EL MUNDO
› OPINION
El fin del Gran Israel
› Por Claudio Uriarte
Durante el gobierno laborista de Yitzhak Rabin, que firmó los acuerdos de Oslo, el héroe de la Guerra de los Seis Días y general de la reserva israelí era visto por muchos como el halcón de la administración, mientras el canciller Shimon Peres aparecía como la paloma. Puede argumentarse que en realidad era al revés: Rabin, tan duro como pragmático, era un defensor estricto de una separación a rajatabla respecto de los palestinos, mientras el segundo, en sus visiones románticas de “un Medio Oriente de leche y miel”, abogaba por una confederación israelo-jordana-palestina que implicaba la convivencia obligatoria (y por lo tanto la fricción permanente) de todas las partes en disputa. Durante el gobierno de Peres, que siguió al asesinato de Rabin por un extremista judío de ultraderecha, esta visión caotizó la estrategia israelí y las negociaciones con los palestinos, que sufrieron luego una brusca frenada con la llegada al poder de Benjamin Netanyahu.
Puede decirse que Ariel Sharon y su estratega en jefe, el ex alcalde de Jerusalén Ehud Olmert, están siguiendo los pasos de Rabin y no los de Peres. La decisión de desmantelar las colonias de Gaza no debería sorprender a nadie que esté al tanto de la construcción de un muro de separación con los palestinos en Cisjordania: Gaza, que nunca formó parte de la Israel bíblica, ya tiene una valla parecida, y las colonias serán indefendibles si el territorio de Israel propiamente dicho debe ser sellado para bloquear la entrada de kamikazes. En realidad, el muro y la separación unilateral de los palestinos son lo mismo: el primero es la ejecución práctica de la segunda. O, al menos, el primer paso en esa ejecución. Otro paso necesario será la evacuación de las colonias más remotas y aisladas en Cisjordania, como la de Hebrón, que sí forma parte del Israel bíblico. En otras palabras, el halcón de la guerra del Líbano está poniendo su firma bajo los protocolos de liquidación de los sueños del “Gran Israel”, que tanto movieran a sectores de su partido, el Likud, así como a los pequeños partidos de extrema derecha que hoy integran su coalición. Pero Sharon es un pragmático: el mismo general que tomó en una acción relámpago inconsulta la península del Sinaí sin esperar la orden de sus superiores fue luego el ministro de Defensa que desmanteló las colonias israelíes enclavadas en esa península después de los acuerdos de paz con Egipto. Esta decisión de hoy no nace de ninguna paz, pero, al constituir una medida defensiva, se convierte en un paso para desescalar la guerra.