Sáb 28.02.2004

EL MUNDO  › CRONICA DE LOS SAQUEOS, LOS ASESINATOS Y LAS BARRICADAS EN LA CAPITAL ASEDIADA

El Puerto Príncipe de las Tinieblas

Mireblais, una ciudad de 140.000 habitantes a menos de 50 kilómetros de Puerto Príncipe, cayó ayer bajo poder de los rebeldes haitianos, mientras la capital se convertía en una orgía de saqueos y destrucción y el presidente Aristide seguía negándose a renunciar.

Por Juan Jesús Aznárez *
Desde Puerto Príncipe

Las milicias contra el gobierno de Jean Bertrand Aristide cerraron la pinza sobre Puerto Príncipe con la conquista de Mireblais, a menos de cincuenta kilómetros de una capital nuevamente bajo asedio, tomada por bandas de aspecto pavoroso que hostigan a balazos, saquean y juran dar la vida por el presidente y aplastar a sus enemigos. “¡Si Aristide se va, corten cabezas y quemen viviendas!”, ordenan sus cabecillas, enarbolando la divisa de los generales negros en la guerra de independencia contra el poder colonial de Francia.
Los tres cadáveres encontrados ayer, presumiblemente de opositores, la probable existencia de otros, el sistemático asalto a los automovilistas que se aventuran, la quema de dos surtidores de gasolina y el cierre de comercios multiplicaron la psicosis de revancha y degollina. Estados Unidos y Francia animan la renuncia de Jean Bertrand Aristide, pero el ex cura salesiano no parece dispuesto al abandono porque probablemente aún confía en la capacidad disuasoria del horror y las matanzas por él mismo anticipadas si los insurrectos asaltan la ciudad. El gobernante piensa que el espanto en ciernes debiera activar el despacho de una fuerza internacional, pedida por el Caricom (Comunidad del Caribe), que ayude a contener el avance de los sublevados y salve su presidencia al obligar a una negociación política. “Esto es como una marmita. Puede estallar en cualquier momento”, según François Handfield, empleado de la ONU, que el jueves abandonó el país con otros 100 funcionarios. La noche del jueves pareció de cuchillos largos porque las sombras de los chimeres y los neumáticos incendiados cerca de los hoteles de la prensa internacional y la zona de Petión Ville presagiaban tormenta. No la hubo, pero las detonaciones y el tiroteo sobre viviendas opositoras, algunas habitadas por franceses, sobrecogieron. Algunos dispensarios recibieron heridos de bala. A esa hora, el comandante Guy Phillipe y los ex militares a sus órdenes estrechaban el asedio de la capital, mientras la retaguardia aguarda órdenes en las piscinas de los hoteles de Cabo Haitiano o sestea en la portuaria Gonaives. La soldadesca atacante no combatió ayer cuerpo a cuerpo, ni asaltó trincheras a bayoneta calada porque la policía gubernamental de Mireblais, la última presa, con 140.000 habitantes, fue ahuyentada casi a gritos. La cárcel municipal, con 67 reclusos, quedó abierta. “¡Viva el ejército!”, gritaban los presos poniendo pies en polvorosa. El ejército fue abolido en el año 1994. Los Cayos, tercera ciudad en importancia, había caído antes. La marcha de las hordas antigubernamentales se efectúa por los cuatro puntos cardinales, después de cortar los accesos a siete de las nueve provincias haitianas, y es tan cómoda que infunde sospechas sobre las verdaderas intenciones del ex clérigo de la Teología de la Liberación.
El populacho capitalino que patrulla con armas y en camiones y unos 3000 policías, desmoralizados y proclives a la diarrea en las comisarías tomadas, protege, de momento, al gobernante. La conquista de Los Cayos fue ejecutada por las cuadrillas de la denominada Resistencia de Base, aliada con la Plataforma Democrática, que agrupa a los partidos políticos de oposición, todos a la espera de la caída de la última ficha del dominó. En Puerto Príncipe, un grupo robó las armas de los guardias de una universidad privada y la estampida de los empleados de Tele-Haití, única cadena de televisión por cable, fue inmediata cuando algunos trogloditas amenazaron con convertirlos en antorchas vivientes. El desorden y el sobresalto son enormes en esta mísera nación de ocho millones de habitantes, el grueso ocupado en la propia supervivencia. Una turba juvenil vitoreó a Aristide frente al Palacio Nacional durante la mañana de ayer y, con topadoras y grúas de horquilla, levantó barricadas de chasis de automóvil, postes, sillas y basura, inagotable en esta caótica ciudad de más de dos millones de habitantes. Aquellos que escaparon de los retenes instalados por las pandillas oficialistas se santiguaron: “Tuvimos suerte de escapar con vida”. Las primeras venganzas fueron conocidas al alba: dos cadáveres con las cabezas reventadas a disparos yacían en la céntrica avenida hacia el aeropuerto internacional. No se descarta su asesinato en una comisaría o cárcel porque estaban maniatados, sin los cordones de los zapatos, ni la correa del pantalón: boca abajo uno, casi mirando al cielo, el otro, ultimados los dos a quemarropa. El tercero apareció en un arrabal.
La mayoría de las líneas aéreas internacionales suspendió sus vuelos a la nación antillana; la Asociación de las Industrias de Haití (ADIH) calcula los daños causados por los disturbios de la capital y la oposición de esta crisis enfría el champán y ofrece una “salida razonable” a Jean Bertrand Aristide. Las embajadas prosiguen con la evacuación de sus nacionales, mientras la francesa protestó el ataque a compatriotas en Martissant, situada en la periferia de Puerto Príncipe. El gobierno haitiano tiene la obligación de “garantizar la seguridad de todos”, pidió la legación en un comunicado, de grotesca lectura en las actuales circunstancias. Todo indica que el hostigamiento a balazos responde a la renuncia de Aristide reclamada por París. “Dejaré el palacio presidencial el 7 de febrero del año 2006”, reiteró el presidente.
La violencia y excarcelación acentuaron la penuria de alimentos y medicinas, entre los cientos de miles de habitantes de las ciudades aisladas; también, el éxodo de haitianos hacia República Dominicana, cerca de 400, Jamaica y Cuba, mientras Estados Unidos devolvía medio millar de boat people. No importa, volverán a hacerse a la mar porque, al igual que el millón de compatriotas emigrante durante decenios, creen que, con Aristide o sin él, Haití no tiene futuro.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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