EL MUNDO
› PANORAMA POLITICO
EJEMPLAR
› Por J. M. Pasquini Durán
Conmovedor, formidable y ejemplar fue el repudio cívico del pueblo español contra el siniestro acto terrorista del 11 de marzo. Millones de personas, cuyo número superó cualquier otra expresión multitudinaria tanto en el total del país como en las parciales de las capitales autonómicas, se volcaron a las calles para expresar el dolor, la indignación y el compromiso con la libertad, la paz y la justicia en el Estado de derecho. Muchos de los participantes habrán tenido que vencer el miedo a una reincidencia del horror y las prevenciones de enfrentamientos entre facciones opuestas debido a la inminencia de las elecciones generales convocadas para mañana, domingo. Sin embargo, excepto algunos hechos aislados, las abigarradas manifestaciones reunieron a las pluralidades políticas, incluso a los principales candidatos a la presidencia, y a los hombres y mujeres sin afiliaciones partidarias, con presencia aluvional de jóvenes, en una espectacular demostración de convivencia democrática.
Esa convivencia, por supuesto, no obligó a nadie a renegar de sus propias convicciones, pero casi todos comprendieron que son momentos de preguntarse y cavilar sobre asuntos del bien común. De acuerdo con las crónicas españolas e internacionales, una de las consignas más generalizadas fue un interrogante: “¿Quién ha sido?”, un modo de advertirle al gobierno de José María Aznar que no trate de aprovechar la tragedia para influir en los votantes. La manipulación tiene que ver con la identidad de los terroristas, ya que si fuera ETA podría fortalecer al partido de gobierno, como garante de la represión sin concesiones, y si fuera Al-Qaida podría interpretarse que es una consecuencia de la alianza de Aznar con George W. Bush en la ocupación de Irak. Otra posibilidad provocada por la indefinición sería la abstención de votantes independientes, ya que el voto no es obligatorio o, en el extremo opuesto la opción emocional, determinada por los acontecimientos de las últimas 48 horas. La experiencia histórica, en general, indica que el terrorismo fanático en una sociedad pluralista suele beneficiar a la derecha, pero habrá que ver si el domingo en España se confirma o desmiente esa conclusión primaria.
Lo más probable es que las multitudes en la calle no alcancen a disuadir a los terroristas, pero es el camino adecuado, porque sólo convocando a las mayorías para aislar a los violentos podrán ser desalojados de la sociedad. En esta ocasión, los autores del atentado no tuvieron la excusa de atacar emblemas del capitalismo imperialista, como pretendieron justificar las injustificables masacres de las Torres Gemelas de Manhattan y la sede del Pentágono, porque esta vez las víctimas eran sencillos trabajadores y estudiantes que viajaban en tren hacia sus obligaciones cotidianas. No existe razón ideológica, religiosa o étnica que alcance para explicar semejante horror y, por el contrario, envolvieron en el dolor y el repudio a toda persona decente, más allá de las filiaciones políticas de cada uno. Las manifestaciones de ayer fueron convocadas y encabezadas en Madrid por el presidente Aznar, el príncipe y las infantas de la corona española y los líderes de todos los partidos. Aznar es conservador, como lo era Menem cuando fue atacada la sede de la AMIA, pero la diferencia de actitudes frente a la tragedia indica que en la derecha también hay matices, pero sobre todo que la madurez democrática de cada sociedad obliga a los dirigentes a determinados comportamientos. Aun con gobernantes progresistas o de centroizquierda, la participación ciudadana es el factor determinante de las conductas cupulares.
Cuando ya no existen territorios invulnerables al terrorismo fanático, la respuesta equivocada es la represión militar, con un ejército mundial como el que pretende Bush, y la única actitud efectiva, en el mediano y largo plazo, es el compromiso cívico, civil, en contra de las violenciasde esa naturaleza. Ayer, en España, los cronistas en el lugar destacaban que por momentos las marchas callejeras combinaban su repudio al terrorismo con la demanda de paz, en franca colisión con la política exterior de Aznar. Paz fue también una consigna destacada en el acto solidario que se realizó en Buenos Aires, lo mismo que en otras capitales del mundo. El planeta entero, como voceaban ayer los manifestantes, viajó en el tren de la muerte y la desolación.
En situaciones trágicas, cada pueblo evoca la experiencia de sus propios dolores y de sus reacciones. Argentina tiene un ancho espacio de memoria, puesto que sus heridas aún permanecen abiertas. Hay miles de tumbas abiertas, porque los criminales, dentro y fuera del Estado, todavía no han sido alcanzados por la verdad y la justicia. Están los crímenes cometidos por la Triple A, por el terrorismo de Estado durante la dictadura, por el terrorismo fanático contra la embajada de Israel y la sede de AMIA, por la represión del gatillo fácil en estas dos décadas de democracia, la mayor parte todavía impunes. Este simple recuento sirve para demostrar que la utilidad de la lucha por los derechos humanos conserva absoluta vigencia, no sólo para esclarecer el pasado sino para preservar el futuro. Es una tarea social, indelegable en ningún poder, ni siquiera ahora que el presidente Néstor Kirchner muestra un compromiso firme contra la impunidad y por la reivindicación de los caídos. En todo caso, ese compromiso debe alentar a los ciudadanos a sumarse a tareas que por años estuvieron restringidas a círculos minoritarios.
Al hablar de la necesaria expansión a la mayor parte de la sociedad, la referencia no involucra a los afectados directos o a ciertas capas de la población, los más ilustrados o mejor informados, sino en lugar destacado a los excluidos, a los pobres y a los indigentes, que son las víctimas masivas actuales, casi otra forma de genocidio, de la violación deliberada de los derechos humanos, título que contiene a los derechos económicos y sociales, entre ellos el trabajo, la educación, la salud, la vivienda y la dignidad. El terrorismo, con la muerte, ni se ocupa de estos propósitos, que son la razón de ser de los derechos humanos, emblema de vida. Sería deseable que lo mismo que las tragedias, la pluralidad democrática se reuniera en el esfuerzo compartido de realizar los derechos humanos.