EL MUNDO
› EL DERRUMBE EN CAMARA LENTA DE LA INVASION A IRAK
Como un castillo de naipes
Los atentados del 11-M en Madrid y la subsiguiente derrota electoral de José María Aznar en España no son hechos aislados, sino los disparadores de una suerte de reacción en cadena que llega a las puertas de la Casa Blanca. La guerra en Irak puede acercarse a su fin, pero los desafíos son más altos que antes.
› Por Claudio Uriarte
La guerra norteamericana en Irak puede hallarse e-sencialmente en sus fases finales y su defunción formal ser una cuestión de fechas. De ser así, el camino que se abre estaría sembrado de peligros y de las luces rojas de la incertidumbre.
Hay una alta capacidad de adelantamiento ajedrecístico de Al-Qaida y Osama bin Laden, aunque sus métodos y sus objetivos resulten repugnantes. Juegan a muchas movidas por adelantado y tienen el distintivo de una estrategia: que, siguiendo datos que estaban a la vista de todo el mundo, por medio de procedimientos relativamente simples, por la puesta en procedimiento de mecanismos que estaban al alcance de todos, producen acontecimientos cataclísmicos, totalmente inesperados. Unen la línea de puntos que no había sido advertida, y el resultado estalla literalmente en la cara de sus desorientados oponentes. Sin embargo, esta estrategia de ofensiva máxima contiene en su seno la posibilidad de una contraofensiva abrumadora, y letal. El derrumbe de las Torres Gemelas y el ataque al Pentágono en septiembre de 2001 produjeron la invasión de Afganistán y, luego, de Irak; las voladuras de los trenes de Madrid el 11-M pueden haber operado la derrota del conservador pronorteamericano José María Aznar en las elecciones del domingo, pero la resaca de los más de 200 muertos en los atentados de los trenes dejan el sustrato de lo que expresó a José Luis Rodríguez Zapatero en su primer mensaje después del triunfo, al enunciar como una de sus prioridades la “lucha contra el terrorismo”. La política de cúpulas gira a la izquierda, pero el sentimiento de masas puede girar a la derecha: la tradicional e instintiva simpatía de los españoles con el mundo árabe ha sido herida, y ya pocos podrán alinearse instintivamente con la causa árabe cuando los atentados palestinos estallan en Jerusalén. Esta es una puesta en escena de la naturaleza paradojal de toda estrategia.
Intentando anticiparse al próximo golpe, se diría que el flanco más expuesto es Italia. La muerte de poco más de una docena de carabinieri en Irak produjo un dilatado y emotivo luto nacional, como subrayando que Italia puede ser la patria del maquiaveismo político, pero no la de los voluntarios a la guerra de trincheras. Adicionalmente, Italia es hogar de una fuerte y cerrada comunidad musulmana, con sus madrassas y sus centros de reclutamiento fundamentalistas. No es una nación de cultura militar, y, aunque la repulsa a la guerra americana no llegó a los niveles de 91 por ciento de España, puede alcanzarlos en cualquier momento a medida que se proyecte el número de bajas o la amenaza de sufrirlas. La aventura militar de “Il Cavaliere” Silvio Berlusconi transita sobre un andarivel casi tan frágil como el de José María Aznar. Considerada la predilección de Al-Qaida por el empleo de medios de transportes civiles (aviones, lanchas, camiones y ahora trenes) como vectores de sus obras destructivas, y la correlativa pasión de los italianos por los automóviles, la compleja e intrincada red de autopistas del país podría brindar una alternativa de acción para los irregulares de Osama bin Laden.
Quedan, entonces, Gran Bretaña y Estados Unidos, el núcleo duro de la coalición para derrocar a Saddam Hussein. Atacar a Gran Bretaña es posible, pero, quizá, no demasiado prudente. Aunque la repulsa previa a la guerra en Irak fue intensa entre sus ciudadanos, se trata, en la definición famosa del estratega estadounidense Edward Luttwak, de “la última nación guerrera de Occidente”, y no es imposible que una masacre de masas en el subterráneo de Londres –más difícil, por la posibilidad policial de controlarlo– o en la red ferroviaria del país –más fácil, porque comprende decenas de miles de kilómetros a cielo abierto y está más expuesta– termine provocando una solidificación de la opinión del país en pos de los objetivos de la guerra antiterrorista. Aún más enigmático es el resultado potencial de un nuevo ataque contra territorio norteamericano. Estados Unidos está en temporada electoral, con las encuestas de opinión condenando anticipadamente a George W. Bush frente al desafío del demócrata John Kerry. Típicamente, una crisis o un atentado a la nación tienden a favorecer al presidente en funciones, a medida que la nación se une detrás de su líder. Sin embargo, ésta es una campaña atípica, donde el candidato demócrata John Kerry ha logrado romper el tabú contra las consignas de la “guerra de clases” –debido a que Bush encarnó una guerra de la clase alta contra la baja– y no es imposible que, mientras Bush se presenta como el candidato de la seguridad nacional, un atentado le golpee en contra: “Si es tan bueno para defendernos, cómo es que sigue habiendo tanto peligro”, podría ser el discurso de la oposición.
Pero es posible que el desmantelamiento de la Operación Libertad Iraquí no requiera de medidas tan dramáticas. Es posible que el atentado de España, seguido por el abandono de la coalición por José Luis Rodríguez Zapatero, sea el inicio de una reacción en cadena que baje a todos los aliados estadounidenses de la escena. Y que John Kerry, si es el próximo presidente de Estados Unidos, continúe en firme el camino de desbande que ya ha iniciado la administración Bush, al fijar la fecha artificial del 30 de junio para el traspaso del poder formal, y lanzar guiños a las Naciones Unidas para que se hagan cargo del paquete de una nación en caos.
Eso, pese a lo seguro que puede sonar, es una prescripción para más y no para menos caos. Las Naciones Unidas no son un santuario de racionalidad, sino un complejo entramado de casi 200 naciones con intereses diferentes y competitivos. Su actuación en la ex Yugoslavia , llena de buenas intenciones, terminó por precipitar el proceso de balcanización. Y las perspectivas de balcanización están en Irak muy presentes, entre una mayoría chiíta que irá a Irán, una minoría sunnita que complotará con Siria, un separatismo kurdo que desestabilizará a Turquía, Siria e Irán y un frente de Al-Qaida que intentará aprovechar el vacío de poder. Es la perspectiva de una desintegración nacional.