EL MUNDO
› OPINIÓN
La torta de bodas europea
› Por Claudio Uriarte
A primera vista, la Constitución Europea lanzada esta semana parece una gigantesca, blanquísima y espléndida torta de bodas de múltiples pisos, cotillones y muñequicos, una especie de versión pulcra y corregida del cuadro La Torre de Babel de Brueghel (foto). Pero pobre del camarero que tenga a su cargo cortar esa torta y servir prolijamente las tajadas. En vez del interior matemático y prolijo que haría esperar su fachada –tan parecida, en más de un sentido, a la estética arquitectónica stalinista de los 50, con sus edificios de tortas de crema que interiormente se disolvían en tortuosos Comisariados y deficientes servicios de aguas corrientes– se va a encontrar con pisos de distinto nivel y espesor, de rampas internas que colapsan hacia adentro, con materiales de distinta intensidad y resistencia y fragmentos que colapsan ignominiosamente en pedazos. Mejor mirala y no la toqués.
La semana que pasó dio testimonio de la fragilidad escondida en esta pompa. Primero fueron las elecciones para el Parlamento Europeo. Sin duda, Tony Blair y Silvio Berlusconi fueron castigados por su participación en la guerra de Irak, pero Gerhard Schroeder y Jacques Chirac también fueron castigados, y eso que no participaron en la guerra de Irak. En realidad, todos los partidos en funciones fueron castigados, y lo más castigado fue la idea de una Europa unida: el abstencionismo volvió a tocar marcas record y se dio la ironía de que los nuevos ascendentes al Europarlamento fueran nuevos partidos que aborrecen la idea de una Europa unida en primer lugar (como el UKiP, Partido de la Independencia de Gran Bretaña, por ejemplo). Europa es una no entidad: existirá como una serie de convenios económicos más o menos sólidos, pero no hay una identidad europea. Hay un Banco Central Europeo, hay un Parlamento Europeo, hay una Corte de Justicia Europea, pero no existen los esqueletos que dan definición a una nación europea: no hay un Poder Ejecutivo Europeo ni hay unas Fuerzas Armadas Europeas.
Eso se reflejó fuertemente en la cumbre del G-8 en Sea Island, Georgia, EE.UU., y en los cada vez más pomposos protocolos de incorporación de los 10 nuevos integrantes a la UE. Por lo general, una alianza pierde eficacia, rapidez y unidad de propósito cuanto más son sus miembros, porque aumenta la pluralidad de intereses antagónicos. Eso se vio en estos dos casos. El G-7 solía ser un grupo informal de toma de decisiones entre las naciones más industrializadas del mundo hasta que se desplomó el bloqueo soviético; una vez que eso ocurrió, se admitió a Rusia –que no integraba ciertamente ese club, pero era una cuestión de buenos modales– y su unidad de propósitos se disolvió en oportunidades de foto y declaraciones de buenas intenciones; ya invitan a indios y sudafricanos como observadores; pronto será el turno de Greenpeace. El objetivo norteamericano del encuentro era lograr apoyo para la multinacionalización de la ocupación de Irak, pero, no siendo Europa una entidad, cada cual se mantuvo en sus respectivos intereses nacionales. Bajo la Guerra Fría, Estados Unidos asumía el papel del garrote protector mientras Alemania, el del señor gordo que llegaba después de la masacre con la valija llena de plata; hoy, claramente, esos roles están vencidos.
Y la incorporación de los nuevos miembros no ha sumado potencia, sino debilidad e inestabilidad interna, a la UE. Pertenecer tiene sus privilegios, y pertenecer desde el comienzo, mucho más: Francia y Alemania digitan las decisiones clave; y si fueron ellas las que impusieron el lecho de Procusto del 3 por ciento de déficit presupuestario como límite para acceder al euro, también han sido las primeras en sobrepasarlo alegremente. Por la misma razón, Polonia, Hungría y otras naciones del ex bloque del Este que se incorporan ahora a la Unión y cuyas economías son predominantemente agrícolas deberán esperar recién hasta 2025 para disfrutar los beneficios de la política agraria común que engordan a los campesinos franceses y alemanes. Y, en términos de política de defensa común, la Unión Europea es una locomotora que nunca arranca, ya que sigueviviendo bajo el paraguas norteamericano de la Guerra Fría: por eso hay un flojo núcleo franco-alemán y una corriente del Este que tiende a alinearse con Estados Unidos.
Los hombres construyeron la torre de Babel para llegar al cielo, pero los pisos y las distancias eran tantos que terminaron por no entenderse y hablar lenguajes distintos entre sí. El galimatías de artículos, incisos, previsiones y contraindicaciones de la nueva Constitución es el intento dialectal de conciliar esa cacofonía.