Dom 28.03.2004

EL MUNDO

Una espada de doble filo cuyo nombre es Pakistán

Por Yolanda Monge *
Desde Madrid

“Se cree que está en Afganistán. Es zurdo y camina con la ayuda de un bastón.” Esto es lo que la página oficial del FBI, en su lista de los 10 terroristas más buscados del mundo, dice del cerebro de la Jihad (guerra santa) y responsable de los atentados del 11-S. No es mucho. Aunque se aporta un dato más. La Oficina Federal de Investigación de Estados Unidos lo quiere “vivo o muerto”. Veinticinco millones de dólares es la recompensa. Doblados a 50 desde el pasado jueves (tras los atentados del 11-M en Madrid).
A pesar del velo de misterio que cubre el paradero del hombre más buscado del planeta, de las muchas hipótesis y de las escasas certezas, todos los dedos apuntan a un lugar en el mapa: en algún punto en medio de altísimos peñascos a lo largo de los 1500 kilómetros de la frontera entre Pakistán y Afganistán. Apurando más: Pakistán, en Waziristán del Sur, una zona donde tanto los talibanes como los seguidores de Al Qaida son recibidos con simpatía. Esa zona tribal es un conjunto de montañas áridas y valles profundos. Sus habitantes son pashtunes musulmanes y se rigen por un código milenario, el pashtunwali, que domina todos los aspectos de su vida. Tienen su propio sistema judicial, sus propias milicias y la autoridad de Islamabad raramente se impone. Sus principales fuentes de subsistencia son el secuestro, el contrabando y el tráfico de drogas.
Las montañas que separan Pakistán de Afganistán han sido desde siempre una frontera porosa y sin control. Sin duda, el mejor lugar para ocultarse. Pero el ejército de Pakistán está determinado a sacar a Bin Laden de su madriguera –si es que está en ella–. Más de 70.000 soldados paquistaníes, apoyados por helicópteros artillados y aviones, participan en una operación que comenzó esta semana y que se ha intensificado en las últimas horas.
Es la nueva ofensiva lanzada por Pakistán en su territorio a la búsqueda de miembros de la red terrorista. La noticia coincide con el anuncio del presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en el que aprobaba a finales de febrero un nuevo plan por el que se intensificaban los esfuerzos para “capturar o matar” al líder de Al Qaida. Con Saddam Hussein bajo llave, retirar el letrero de busca y captura de Bin Laden daría un enorme impulso a la campaña electoral de Bush para su reelección en noviembre. Quizá por eso, la prensa norteamericana lleva semanas lanzando una pregunta: “¿Dónde está Bin Laden?”.
El diario The New York Times se cuestionaba a finales del año pasado: si las fuerzas americanas fueron capaces de encontrar escondido en un agujero en medio de Irak a Sa-
ddam Hussein, ¿por qué no son capaces de encontrar a Osama bin Laden o al líder talibán fugitivo, el mulá Mohamed Omar? Puede que el dato de que en Irak haya 12 veces más efectivos que en Afganistán sea de ayuda (120.000 hombres frente a 10.000). Pero preguntados sobre esta cuestión, tanto funcionarios estadounidenses como afganos y paquistaníes resuelven el enigma de forma tajante: ambas búsquedas son muy diferentes. “A mi entender, están donde empezaron”, asegura en el Times Peter Bergen, experto en terrorismo y autor de Holy War, Inc. “Mi impresión es que no están dedicando muchas fuerzas al asunto. Parece un tema olvidado. Puede que la captura de Saddam lo traiga de nuevo al interés informativo.”
La última vez que se mostró la imagen de Bin Laden al mundo fue en 2003, en el segundo aniversario de los atentados terroristas del 11 de septiembre. La televisión Al Jazira hacía público un video –con anterioridad hubo otros– en el que Bin Laden bajaba la ladera de una montaña ayudado por un bastón junto a su lugarteniente, el doctor Ayman Al Zawahiri. Ese fue un fotograma de televisión.
La última vez que apareció en público, en persona, vestido con camisa y pantalón gris y su chaqueta de camuflaje, fue el 11 de noviembre de 2001. Una caravana de más de 200 vehículos abandonaba a toda velocidad Jalalabad, este de Afganistán, rumbo a Tora Bora, un recóndito enclave al pie de la cordillera de Spin Gar. Varios testigos relataron que Bin Laden viajaba en el tercer coche. El día anterior a su huida habló ante un millar de líderes tribales pastunes en un centro islámico de Jalalabad. “Los americanos planean invadirnos, pero si creemos en Alá les daremos una lección, la misma que les dimos a los rusos.”
En aquel noviembre de 2001, la guerra de EE.UU. contra los talibanes marchaba sobre ruedas y la Alianza del Norte estaba a punto de tomar Kabul con apoyo de la fuerza aérea norteamericana. EE.UU. pretendió que el posterior asedio a Tora Bora enterrara a Bin Laden, pero fue el mayor descalabro de Washington en la guerra de Afganistán. Y Bin Laden desapareció. Desde entonces se han multiplicado exponencialmente las preguntas sobre su persona.
Vivo o muerto, en Pakistán o en Afganistán, a Bin Laden se le truncó la vida con la guerra del Golfo Pérsico de 1991 y la implicación en ésta de su país, Arabia Saudita. Huyó a Sudán, donde vivió cinco años y medio. Su objetivo entonces era derribar a la monarquía saudita y establecer un régimen islámico fiel a las enseñanzas del Corán y “merecedor” de ser el guardián de La Meca.
Quienes recuerdan a Bin Laden de joven dicen que era el más religioso de todos sus hermanos. Pero su gran transformación se produjo en 1979, tras la invasión soviética de Afganistán. Respondió a la petición de ayuda de sus hermanos afganos y organizó el reclutamiento de miles de voluntarios en todo el mundo árabe, pagó un campo de entrenamiento en Sudán y financió la construcción de pasos clandestinos en la frontera de Pakistán para que los mujaidines pudieran entrar en Afganistán y ejecutar operaciones de castigo contra el invasor. En 1986 abandonó ese trabajo, agarró una Kalashnikov y se puso a luchar, dirigiendo la ofensiva de Sabah, donde derrotaron a los soviéticos.
Prácticamente desconocido en Occidente hasta los atentados del 11-S, Bin Laden es un personaje clave entre los radicales islámicos. Nacido en Arabia Saudita en 1957 en el seno de una familia acaudalada, maneja una fortuna de más de 250 millones de dólares al servicio del terror.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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