Mar 09.04.2002

EL MUNDO

La sangre que se derrama y los cadáveres que se apilan en Nablus

Luego de cinco días de enfrentamientos en la ciudad cisjordana de Nablus, el ejército israelí permitió que médicos palestinos trasladaran a heridos al hospital y retiraran a los muertos de la mezquita que hasta ayer hizo de sala de emergencias y morgue. En la batalla más dura del “Muro defensivo”, Israel ya detuvo a 500 personas.

Por Suzanne Goldenberg *
Desde Nablus

El olor que emanaba de la sangre y los cuerpos pudriéndose se expandía más allá de la mezquita verde donde yacían los cuerpos, uno junto al otro: hombres jóvenes, quizás combatientes palestinos, y aquellos con el vientre flojo de la mediana edad. Finalmente, después de cinco días de lucha feroz en las callejuelas de piedra de la ciudad vieja, el ejército israelí ayer permitió a médicos palestinos trasladar a 62 heridos al hospital y llevarse a los muertos. Veintiséis cadáveres los esperaban; cinco se habían desangrado en los manchados colchones tirados bajo los candelabros de la mezquita de Jamal Bek, que fue convertida provisoriamente en hospital y morgue. “El primer (hombre) muerto estuvo aquí desde el primer día, el miércoles”, dijo el médico Nisar Smadi. “Murió por falta de medicina. Tenía una herida en el abdomen.” Israel detuvo a 500 personas.
La rápida evacuación comenzó al anochecer. Los médicos ingresaron por un gran cráter en la entrada de la vieja ciudad, o casbah, y los que llevaban las camillas se chocaban entre sí en las callejuelas en un esfuerzo febril por recoger a los muertos antes que el ejército israelí reimpusiera su toque de queda. La mayoría de los muertos y los heridos eran hombres, abatidos cuando el ejército israelí irrumpió a través del laberinto de calles angostas, golpeando el pavimento con pesadas ametralladoras. El suelo estaba sucio con restos de esquirlas de balas. El agua brotaba de las cañerías aplastadas, un zapato abotinado de niño estaba abandonado. Los cadáveres estaban apilados en el patio de la mezquita. Algunos rostros estaban negros, aparentemente por una explosión. La sangre coagulada alrededor de las bocas, o chorreada de heridas abiertas en el pecho. Uno usaba la bandana verde de Hamas alrededor de su cuello, el rostro de otro estaba cubierto por el kefia a cuadros blanco y negro, pero era imposible decir en el caos cuántos de los muertos eran combatientes palestinos y cuántos civiles.
Ayer fue un punto de inflexión en la batalla del ejército israelí por Nablus. La ciudad, la más poblada de Cisjordania, tiene una orgullosa historia de militancia, y los callejones de su casbah eran demasiado angostos para algunos vehículos blindados israelíes. Los tres campos de refugiados son considerados el terreno más difícil que encontrará en su ofensiva el ejército israelí. Cuando el ejército entró en Nablus el miércoles pasado, y comenzó a moverse lentamente hacia el viejo casbah, los comentaristas militares israelíes dijeron: “Ahora comenzó la verdadera guerra”. Ayer parecía que la guerra pudiera estar finalizando cuando los blindados israelíes rodearon el casbah, y un soldado, leyendo de una hoja impresa en árabe, ordenó a los combatientes que estaban adentro que se rindieran. “El ejército de ocupación israelí está rodeando todo el área”, dijo la incorpórea voz. “Si alguien está ocultando alguna persona armada, debe saber que el brazo de Israel lo puede alcanzar en cualquier lado.”
El domingo, el brazo de Israel había alcanzado a un bebé de cinco días, Hala Amireh. “Los soldados irrumpieron en la casa familiar de piedra por la tarde”, relató Asma, su madre, acostada en una camilla en la mezquita. “El ejército israelí vino y nos dijo que saliéramos de la casa porque la iban a volar”, dijo. El ejército luego disparó cuatro misiles al primer piso de la casa. “Todas las habitaciones quedaron destruidas.” Esa era la amenaza que pendía sobre los 30 mil residentes del casbah ayer cuando el ejército israelí trataba de forzar una rendición. A primera vista, parecía que el ejército se estaba adelantando; después de un ataque de helicópteros artillados y tanques, la débil resistencia de la vieja ciudad parecía estar derrumbándose.
“Los combatientes se están refugiando en la ciudad vieja, pero cuando uno se refiere a tanques y balas que caen a baldazos, el único que los puede ayudar es Dios”, dijo Walid Jardeh, un taxista que vive cerca del corazón del casbah. A los 60 años, Jardeh es demasiado viejo para interesarle al ejército israelí; su pedido de rendición de ayer seaplicaba a hombres de entre 18 y 40 años. Para la mitad de la tarde, unos 150 hombres habían recorrido penosamente los caminos hacia los vehículos blindados israelíes. Algunos sacudían pañuelos blancos por seguridad. Dijeron que salieron por las amenazas del ejército israelí de volar sus casas. Pero mientras la rendición comienza, sólo unos pocos palestinos creen que la batalla por la ciudad vieja esté terminada. “No, no ha terminado. Esta noche dicen que van a destruir toda el área, y usted sabe que estas casas son muy viejas. Si tocan una sola casa, toda el área se destruirá”, dijo Futnah Masrujeh, un médico voluntario en la mezquita.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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