Mié 25.02.2004

EL MUNDO  › LO QUE OCURRIO Y LO QUE VIENE EN UN PAIS HUNDIDO

Anatomía de una desintegración

› Por Mercedes López San Miguel

La intervención pública de ayer del presidente de Haití, Jean Bertrand Aristide, pidiendo auxilio a la comunidad internacional y mostrando voluntad de anticipar las elecciones parlamentarias para noviembre, sonó hueca ante otra realidad: la oposición tanto política como armada rechaza el plan internacional, esto es, prolongar su estadía en el poder. Sin un ejército –Aristide lo disolvió–, el mandatario cuenta sólo con 4000 agentes de policía –cuando al inicio de la revuelta ese número se elevaba a 5000–, lo que deja entrever la magnitud de lo que podrá pasar si los rebeldes logran, tal como amenazan para los próximos días, el control de la capital Puerto Príncipe.
El levantamiento rebelde que comenzó el 5 de febrero ya se ha saldado con la muerte de alrededor de 70 personas en todo el país, y fuentes del gobierno no descartan una guerra civil. Al principio la oposición armada consistía en bandas locales sin una dirección política y de lealtad cambiante. Pero volvieron remanentes del pasado sangriento. El ex militar de la intentona golpista en 2001, Guy Philippe, fugado a República Dominicana acusado de narcotráfico, llegó para dirigir la captura de ciudades en el centro y norte del país. El norte está en manos rebeldes. El otro líder de la oposición en armas es el ex oficial Louis-Jodel Chamblain, quien durante la dictadura de los Cedras (1991-94) fue uno de los jefes paramilitares que perseguía a los seguidores de Aristide. La opositora no armada Plataforma Democrática liderada por Evans Paul se distancia de los violentos, pero tampoco acuerda una salida negociada. El plan que EE.UU., los países del Caribe, la OEA, Francia y Canadá presentaron el fin de semana –y que preveía el cambio de premier, quien controlaría la policía y desarticularía la oposición– ya naufraga en las aguas del Caribe.
La crisis actual refleja la extrema precariedad de las estructuras económicas, sociales e institucionales de la república más pobre de este continente. Ahora la comunidad internacional podría repetir un éxodo masivo de haitianos hacia las costas de Florida, similar al vivido tras el golpe de 1991, en el que decenas de miles de balseros alcanzaron las costas estadounidenses, creando una grave crisis humanitaria en Estados Unidos.
El país, de pobreza extrema y endémica violencia, que desde su independencia de Francia ha pasado por más de 30 golpes de Estado y largos períodos de dictaduras, revive la amenaza de la caída en el destino de Aristide. El presidente fue expulsado de su mandato en 1991 por un golpe militar. Estados Unidos invadió Haití en 1994 para reinstalarlo en el poder. Luego, el ex cura salesiano disolvió el ejército y lo reemplazó por el cuerpo de policía. El regreso de Aristide a Puerto Príncipe estuvo acompañado de promesas de asistencia externa para reconstruir ese pequeño país, al tiempo que se hablaba de pluralismo y libertad. Pero cedieron ante al bandolerismo, la intriga permanente y la resolución criminal de las disputas políticas. Ahora, los tiempos han cambiado para el gobernante.

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