EL MUNDO
› KERRY, DE VIETNAM A WASHINGTON
Código de honor
Por José Manuel Calvo *
Desde Washington
“¿Cómo se le pide a un hombre que sea el último en morir en Vietnam? ¿Cómo se le pide a un hombre que sea el último en morir a causa de un error?” En abril de 1971, el eco de estas palabras resonó en todo Estados Unidos. Fueron pronunciadas ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado por un hombre que acababa de crear el movimiento Veteranos de Vietnam contra la Guerra. Al día siguiente de hacer estas preguntas, John Kerry se puso a la cabeza de un grupo de veteranos que tiraron sus medallas en las escaleras del Capitolio para protestar contra la guerra. Kerry, calculador toda su vida, tiró solamente las cintas y aún exhibe las medallas en su oficina del Senado.
Pero en aquel momento, cuatro años antes de que se acabara la guerra, su posición les costó durísimos ataques de muchos de sus compañeros de filas y de viudas de soldados y la ira del gobierno de Nixon. Kerry resistió y su nombre saltó al dominio público: desde entonces no ha dejado de estarlo, y aquel estilo de no rendirse nunca –No surrender, de Bruce Springsteen, es uno de sus temas de campaña– lo ha acompañado durante toda su vida pública. Hoy, tras haber ganado los caucus de Iowa y las primarias de New Hampshire –contra los pronósticos que lo desahuciaban ante el empuje de Howard Dean–, Kerry está en una posición idónea para ser el candidato demócrata que se enfrente al presidente Bush en las elecciones del próximo 2 de noviembre.
De Yale al Mekong
John Forbes Kerry (JFK) nació el 11 de diciembre de 1943 en un hospital militar de Denver, Colorado, porque su padre, que había sido piloto en la guerra, estaba internado por tuberculosis. Poco después, la familia volvió a casa, a Massachusetts. Entre la carrera de su padre (diplomático) y la fortuna familiar de su madre, Kerry tuvo una educación privilegiada: escuelas suizas, los colegios privados más caros de New Hampshire y la Universidad de Yale.
Un pedigrí similar al de Bush y al de muchos otros privilegiados, con una diferencia: la guerra. Después de la graduación, en 1966, hizo lo contrario de lo que hacían los jóvenes con fortuna y se alistó como voluntario en la Marina para ir a Vietnam porque creyó que era su deber. Fue teniente al mando de una patrullera en el delta del Mekong. El 28 de febrero de 1969, la embarcación fue atacada con granadas y “el teniente Kerry ordenó a sus hombres atacar la posición enemiga”, según el informe que hizo el ejército. Al llegar a la playa desde donde habían recibido el ataque, un vietnamita empezó a correr. “Sin dudarlo un instante, Kerry corrió detrás, se enfrentó a él y lo mató, apropiándose de un lanzagranadas B-40.” Kerry declaró mucho después: “Era él o yo. Así de simple”.
Por esta acción, Kerry fue condecorado con una Estrella de Plata. Además obtuvo otras cuatro medallas, fue herido en tres ocasiones y salvó la vida de uno de sus hombres, Jim Rassmann, de 54 años, que ahora hace campaña con él. Rassmann era republicano hasta hace una semana, pero acaba de darse de baja “para votar por Kerry en las elecciones”. “Lo podían haber matado en cualquier momento. Le debo mi vida a este hombre. Después de la explosión empecé a nadar bajo el agua. Lo siguiente que recuerdo es salir a la superficie por aire, alcanzar una red y a John subiéndome al bote. Si él no hubiera estado allí, no tengo ninguna duda de que hubiera caído al río de nuevo”, dijo en la ciudad de Waterloo, en Iowa, el 18 de enero.
De Vietnam a Washington
Kerry llevaba un diario de las operaciones. Al volver se sintió incapaz de trasladar sus notas a un libro, lo que sí acaba de hacer el historiador Douglas Brinkley. En el volumen –una buena guía para saber cómo un joven rico e idealista va a Vietnam, se desengaña, encabeza el movimiento de los veteranos contra la guerra y acaba siendo senador–, se reproducen muchas de las reflexiones del joven teniente, entre ellas su creciente repulsa ante el sufrimiento de la población civil, los pescadores o campesinos que quedaban en medio del fuego: “Aquello traicionaba justamente la razón por la que se suponía que estábamos allí”.
A la vuelta de Vietnam, y después del grito en el Congreso, Kerry estudió derecho y trabajó, en 1976, como asistente del fiscal en un condado de Massachusetts. Desde esa posición tuvo sonadas intervenciones contra el crimen organizado y a favor de la conservación ambiental. En 1982, tras una reñida competición, consiguió ser elegido subgobernador de Massachusetts. Dos años más tarde apuntó al Senado. Su campaña –como la de ahora– empezó muy mal, pero acudió a los veteranos y se dejó la piel en el empeño. Consiguió el escaño en 1984 y hasta ahora se ha mantenido allí, con una feroz pelea en 1996 contra el popular republicano William Weld en la que Kerry hizo lo que hace siempre: empezar mal y acabar bien, resistir cuando todos le dan por acabado y resucitar.
Kerry se operó de cáncer de próstata en febrero del año pasado. Se ha casado dos veces: la primera, por iglesia, en 1970, con la acaudalada Julia Thorne, de la que tuvo dos hijas y de la que se separó en 1982; la segunda, con Teresa Heinz, viuda con tres hijos, heredera de una gran fortuna, por civil, ya que la primera mujer no quiso darle el divorcio por ser ambos católicos.
Los cinco hijos de ambos están trabajando en la campaña electoral de Kerry, que lanzó su candidatura a la nominación demócrata en verano, cuando el ex gobernador de Vermont Howard Dean había abierto el fuego contra Bush por la guerra de Irak. Durante el otoño, Dean inflamó a las bases demócratas y recogió, a través de Internet, más dinero que nadie. Pero Dean ha sido víctima de su éxito: cuando los demócratas han visto que medio país quiere que Bush se vaya, han empezado a pensar, en términos pragmáticos, quién sería el mejor para ganarle. Y las dudas sobre el carácter airado de Dean, además de la experiencia política y la imagen de héroe de Kerry, están inclinando la balanza en su favor.
Aunque comparta con él las iniciales (JFK), la base política y familiar (Massachusetts), la religión católica, la educación privilegiada y la fortuna familiar, Kerry no es Kennedy ni la América de 2004 es la de 1960. Tiene detrás a todo el clan –con el senador Ted Kennedy a la cabeza–, y en la última fase ha conseguido sacudirse, en parte, la imagen de aburrimiento y frialdad que lo acompañaba, y que recreaba en algunos la pesadilla de tener otro Michael Dukakis (el candidato demócrata, también de Massachusetts, que fue batido en 1988 por George Bush, padre, tras una feroz campaña de televisión en la que los republicanos lo acusaron de ser demasiado blando con los delincuentes).
A Kerry le ha asomado por fin la pasión, articula mejor los discursos y trata de ponerse en el pellejo de cada votante. Para Nelson Reyneri, del Comité Nacional del Partido Demócrata, lo más destacado es “su opción en Vietnam, sus protestas después y su dedicación al servicio público, tanto en asuntos nacionales como internacionales”.
Reyneri, que trabajó dos años y medio con Kerry, cree que las críticas que se le hacen de haber pasado demasiado tiempo en la política no tienen sentido, porque “los sondeos indican que la gente quiere a candidatos con liderazgo demostrado y comprometido durante años. Yo lo he visto en muchas situaciones diferentes: analiza la información, dirige a la gente y actúa como lo hacen los líderes, con fortaleza y determinación”.
Y añade: “En las elecciones de Iowa y New Hampshire, que son cara a cara, no de anuncios de televisión, la gente ha respondido, han quedado convencidos de la fuerza de su carácter”.
¿Del Senado a la Casa Blanca?
Lo que Reyneri cree que Kerry tiene, y los demás candidatos no, es una buena base para enfrentarse a Bush. En una situación en la que buena parte del debate electoral se basará aún en la seguridad y en la amenaza del terrorismo, “a Kerry no lo pueden atacar, como a otros, por ser blando”. Para entender el planteamiento hay que escuchar a otro veterano de Vietnam, el ex senador Max Cleland, al que le faltan las dos piernas y un brazo, cuando dice desde su silla de ruedas por qué Kerry debe ser el candidato: “El y yo nos desangramos y casi morimos en el mismo campo de batalla. Y tiene las cualidades que queremos que tenga un presidente, cuando nuestro país está amenazado por el terrorismo y por el estado de la economía”.
Si ese flanco está cubierto –y Kerry votó a favor de la guerra, aunque critique los engaños y los errores de Bush–, los republicanos atacarán a Kerry por la economía. Pero el candidato puede defenderse, porque su historial económico y fiscal ha seguido las pautas del centrismo de Clinton, como señala un miembro del equipo del senador que no quiere ser identificado: “Si tratan de decir que es un progresista que sólo piensa en gastar se equivocarán, porque en un senador bastante moderado, que comparte los valores del partido, pero que es un pragmático y, repito, un moderado”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.