de Georgia de las Carolinas, fue uno de los pocos enclaves del Sur que sobrevivieron intactos a la guerra de Independencia, a fines del siglo XVIII, y a la Civil, a mediados del XIX, por lo que conserva, con su arquitectura colonial y sus callejuelas de piedra, organizadas en un prolijo damero, un espíritu diferente del de cualquier otra ciudad de por aquí, casi caribeño. Los caserones antiguos y la frondosa vegetación tropical le dan un aspecto algo inquietante, y las historias de fantasmas y almas en pena son otro de sus atractivos turísticos.
No fueron, sin embargo, los fantasmas los que alejaron a Hillary Clinton de Georgia. Hasta comienzos de agosto, la candidata imaginaba una victoria segura y, alentada por encuestas favorables, planeaba expandir sus esfuerzos a estados tradicionalmente republicanos para poner a Donald Trump a la defensiva. Este era uno de esos distritos. El crecimiento sostenido de la histórica población negra de la zona y, sobre todo, de la llegada de latinos, pronostican que Georgia puede pasar de ser un bastión republicano a estar en disputa. Al parecer, no será este año.
En las últimas semanas los esfuerzos aquí se redujeron al mínimo, luego de que la candidata modificara su estrategia. Si antes desplegaba un juego amplio, expandiéndose a zonas recónditas del mapa electoral, ahora que las encuestas no le dan tan bien y auguran un final cerrado, decidió replegarse a los estados clave donde puede asegurarse los 270 votos necesarios en el colegio electoral. Si antes conducía la campaña a distancia, casi ausente, con pocas apariciones públicas, menos contactos con la prensa y la mayoría de los esfuerzos puestos en avisos de televisión y trabajo en el territorio, ahora enfrenta con más frecuencia las cámaras y planea multiplicar sus actos proselitistas, para mostrarse más cercana a su electorado.
Pero el Sur queda marginado en ese nuevo plan. “No es que Trump me caiga bien, no me va, pero no me fío de Clinton. Cree que la ley no cuenta para ella. Trump no es brillante, pero podrá ser controlado por los funcionarios. Clinton..., a ella nadie la controla. Ni Bill”, opina Jerry, mientras vende helados en un carrito, bastante concurrido un día que hace 88 grados Fahrenheit (que equivalen a unos 31 centígrados) aun debajo de la sombrilla. Jerry es negro, tiene 43 años, estuvo en el ejército pero no combatió en ninguna guerra y se define políticamente como independiente. No es precisamente el estereotipo de un votante de Trump. Es difícil encontrar demócratas aquí en el Sur, y cuando aparecen es difícil encontrarles entusiasmo. El diálogo con partidarios republicanos es más frecuente, aunque no más animado. Ninguno de los dos candidatos despierta pasiones. Se ven más carteles de Bernie Sanders en los suburbios (en Savannah, en Atlanta, en Charlotte, en Nashville) que insignias a favor de Clinton o de Trump. “Estoy pensando seriamente en no ir a votar”, dice Julia, artista plástica y chofer de Uber de 29 años. Su madre es de Nashville, como ella. Su padre es suizo. Se registró en 2008, para votar por Barack Obama en la interna contra Hillary Clinton, pero hoy es muy crítica de la gestión del presidente. Este año hizo campaña por Sanders, el senador socialista de Vermont. “Si gana ella va a seguir todo como hasta ahora. Y las cosas no van bien. Si gana Trump, van a cambiar, pero para peor. No pueden obligarme a elegir entre ellos. Me voy a quedar en mi casa”, sentencia. La brecha entre Clinton y Trump se sigue achicando, y ya está abajo de los tres puntos. 2,7 por ciento de ventaja promedio según la ponderación de encuestas del sitio Real Clear Politics, cuando los sondeos se hacen con ellos como únicas opciones; apenas 2,1 por ciento cuando se incluye a los candidatos del Partido Libertario, Gary Johnson, y Verde, Jill Stein. Cuantas más Julias decidan quedarse en su casa, más difícil será para los demócratas asegurar una victoria que muchos daban por sentada hace apenas semanas. North Carolina está en empate técnico, dice la mayoría de las encuestas. Es un estado históricamente rojo, que votó consistentemente a republicano desde 1980 con excepción de 2008, cuando Barack Obama derrotó a John McCain. La economía marcha en este distrito mejor que en el resto del país, impulsado por un crecimiento demográfico y la gentrificación de los suburbios de las principales ciudades. Eso es bueno para las expectativas de Clinton. En Midwood, a minutos del centro de Charlotte, abren comercios todas las semanas. Bares, restaurants, disquerías, salones de belleza. También se tiran abajo casas para construir modernos condominios. Una manzana está casi completamente arrasada. Las grúas ya sientan las bases de un edificio de apartamentos de lujo. Pero en un borde, un pequeño bar de no más cinco metros por diez, sobrevive al cambio. El Thristy Beaver (Castor Sediento) funciona de punto de encuentro de motoqueros durante la tarde, de jóvenes en busca de un último trago tarde a la noche, cuando todo lo demás ya está cerrado. Jonas tiene una Harley Davison del 96. Llega alrededor de las seis de la tarde, un rato antes que sus compañeros. Viet Vets Moto Club, dice un parche que ocupa casi toda su espalda. El sí va a votar a Clinton, porque “Trump no va a respetar al ejército de los Estados Unidos”. Lo dice en voz baja, porque sabe que su opinión es impopular. Luego pide otra cerveza, invita una y cambia rápidamente de tema.
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