EL MUNDO
› OPINION
Dualismo anglosajón
› Por Marcelo Justo
Aunque Estados Unidos lo desmienta, no debería sorprender que el gobierno de George W. Bush pida a Irán que medie en la crisis con la comunidad chiíta iraquí. Es cierto que en el discurso de Estado de la nación de 2002, Bush clasificó a Irán como uno de los tres países que conformaban el llamado “Eje del mal”, pero sería un error pensar que esta invocación religiosa es la base de una política permanente. Aliado de Irak durante la guerra contra Irán en los ochenta y de los fundamentalistas musulmanes contra el gobierno prosoviético en Afganistán, Estados Unidos en su política exterior combina el inescrupuloso cortoplacismo –que suele caracterizar las relaciones internacionales– con una verborrágica retórica moralista. El gobierno de Ronald Reagan apoyó a Saddam Hussein para erosionar el régimen teocrático del ayatola Jomeini, y armó, financió y entrenó a fundamentalistas musulmanes, entre ellos Osama bin Laden, para crearle un Vietnam islámico al país que encarnaba el mal supremo en la época: el sistema soviético. En ambos casos terminó alimentando monstruos que luego amenazarían su propia seguridad.
Las cosas no han cambiado. En 2002 Bush intentó reafirmar ante su opinión pública sus credenciales de líder duro frente a la amenaza terrorista encarnada por los atentados contra las Torres Gemelas. Encontrar tres “demonios” (Irán, Irak y Corea del Norte) y unirlos por un imaginario eje político-religioso (el mal), era el primer paso para reordenar el mundo a imagen y semejanza del Imperio. En el caso de Irak se sabe lo que terminó ocurriendo pero, como las cosas terrenales no son eternas, Irán se puede convertir hoy en un país clave para salir del actual marasmo iraquí. En Nostromo, Joseph Conrad describía esta dualidad como una parte inalienable del espíritu anglosajón, encarnado entonces en la aventura imperial británica: la necesidad de justificar sus intereses materiales con grandes razones abstractas. El mensaje televisado de Bush a la nación este martes y el aparente pedido a los chiítas iraníes demuestran que sigue vigente la duplicidad que describió con tanta precisión el famoso novelista polaco.