EL MUNDO
› OPINION
A no cantar victoria aún
› Por Claudio Uriarte
Podrá sonar anticlimático, pero George W. Bush no tiene su derrota asegurada en las elecciones del 3 de noviembre. ¿Cómo? ¿Después de la peor semana en Irak, con la guerra mostrando todas las perspectivas de agravarse, con su coalición en desbande, con la puesta en evidencia de fallos de Inteligencia cada vez más flagrantes antes del 11-S, con el evidente trabajo de ocultamiento por parte de su gobierno de sus oscuras mecánicas internas, con un mercado laboral afectado por el outsourcing –la exportación de puestos de trabajo–, con un candidato opositor tan tallado a la perfección de cada gusto como John F. Kerry, y con encuestas en sostenido declive? Sí: aun así, Bush todavía puede ganar. Por un lado, quedan aún siete meses ricos en acontecimientos imprevisibles hasta las elecciones. Pero, por otro lado, la situación no es tan caótica como parece, y –algo que suele olvidarse– la mayoría de las crisis suele ayudar al ejecutivo en funciones.
Hay que poner las cosas en perspectiva. El surgimiento electoral de Kerry es indudable, pero también era prácticamente inevitable –a menos que se tratara de un verdadero inútil– en la temporada de primarias demócratas, donde un candidato que además de ser excelente en todos los sentidos recibió la publicidad gratis que da la simple cobertura televisiva de un evento de importancia nacional de esa naturaleza. Pero los factores de animadversión contra Bush se pueden estar exagerando. El senador Ted Kennedy, por ejemplo, dijo esta semana que Irak es el Vietnam de Bush. Pero, por una parte, olvida que Richard Nixon ganó su reelección en medio de la guerra de Vietnam y, por otra, que la analogía está vastamente exagerada por dos razones. La primera, que en la guerra de Vietnam llegó a haber 3000 muertos estadounidenses por mes –sin hablar de sus aliados sudvietnamitas– contra menos de 600 desde la entrada triunfal de las tropas invasoras en Bagdad, hace un año. La segunda, que en la guerra de Vietnam lo que luchaba era un ejército de conscriptos, de movilización compulsiva, mientras lo que está luchando ahora en Irak es un ejército profesional. Por horribles que sean las escenas que aparecen en televisión –y no por nada los iraquíes eligieron linchar a civiles en vez de a militares norteamericanos–, el espacio de dispersión de su efecto es necesariamente más estricto.
No –recuerdan todos–: las elecciones norteamericanas se ganan (o se pierden) por la economía. Pero la economía, parafraseando una boutade del escritor argentino H. A. Murena sobre la oligarquía, se parece muchas veces a un estado de ánimo. El outsourcing, o la exportación de puestos de trabajo por las corporaciones estadounidenses hacia países de menores costos laborales –como China, India o Malasia–, y que ha sido tan ardientemente denunciado por Kerry, empezó a parecer un tema relativo con la difusión de las estadísticas de marzo, que muestran un crecimiento de 308.000 empleos y un aumento de la producción industrial, justamente de lo que dependen los llamados swing states –Michigan, Ohio, etc.–, los que decidirán por uno u otro lado quién será el próximo presidente norteamericano. Es verdad que el desempleo sigue en los alrededores del 6 por ciento, pero esto poco se parece a una tragedia. Por otra parte, el outsourcing es difícilmente combatible, y menos aún por un ardiente partidario del libre mercado como John Kerry. Sus propuestas de reforma impositiva para desalentarlo (ver Suplemento Cash, pág 7.), tienen sentido político pero no económico. Si se tiene ánimo vengativo, podría afirmarse que con el outsourcing los efectos de la globalización por fin les llega a los norteamericanos, que la impulsaron en primer lugar. Es cierto, pero esto no modifica las cosas, que consisten en una dura opción entre la globalización y unas guerras comerciales de resultados imprevisibles. (Y de paso, y para volver al eje de nuestro tema, recordemos que fue George W. Bush quien levantó barreras proteccionistas en torno al acero, los textiles y los autos, y entró en conflictos con la Unión Europea y la Organización Mundial de Comercio. En Estados Unidos, el proteccionismoantiglobalizador –paradójicamente– está representado por el oportunista Bush y no por el principista Kerry.)
¿Es bueno que Bush pueda ganar? Desde luego, no: es el presidente norteamericano más irresponsable de que se tenga memoria, y un segundo mandato sólo exacerbaría sus peores tendencias, al librarlo de las riendas y condicionamientos reeleccionistas que caracterizan toda primera presidencia. Por eso, un consejo de prevención podría ser prepararse para lo peor.