EL MUNDO / NOTA DE TAPA › INVESTIGACION SOBRE LAS PISTAS
VERDADERAS Y FALSAS DEL CUADRUPLE ATENTADO
› Por Raúl Kollmann
Aznar insiste en acusar a ETA, pero se desmoronan los indicios en su contra. La organización vasca negó su participación. Los detonadores utilizados son los mismos que aparecieron en el auto con El Corán. Ante las novedades, Francia y Gran Bretaña elevaron su alerta al máximo nivel
EL MUNDO › PANORAMA POLITICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Conmovedor, formidable y ejemplar fue el repudio cívico del pueblo español contra el siniestro acto terrorista del 11 de marzo.... [+]
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
› Por Julio Nudler
Cuando se habla de una quita nominal del 75 por ciento sobre la deuda, ¿qué quita se infligirá realmente a los tenedores de los bonos... [+]
› Por Osvaldo Bayer
Treinta años. Cómo nos humillaron hasta el hartazgo. Primero todas las zancadillas posibles para que sacáramos la bandera de... [+]
PIRULO DE TAPA
Por Ernesto Tiffenberg
“Solo se dará información cuando se tenga la plena seguridad de que es cierta.” Así cerró el presidente español José María Aznar cualquier intento de preguntarle por los autores de la masacre. Nadie podría discutir lo atinado de la afirmación si el propio Aznar en primer lugar, y todo su gobierno detrás, no hubieran difundido desde el minuto posterior al desastre que los autores eran indubitablemente los miembros de la ETA.
Sólo 24 horas más tarde, todas las acusaciones contra la organización terrorista vasca parecen limitarse al análisis político. “¿Cómo un funcionario con dos dedos de frente en España, ante un atentado como el de ayer, no tiene que pensar lógicamente, razonablemente, que tiene que ser esa banda la autora?”, se preguntó el propio presidente. Poco antes había quedado desmentido el único elemento objetivo que señalaba en esa dirección. Ahora se sabe que el tipo de explosivo utilizado no fue el que usa ETA desde que hace tres años asaltó la fábrica que lo produce en el sur de Francia, tal como falsamente difundieron horas después de la explosión funcionarios policiales dependientes del Ejecutivo español, sino Goma 2, producido en España y varios países europeos. Esa información no era cierta.
Lo único cierto es que la cúpula del Partido Popular español no tuvo ningún reparo en aprovechar el espantoso atentado para fortalecer sus posiciones frente a las decisivas elecciones de mañana. Decidido a alejar los fantasmas de su impopular decisión de sumarse a la invasión de Irak, resolvió que lo más rentable sería culpabilizar a ETA, con la que ya había conseguido embarrar a los socialistas por las reuniones secretas de su aliado catalán con miembros de esa organización, y no dudó en decir que “no cabía la menor duda” de su responsabilidad a pesar de que dudar era lo único que cabía. Ahora, aunque el gobierno español se empeñe en disimularlo hasta pasadas las elecciones, todos los indicios apuntan a Al-Qaida. Pero ni siquiera si se comprueba en el futuro la implicación de ETA disminuiría la irresponsabilidad de la “picardía” de Aznar.
Los argentinos no pueden sorprenderse por este uso político del dolor. Cuando un auto bomba destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires el entonces presidente Carlos Menem tuvo un reflejo similar. Aún no se disipaba el humo de la explosión y ya estaba en los medios para acusar a una combinación de “carapintadas y nazis argentinos”, por entonces palpables enemigos de su gobierno. Buscaba alejar del inevitable debate público su decisión de sumarse militarmente a las huestes que protagonizaron la primera guerra contra Saddam Hussein, y su larga y frívola historia de seducciones y traiciones con los principales líderes sirios, libios, palestinos e israelíes con la que abrió en Buenos Aires una puerta al conflicto de Medio Oriente.
Quizás Aznar no hizo nada muy distinto de lo que hubiera hecho otro político –después de todo la hipocresía es un componente básico y muchas veces legítimo de esa actividad, aunque provoque náuseas cuando se emparenta con la tragedia–, pero resulta útil recordar que es el mismo, junto con George Bush, que en los últimos tiempos se quejó una y otra vez de que Argentina no tiene “buena fe” en su trato con los acreedores. Sus últimas 48 horas no hablan muy bien de la suya.
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