Vie 07.05.2004

EL MUNDO  › LA APROBACION AL PRESIDENTE DE EE.UU. SE UBICA POR DEBAJO DEL 50 POR CIENTO

Daño político para el hombre de la guerra

Mientras arreciaban los pedidos para que el titular del Pentágono, Donald Rumsfeld, renuncie como el responsable de las acciones de sus soldados, Bush –a quien se apoda “el hombre de la guerra”– pedía disculpas y parecía poco dispuesto a despedir a Rumsfeld. Se publicaron nuevas fotos de abusos en la cárcel iraquí. Página/12 entrevistó a Nicol Choueiry, de Amnistía Internacional, sobre los derechos humanos en Irak.

Por Rupert Cornwell *
Desde Washington

La Casa Blanca ayer se enfrentaba a su peor crisis hasta ahora. Hubo nuevos pedidos de renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, por el escándalo de las torturas infligidas por soldados norteamericanos a los presos iraquíes en la prisión de Abu Ghraib. Además, se publicaron nuevas y espantosas fotos de los abusos a prisioneros iraquíes en dicha prisión. Y el porcentaje de aprobación de George W. Bush cayó a un 47 por ciento, cabeza a cabeza con su rival demócrata, según nuevos sondeos.
El Washington Post ayer publicó en su portada una foto hasta ahora desconocida de Lynndie England, una soldado de 21 años que ya había salido en fotos anteriores, en la que sostiene una correa que está atada al cuello del prisionero desnudo tirado en el suelo. Bush ayer pidió disculpas por esos hechos “aberrantes”. Oficialmente, el secretario de Defensa bajo ataque todavía tiene el apoyo del presidente. “Bush quiere que siga en su puesto”, dijo el vocero de la Casa Blanca, Scott McClellan. Pero, por primera vez, la ostentosa fachada de unidad de la administración se cae a pedazos. La noche anterior, los principales asesores de Bush –sin el conocimiento de McClellan, por supuesto– dieron a entender que el mandatario había reprendido en privado a Rumsfeld por no mantener informada a la Casa Blanca del escándalo.
Oficiales del Pentágono no estaban de acuerdo con esta versión. Todas las señales apuntan a que el titular de Defensa tiene intenciones de pelearla. Sus asesores cancelaron una charla que tenía programada ayer en Pennsylvania, para que pudiera preparar su testimonio para una audiencia de emergencia hoy en la comisión de servicios armados del Senado –en la que los republicanos están tan enojados como los demócratas por lo sucedido–. Una de las tareas será explicar a los miembros del Congreso por qué no les informó del informe interno del Pentágono sobre los abusos durante una visita al Capitolio la semana pasada, el mismo día que la cadena de televisión NBC mostró las imágenes de los abusos que están detallados en el informe.
Después de que se desatara la tormenta, los senadores furiosos tuvieron que leer por Internet el infame informe del general Antonio Taguba, antes de que el Pentágono les enviara copias del informe. “No teníamos idea”, dijo enojado el presidente republicano de la comisión del Senado de relaciones internacionales, Richard Lugar, generalmente una persona calma. El comportamiento del Pentágono es “totalmente inaceptable” y hubo “un cortocircuito en las comunicaciones”. Rumsfeld también intenta explicar por qué, este fin de semana cuando la conmoción por el tema estaba en su punto álgido, aún no había leído bien el informe de 53 páginas. El general Richard Myers, el jefe del estado mayor conjunto, y el oficial uniformado de más alto rango del país, también se encuentra fuertemente cuestionado por no haber leído en su totalidad el explosivo documento hasta muy entrado el día. Ayer, la Cámara de Representantes votó una resolución que condena los abusos de los soldados de EE.UU.
En general, los críticos demócratas argumentan que Rumsfeld, como el civil que está a cargo de las fuerzas armadas estadounidenses, debe hacerse responsable. Al hacer caso omiso de las convenciones de Ginebra para los detenidos en la “guerra contra el terror” y por no controlar a los contratistas privados y darles lugar dentro de lo que antes era el terreno exclusivo del ejército, ayudó a crear un clima de “cualquier cosa vale” en la prisión y en los procesos de interrogación, dicen los demócratas.
John Kerry, el candidato demócrata a la Casa Blanca, y Tom Harkin, un miembro demócrata del panel del Senado, han pedido públicamente que Rumsfeld renuncie o que lo despidan. También lo ha hecho Nancy Pelosi, la líder demócrata del Congreso, quien acusa al secretario de Defensa de “encubrir desde el principio este tema”. Pero hay dos factores a favor de que Rumsfeld no renuncie.
Uno es la mera dificultad de cambiar el alto comando del Pentágono en un momento tan crítico en Irak, cuando el 60 por ciento de los estadounidenses, según una nueva encuesta del Wall Street Journal/NBC, cree que Estados Unidos perdió el control en Irak. El otro es que liberarse de Rumsfeld sería una admisión por parte de Bush de que cometió un error enorme en toda la estrategia de Irak, y ningún presidente ha sido más reticente que éste a admitir un error. Bush es tan obstinado instintivamente como Rumsfeld es combativo. A ninguno de los dos les resulta fácil cambiar de opinión.
Si despidiera a Rumsfeld, el presidente estaría “admitiendo que esto no es sólo una conducta aislada sino un problema más sistemático”, hizo notar anoche Norman Ornstein, el especialista político del American Enterprise Institute. Pero Bush puede no ser capaz de andar con evasivas para siempre. El escándalo de la prisión está comenzando a producir un gran daño político. La encuesta del Journal/NBC hecha durante el fin de semana mientras crecía el furor lo mostraba estadísticamente aferrado a un mínimo pero insignificante liderazgo sobre Kerry.
Otra encuesta de Gallup muestra a Kerry con un liderazgo de 49/48 sobre el presidente, después de estar detrás por seis puntos una semana antes. Justo el 42 por ciento de los estadounidenses aprueba ahora el manejo de Bush en Irak, y sólo una mínima mayoría sigue creyendo que estuvo bien en lanzar la invasión en marzo de 2003. Si la tendencia empeora, la Casa Blanca puede no tener otra opción que sacrificar a Rumsfeld.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère y Ximena Federman.

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