Dom 20.06.2004

EL MUNDO  › COMO LAS UERZAS ANGLOAMERICANAS DESPEGARON DEL UNIVERSO IRAQUI

Ocupantes aislados en un plato volador

Por Patrick Cockburn *
Desde Bagdad

Un amigo iraquí que temía por su vida porque estaba cerca de los estadounidenses solía vivir dentro de la Zona Verde, el área extremadamente protegida en el centro de Bagdad donde la Autoridad Provisional de la Coalición (APC) liderada por Estados Unidos tiene sus cuarteles. Un día entró en conversaciones con un soldado estadounidense que vigilaba una de las puertas. El soldado dijo que era de origen iraquí y que podía hablar árabe. Añadió que la seguridad no era tan severa como parecía, ya que las prostitutas eran visitantes regulares a la zona. Mi amigo, un tanto alarmado por esto, decidió investigar. Fue a una casa que estaba siendo usada como prostíbulo. Dice: “En el baño encontré que las mujeres estaban escribiendo slogans patrióticos, pro Partido Baas, y antiestadounidenses con sus lápices labiales en los espejos”. Sus clientes no me pudieron decir lo que estaba escrito porque era en árabe.
La historia ilustra la forma en que los funcionarios del APC quedaron totalmente aislados de los verdaderos sentimientos de los iraquíes. Al llegar al comienzo de la guerra el año pasado, se instalaron dentro del viejo complejo del palacio de Saddam Hussein. Estaban tan alejados de las vidas de los iraquíes comunes como si hubieran vivido en un plato volador que hubiera aterrizado imprevistamente en el centro de Bagdad. Este aislamiento ayuda a explicar los repetidos errores de la APC. Cuando llegó, hace 14 meses, los iraquíes estaban divididos en partes iguales sobre si habían sido liberados u ocupados por Estados Unidos. Hoy, las propias encuestas de la APC muestran que sólo el dos por ciento de los iraquíes dice que se sienten liberados y el 92 por ciento dice que están ocupados. La APC puede resultar la organización más desastrosa jamás creada por el gobierno de Estados Unidos. Por cierto es la más extraña.
“Es realmente como vivir en una prisión abierta”, dijo uno de los funcionarios de la APC. Gran parte de la seguridad está en manos de empresas privadas. Un día yo tenía una entrevista con un ministro iraquí dentro de la zona. La habíamos arreglado por teléfono. La reunión nunca tuvo lugar. Primero un amigable soldado nepalés me preguntó quién era, luego fui interrogado por un nervioso argelino y finalmente me detuvo un hombre panzón de seguridad, que por su acento parecía de Mississippi o Alabama. “No les puedo permitir la entrada a periodistas”, dijo en un tono sospechoso y hostil. “Son una amenaza a la seguridad.” Le pregunté exactamente a quién habían amenazado. El hombre de seguridad respondió: “Asesinaron al presidente de Afganistán”. Resultó que había leído en algún lado acerca de Ahmed Shah Massoud, el líder afgano, que había sido asesinado por dos marroquíes con pasaportes belgas que pretendían ser de un equipo de televisión. Le dije que eso no era típico de la profesión periodística, pero no lo convencí.
Inseguros acerca de dónde provienen las verdaderas amenazas, los guardas de la APC, tanto del ejército regular de Estados Unidos como de empresas privadas de seguridad, tratan a todos los iraquíes como sospechosos por igual. Según un ex ministro iraquí, un terrorista suicida pudo volarle la cabeza del Consejo de Gobierno de Irak, Izzedin Salim, el 17 de mayo, porque su convoy no pudo pasar a través de la seguridad del ejército de Estados Unidos hacia la Zona Verde porque faltaba un documento vital. Su vehículo dio la vuelta, dándole al terrorista la oportunidad de matarlo.
La dificultad para entrar a la Zona Verde es menor que la que tienen los funcionarios de la APC para salir. Ahora es realmente peligroso para ellos hacerlo; aun cuando no lo era tanto, la mayoría se quedaba detrás de los muros sintiéndose protegida. Un funcionario observó: “Lo que me asombra es la cantidad de gente en la APC que ni siquiera quiere ver la ciudad en la que viven”. Hasta los cubiertos de plástico en el comedor de la APC fueron importados, y casi se terminan en abril, cuando los insurgentes destruyeron los convoyes que los traían. Presidiendo la APC hasta que desaparezca el 30 de junio, cuando se traspase supuestamente el poder a un gobierno iraquí, está Paul Bremer. Ha sido una figura distante tanto para su propio personal como para los iraquíes. Cuando un misil impactó a principios de este mes el palacio republicano, donde la APC tiene sus cuarteles, los funcionarios se preguntaban si haría una visita tranquilizadora para ver los daños, pero no estuvieron totalmente sorprendidos cuando no lo vieron por ningún lado.
No resulta claro por qué Bremer y la APC mostraron un criterio tan catastrófico. El rápido derrocamiento de Saddam Hussein mostró que pocos iraquíes lo apoyaban. Pero Bremer disolvió el ejército y persiguió al partido baasista empujando a sus miembros hacia la resistencia armada. Para el verano pasado, había alienado a las sunnitas árabes (el 20 por ciento de los iraquíes) y para esta primavera había enfurecido a los chiítas (60 por ciento). Convirtió el hasta ese momento marginal clérigo chiíta Muqtada al-Sadr en un mártir respetable y a la antigua ciudad de Faluja en un símbolo patriótico.
Muchos funcionarios de la APC capaces e inteligentes están desconcertados por el grado del fracaso, quizás el mayor en la política exterior de Estados Unidos. “Bremer llenó su oficina de neoconservadores y designados políticos que no sabían nada del país o de la región”, dijo uno. “Evitaban deliberadamente a cualquiera que supiera.”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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