EL MUNDO › SIN SORPRESAS EN EL DEBATE ENTRE CLINTON Y TRUMP
El primer debate de los candidatos a la Casa Blanca fue seguido por más de 90 millones de personas. Internet y las redes sociales fueron una pata esencial de la difusión y de la evaluación.
› Por Nicolás Lantos
Página/12 En EE.UU.
Desde Nueva York
La pequeña Universidad de Hofstra, un centro de estudios ubicado en Long Island, Nueva York, a poco menos de una hora de viaje desde Manhattan, estuvo el lunes por la noche, como nunca antes en su historia, y probablemente como nunca volverá a estarlo, en el centro de la atención mundial. Los candidatos presidenciales Hillary Clinton y Donald Trump se midieron allí en el primer debate previo a las elecciones del 8 de noviembre. La ex secretaria de Estado, que venía retrocediendo en las encuestas y había trocado una ventaja cómoda por un empate técnico, salió airosa, según la mayoría de las encuestas instantáneas que se realizaron tras el evento y la opinión mayoritaria de los medios norteamericanos. Fue, de todas formas, un intercambio parejo.
Más de 80 millones de personas en los Estados Unidos siguieron el debate desde sus hogares, por televisión. Los bares de todas las ciudades del país tenían sus pantallas sintonizadas en el cruce entre los dos candidatos y en distintas universidades y centros comunales se organizaron watch parties, donde los estudiantes y los ciudadanos se juntaron a seguir el encuentro. Además, por primera vez, internet y las redes sociales fueron una pata esencial de las transmisiones, que se siguieron por live streaming a través de Facebook, Twitter y YouTube. Miles de acreditados de más de cien países enviaron las imágenes a sus propias cadenas locales de TV. En total, se calcula que el número de espectadores superó los 90 millones, transformando el primer cruce entre Clinton y Trump en el evento político más visto de la historia.
Había dos grandes incógnitas antes del debate: la salud de ella y el temperamento de él. La candidata demócrata pasó con creces el examen. Durante más de una hora y media, de pie y debajo de los focos, sin cortes comerciales ni tiempos muertos, se mostró entera y físicamente tan apta como su rival, que en cambio llamó la atención por una aparente congestión nasal implacablemente amplificada por los micrófonos. Ella con 69 años y él con 70, son los candidatos más viejos con chances de llegar a la Casa Blanca, superando en algunos meses a Ronald Reagan, por lo que la salud de ambos forma parte de la agenda electoral desde un primer momento.
Respecto del carácter de Trump, el republicano se mostró más moderado que durante la primaria, cuando llamaba a sus rivales con apodos y los sacaba de la cancha mediante chicanas, pero tampoco fue enteramente “presidencial”, si acaso tal cosa es posible para él. Azuzado por Clinton, que fue la primera en salir al ataque (“Comenzó su negocio con 14 millones, prestados por su padre”), tuvo sus mejores momentos en los intercambios directos y se fue desdibujando con el paso de los minutos. Durante toda la noche, él evitó el “Crooked Hillary” (Hillary fraudulenta), con el que la había bautizado, y habló de ella como “Secretary Clinton”, en referencia su último cargo oficial. Para la demócrata, su rival fue simplemente “Donald”.
Si bien ambos fueron cordiales, en todo momento, fue un debate desprolijo, plagado de interrupciones de ambas partes (aunque Trump habló encima de Clinton tres veces por cada una que fue al revés) en el que el moderador, el periodista de NBC Lester Holt, por momentos estuvo pintado y no pudo conducir a los candidatos. Cuando sí lo hizo, mostró una clara tendencia a favorecer a la ex secretaria de Estado y fue más estricto en las repreguntas con el magnate, algo curioso ya que el presentador está registrado como republicano. Otra curiosidad partidaria: la candidata demócrata apareció con un llamativo traje colorado, el tono utilizado históricamente por el GOP. Y Trump, de traje negro y camisa blanca, usó una corbata azul demócrata.
La economía dominó el primer tercio del debate, el más acalorado también. Ambos con su libreto contrapuesto, y fiel a la tradición: el magnate proponía un recorte de impuestos mientras que la demócrata prometió aumentarlos, los dos convencidos de que eso ayudaría a generar puestos de trabajo y a fortalecer las finanzas estadounidenses, que todavía no terminan de recuperarse de la crisis de 2008. Trump jugó durante este pasaje la carta del outsider, señalando varias veces que su rival tiene “treinta años” ocupando cargos políticos. “¿Por qué no hizo hasta ahora lo que promete que va a hacer si gana?” Además, apuntó su discurso a los estados en disputa del “cinturón de óxido”, que fueron muy perjudicados por las políticas de Obama, como Ohio, Pennsylvania y Michigan.
Por su parte, Clinton atacó directamente a la praxis profesional de su adversario, recordando no solamente que no es un exitoso “self made man”, como le gusta mostrarse a él, ya que comenzó su carrera con una ayuda millonaria, sino que además desde su emporio estafó a pequeños contratistas y no pagó o pagó muy pocos impuestos. “Hice todo de acuerdo a la ley. Si pagué menos, eso me hace más inteligente”, fue su respuesta. La ex secretaria de Estado también vinculó las propuestas de Trump con la política económica de George W. Bush, que, según aseguró, fue la causante de la explosión de la burbuja inmobiliaria y la principal caída financiera de los Estados Unidos de los últimos 80 años.
En el ámbito de lo social, la principal diferencia entre ambos tuvo que ver con el tema del uso civil de armas de fuego, algo a lo que la demócrata se opone y el republicano apoya, con el respaldo de la influyente Asociación Nacional del Rifle. La problemática racial y el crimen en las grandes ciudades también se debatieron en este tramo del encuentro, que fue el menos acalorado. Trump fue duramente cuestionado por haber puesto en duda la nacionalidad del actual presidente Barack Obama, algo de lo que se retractó recientemente, y no salió bien parado de esos cuestionamientos.
Por último, la agenda se movió hacia temas relacionados con la defensa y la política internacional, un área en la que Clinton tiene una larguísima experiencia que pudo demostrar ante las cámaras, mientras que a Trump le costó salir de los eslóganes. Si bien a la candidata demócrata le costó incomodar a su rival, sí pudo en cambio mostrar solvencia al referirse a asuntos como OTAN, Medio Oriente y armas nucleares. Por momentos, sin embargo, la evidente diferencia intelectual y cultural entre ambos le jugó una mala pasada a la ex secretaria de Estado, que se mostró algo soberbia o sobradora, una actitud que puede restarle en el electorado más popular, al que debe conquistar para ganar la elección. Algo similar le sucedió a Al Gore en los debates contra Bush en el año 2000, y el precio que pagó fue carísimo.
Concluido el debate, comenzaron los análisis y las encuestas, cuyos resultados más precisos podrán verse recién en 48 o 72 horas. Clinton continuó su actividad con un rally de campaña mientras que Trump se refugió en sus headquarters en Manhattan. Restan diez días para que vuelvan a cruzarse cara a cara: será en Saint Louis, Missouri, en un debate en el que se aceptarán preguntas del público. Antes, los candidatos a vice, Tim Kaine (demócrata) y Mike Pence (GOP), debatirán el 4 de octubre en Farmville, Virginia. El último cruce entre Clinton y Trump será el 19 del mes que viene en Las Vegas, Nevada. Veinte días más tarde, se abrirán las urnas y todas las especulaciones quedarán obsoletas. Sólo entonces se sabrá a ciencia cierta quién es el ganador.
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