Dom 11.04.2004

EL MUNDO  › OPINION

El mensaje es obedezcan y cállense la boca

Por Robert Fisk *

Sólo cierren la boca. Esa es la nueva política internacional de nuestros maestros. Cuando el senador Edward Kennedy tildó a Irak como “el Vietnam de George Bush”, el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, le dijo que se “moderara y que sea más cuidadoso” con sus comentarios. Recuerdo que cuando Estados Unidos comenzó su bombardeo sobre Afganistán, el vocero de la Casa Blanca dijo que algunos periodistas estaban “haciendo preguntas que la gente norteamericana no querría que se hagan”. A principios de los ’80, cuando informé en un artículo que soldados iraníes en un tren de tropas a Teherán estaban escupiendo moco y sangre de sus pulmones por el gas de mostaza de Saddam, un funcionario de la Cancillería británica le dijo a mi director de entonces de The Times, que mi artículo no “ayudaba”. En otras palabras, dejá de criticar a nuestro aliado Saddam.
Así que posiblemente esta política haya estado en funcionamiento desde hace un tiempo. Cuando las autoridades de ocupación deliberadamente ocultaron los ataques contra tropas norteamericanas al comienzo de la ocupación iraquí el año pasado se les dijo a los periodistas que investigaron esta violencia que no estaban cubriendo la totalidad, que solamente pequeñas áreas de Irak estaban intranquilas. Y hubo gestos de desaprobación cuando algunos decidimos observar más de cerca las leyes de prensa del procónsul Paul Bremer el año pasado. Un equipo entero de abogados de la “Autoridad Provisional de la Coalición” fue puesto a trabajar para analizar cómo podían legalizar el cierre y la censura de periódicos iraquíes que “incitaban a la violencia”. Y cuando preguntábamos sobre este tema, el vocero de la Coalición, Dan Senor, anunció que “no toleraremos la incitación a la violencia”.
Así que cuando Bremer cerró el pequeño y tonto semanario de Muqtada Sadr de poca circulación la semana pasada incitó a la misma violencia que él mismo supuestamente quería evitar. ¿Qué anunció el Alto Comisionado norteamericano? “Esto no será tolerado.” Uno de los peores pecados del diario era haber criticado a Paul Bremer por llevar a Irak por el mismo camino por el que lo llevó Saddam, un artículo que Bremer condenó en minucioso detalle en una carta firmada, en un árabe abominable, al director del diario hereje.
Yo estoy totalmente en contra de cualquier incitación a la violencia. De la misma manera que estoy en contra de la incitación a la guerra por medio del uso de reclamos de armas de destrucción masiva y vínculos secretos con Al Qaida. Y como también estoy en contra del uso de las tropas de Saddam contra ciudades iraquíes y del uso del tropas norteamericanas contra ciudades iraquíes. Recordemos que algunos de los milicianos peligrosos de Muqtada Sadr lucharon contra Saddam en el levantamiento de 1991, que nosotros apoyamos y traicionamos. Saddam, por supuesto, sabía cómo manejar a la resistencia. “No toleraremos...”, le dijo a sus comandantes. Y todos sabíamos qué quería decir. No, los norteamericanos no son el Ejército de Saddam. Pero el sitio de Faluja seguramente le dará a esa ciudad un status heroico entre las futuras generaciones de sunnitas iraquíes como lo tiene hoy Basra, rodeada por las hordas de Saddam en 1991, entre los chiítas iraquíes.
Pero igualmente, debemos callarnos. Recuerdo el otoño pasado, cuando la camarilla de neoconservadores de derecha, quienes le urgieron a la administración Bush que entre en guerra, de repente se derrumbó. ¿Qué era este supuesto lobby neoconservador detrás de Bush y Cheney? Quiso saber un columnista del New York Times, ¿quiénes eran estos supuestos ex simpatizantes de la Likud de Israel? Cuando uno de ellos, Richard Perle, apareció en un programa de radio conmigo hace unas semanas, insistió en que las cosas estaban mejorando en Irak, que estábamos en camino a un poco de democracia en la Mesopotamia.
En el momento que sugerí que esto era un caso masivo de autoengaño, Perle me respondió que Fisk “siempre había estado a favor del mantenimiento del régimen Baazzista”. Entendí el mensaje. Quienquiera que criticara este lío sangriento era un Baazzista encubierto, un amante del dictador y sus torturadores. A este punto han caído los halcones de Washington.
Por supuesto que el principio “cierren la boca” es un ida y vuelta. El 16 de marzo de 2003, cuando el mundo estaba obsesionado con la guerra que irrumpiría en Irak tres días después, una tragedia ocurrió en otro campo de batalla 800 kilómetros al oeste de Bagdad. Ese día, un soldado israelí y su comandante, con una topadora Caterpillar de nueve toneladas, pasaron por arriba de una joven activista pacifista llamada Rachel Corrie, quien no estaba armada y era claramente visible con una campera fluorescente, que trataba de proteger un hogar palestino que los israelíes intentaban destruir.
La topadora era parte de la ayuda regular norteamericana a Israel. Israel sobreseyó a su propio ejército de la responsabilidad de la muerte de Rachel, que estaba grabado en video por sus amigos shockeados, y la administración Bush se mantuvo cobardamente en silencio.
La desconsolada madre de Rachel, Elizabeth, ha sido un cuadro a la dignidad. Los ciudadanos norteamericanos, escribió, “deberían preguntarse cómo es que una ciudadana norteamericana desarmada pueda ser asesinada impunemente por un soldado de una nación aliada que recibe ayuda masiva de los Estados Unidos... Cuando tres norteamericanos murieron, presumiblemente por palestinos, en una explosión el 15 de octubre de 2003... el FBI estuvo allá en 24 horas para investigar sus muertes. Después de un año, ni el FBI ni ningún otro equipo norteamericano ha hecho nada para investigar la muerte de una norteamericana por parte de un israelí”.
Bueno, la respuesta es que Bush y su administración saben callarse cuando les conviene. Es lo que Condoleezza Rice intentó hacer al principio, cuando fue llamada a testificar frente a la comisión del 11-S. Y, gracias al servilismo de muchos miembros del cuerpo de prensa de la Casa Blanca y del Pentágono, le ha sido fácil a la administración. ¿Por qué, por ejemplo, no hubo preguntas sobre Rachel Corrie en las conferencias de prensa?
Pareciera ser que siempre y cuando utilices la frase “guerra al terror” estás a resguardo de toda crítica. Ni un solo periodista norteamericano ha investigado los vínculos entre las reglas de combate del ejército israelí, tan livianamente entregada a fuerzas norteamericanas por órdenes de Sharon, y la conducta del ejército norteamericano en Irak. La destrucción de las casas de “sospechosos”, la detención masiva de miles de iraquíes sin juicio, el acordonamiento de pueblos “hostiles” con alambre de púa, el bombardeo de áreas civiles por parte de helicópteros Apache y tanques en búsqueda de “terroristas” son todos parte del léxico militar israelí.
Al sitiar ciudades, cuando las bajas eran demasiado vergonzosos para sostener, el ejército israelí llamaba a “una suspensión unilateral de operaciones ofensivas”. Hicieron esto 11 veces después de haber rodeado Beirut en 1982. Y ayer, el ejército norteamericano declaró una “suspensión unilateral de operaciones ofensivas” en Faluja.
Ni una palabra sobre este paralelo misterioso por parte de periodistas norteamericanos, ninguna pregunta sobre la aún más misteriosa utilización de exactamente el mismo lenguaje. Y en los próximos días, probablemente nos enteremos de cuántos de los 300 muertos en Faluja eran hombres armados sunnitas y cuántos eran mujeres y niños. Seguir las reglas de Israel va a llevar a los norteamericanos al mismo desastre que a los israelíes. Pero supongo que no diremos ni una palabra. Al final, sospecho que los iraquíes probablemente tengan más para decir en las elecciones presidenciales norteamericanas que los votantes norteamericanos. Decidirán si el presidente Bush gana o pierde. Lo mismo se aplica a Blair. Es gracioso pensar que gente tan lejana, solamente 26 millones, puedan cambiar nuestra historia política. Y en lo que respecta a nosotros, supongo que se esperará que cerremos la boca.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.

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