EL MUNDO
› COMO SE VOTO EN EL POZO, EL DISTRITO OBRERO ATACADO
Pasión y rabia del barrio rojo
El Pozo del Tío Raimundo es un barrio obrero de izquierda en las afueras de Madrid. Fue reprimido por Franco. Y fue blanco de los atentados del 11-M. Aquí, la emoción y lo que se dijo allí ayer.
Por Elizabeth Nash *
Desde El Pozo
del Tío Raimundo, Madrid
La votación fue rápida y furiosa ayer en El Pozo, el suburbio en el corazón del “cinturón rojo” de la clase trabajadora de Madrid donde estalló una de las 10 bombas que el jueves devastaron a la comunidad y a la nación. Sus habitantes se amontonaban sobre el pavimento y hacían cola para votar con un espíritu de determinación salpicado de bronca. Los votantes de este lugar recuerdan su lucha para convertir sus casillas de chapa acanalada y barro en monoblocks de ladrillo. Conchita, de 63 años, me agarró del brazo y caminó conmigo hacia el puesto de votación, parándose cada tanto para saludar a un vecino con una simple palabra: “¿Alguien?”. “No, gracias a Dios”, era la respuesta la mayoría de las veces. Pero algunos murmuraban haber estado en el funeral de un amigo o conocido.
La vereda de la escuela primaria Madrid Sur estaba repleta de gente. “Nunca había visto votar a tanta gente desde la muerte del dictador en 1975. Y ésta siempre ha sido una zona muy militante”, dijo Antonio Méndez, miembro del comité local del Partido Socialista desde 1976. “Creo que al venir a votar la gente quiere expresar su solidaridad con todos los que perdieron a un ser querido”, agregó. Esperanza López vino a votar con su esposo Antonio y sus hijos adolescentes Alejandro y Cristina. No tiene ninguna duda sobre quiénes son los culpables de los atentados. “Este es el precio que hemos pagado por apoyar a Bush. Nunca antes habíamos tenido terrorismo internacional en España”, indicó. Toda la familia siempre ha sido socialista, agregó. La casilla para votar estaba enfrente de la estación El Pozo, cerrada y clausurada para los trenes. Ahora se ha convertido en un gigantesco altar lleno de velas, ramos de flores y coronas. El olor de la cera y las rosas era asfixiante y se elevaba sobre un océano de pequeñas llamas que brillaban bajo los rayos del sol.
Mientras, Carmen Alonso agarraba de la mano a su hijo Luis, de 5 años. “Lo traje para que esté al tanto de lo que pasó”, dijo mientras caminaba entre la multitud silenciosa que colocaba cientos, quizá miles, de velas cerca de las vías. Carmen vive al final de la calle y escuchó la explosión. Inmediatamente corrió con su marido a sacar a Luis del jardín de infantes a donde lo habían llevado esa misma mañana, antes de ir a sus trabajos. En su solapa, Carmen no lleva una cinta negra sino un prendedor que dice “No a la guerra”. Y dice que “normalmente nunca hubiera usado esto en un día de elección, pero es mi forma de expresar mi enojo y repudio al gobierno del Partido Popular. Ellos son los culpables. Estoy furiosa, quiero llorar pero no puedo”.
Otros podían, y lo hicieron, mientras leían las cartas que se apilaban en montañas junto a las flores: “Compartimos su pena, Julián Besteiro”, decía un cartelito escrito en letras doradas pegado a una enorme corona de flores. En las paredes de la estación había docenas de hojas de papel impresas: “Todos estábamos en ese tren”, decía una. Otra: “Fui a las manifestaciones contra la guerra, luego a la marcha contra el terrorismo. ¿Qué hago ahora?”. Alguien escribió con aerosol: “Aznar te odio”. Un joven alto con rastas y vestido de negro se paró frente a la pared con los hombros temblorosos. “¿Alguno?”, me animé a preguntarle. Simplemente se alejó.
Calle abajo, enfrente del Café Castillo, el clima era más animado. Varios gitanos vendían su mercadería. Uno ofrecía queso, otro un piyama a tres euros. “Vení, rubiecita, una bolsa de frutillas, las primeras de la temporada. A sólo dos euros.” Así que las compré. Adentro, en la televisión había fútbol y los habitués tomaban jerez y comían langostinos frescos. A sus pies, yacían sus bolsas de supermercado llenas de naranjas y espárragos. “Tiene que recordar que nosotros construimos este barrio”, dijo Agustín Zamora, de 56, un miembro veterano de lo que ahora es la Izquierda Unida, el ex Partido Comunista, y vocero del comité de residentes local. “Ocupamos esta franja al sur de la ciudad cuando era sólo un terreno baldío. En las noches construíamos casuchas desafiando a la Guardia Civil de Franco. Luchamos por viviendas dignas, agua corriente, calles pavimentadas, la estación de ferrocarril. Y por la democracia. Todo lo hicimos nosotros mismos”, explicó. Agustín cree que el gobierno escondió información sobre los atacantes deliberadamente para que los votantes pudieran culpar a ETA. “Ocultaron la verdad hasta el último minuto antes de las elecciones. Me pone furioso”, indicó.
* De The Independent de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.