EL MUNDO
Conozcan al Patti “made in France”
Nicolas Sarkozy es la derecha de la derecha, sobre todo en temas de seguridad. Por eso es la gran esperanza negra en las elecciones de hoy.
› Por Eduardo Febbro
Página/12
en Francia
Desde París
¿Cómo un hombre despreciado, odiado, vilipendiado, puede convertirse en el hombre providencial de un poder que tambalea bajo el peso de las urnas? Para encarnar esa proeza hay que llamarse Nicolas Sarkozy, el actual ministro francés del Interior. La sola evocación de su nombre provoca un espasmo de horror entre los electores de la izquierda francesa e incluso “en el seno de la mayoría conservadora gobernante”. Simpático, elocuente, infatigable, blindado a todos los ataques e insultos, intuitivo e inteligente, oportunista y cínico, el ministro del Interior se ha convertido en la tabla salvadora de la derecha francesa decapitada por las urnas al cabo de la primera vuelta de las elecciones cantonales y regionales del domingo pasado. La prensa de oposición lo llama “el primer policía de Francia”, sus amigos “speedy Sarko”, sus detractores lo acusan –con razón– de haber hecho votar las leyes más represivas que haya tenido Francia y sus aliados ponderan su capacidad de trabajo y su instinto político. Nicolas Sarkozy molesta, tanto a la derecha como a la izquierda. Y, sin embargo, al día siguiente de la derrota sufrida por la derecha en las elecciones regionales, sus peores enemigos, es decir, el actual primer ministro Jean-Pierre Raffarin, lo llamaron a él para salvar el barco encallado en las urnas.
A los 49 años recién cumplidos, Sarkozy ya cuenta con una trayectoria política nutrida. Dos biografías y el título de “hombre del año” otorgado en el 2003 por el semanario derechista Le Point consagran el peso que ejerce el ministro del Interior en el panorama político nacional. No hay mejor definición de los sentimientos que provoca Sarkozy como la de su propia fisonomía. El ministro muestra siempre un doble gesto en sus rasgos, una suerte de sonrisa infantil y, al mismo tiempo, un rictus amargo en la comisura de los labios. La opinión pública lo ha llevado al estrellato de casi un 70 por ciento de popularidad. En una sociedad como la francesa, que en cada sombra ve la amenaza de un robo perpetrado por un inmigrado africano, Sarkozy aparece, y así lo señala una de sus biografías, El instinto del poder, como “el campeón del retorno del orden moral y de la paranoia de la seguridad”. La definición no es exagerada. Bajo su mención, Francia aprobó un psicodélico cóctel de medidas represivas que abarcan todos los campos: mendicidad en las calles, prostitución, represión en los suburbios, libertades públicas, terrorismo, lucha contra la inmigración clandestina. Según calculó un grupo de abogados franceses, 9 de las 12 propuestas en materia de seguridad que figuraban en el programa de la extrema derecha francesa fueron convertidas en ley por Sarkozy. Su ley sobre la “seguridad interior” y sobre la “prevención de la delincuencia” constituyen obras maestras del control policial de la sociedad. Sarkozy ni siquiera ha olvidado integrar en los proyectos de ley las figuras como la de la “delación” o la “tolerancia cero” ante la delincuencia. A veces, al escucharlo hablar, si no se conociera su trayectoria “democrática”, cualquiera pensaría que está oyendo a un extremista con camisa negra. En sus labios, los inmigrados y las personas oriundas de los suburbios son, en su mayoría, delincuentes en potencia. Obsesionado por sacarle votos a la extrema derecha del Frente Nacional acercándose a su discurso sobre la seguridad, el ministro del Interior perdió sin embargo la batalla: al cabo de la primera vuelta de las elecciones cantonales y regionales, la extrema derecha no retrocedió un centímetro. En cambio, la derecha tradicional quedó seis puntos por debajo de los socialistas.
Intendente a los 28 años, diputado a los 34, ministro a los 38 y de nuevo ministro a los 47, Nicolas Sarkozy acumuló los éxitos hasta el año 1995. Su carrera se “cortó” de golpe cuando, en contra de lo que se suponía, apoyó la candidatura presidencial del entonces primer ministro liberal Eduard Balladur en contra de la del actual presidente Jacques Chirac. Pero después de unos años en el patíbulo regresó al primer plano con la cartera del Interior. “Agarro todo y peleo incluso por el último lugar. Es así porque siempre me sentí ilegítimo en cada lugar que estuve”, confiesa el ministro para explicar su frenética actividad y su apariciones en todos los frentes. “Nicolas avanza hasta que encuentra un muro”, dice uno de sus allegados. Como el presidente francés, detesta “mirar hacia atrás”. Su futuro soñado y no declarado es la presidencia. Entre él y ese proyecto están los clanes de la derecha que no le perdonan su ambición y, desde luego, las urnas, que tampoco le perdonan del todo sus excesos en materia de seguridad.