EL MUNDO
› OPINION
Con Chávez, en las vísperas
› Por Miguel Bonasso
“Saben que van a perder y van a intentar todo, incluyendo el magnicidio”, dice el presidente Hugo Chávez, sin dramatizar con el gesto la gravedad del anuncio. Dieciséis intelectuales de distintos países escuchan preocupados al hombre de camisa bordó que preside la sala de sesiones del Palacio de Miraflores, el mismo salón enmarcado en una alta boisserie y dominado por un enorme óleo de Simón Bolívar, donde en abril de 2002 se presentaron los militares golpistas para llevárselo al Fuerte Tiuna. Y sin embargo, queda dicho, no hay sombras en su rostro moreno y sonriente, sino un aire triunfal que aumenta hasta el dislate las agruras de su enemigo Carlos Andrés Pérez, el presidente destituido que ha proclamado (desde Nueva York) su deseo de verlo “morir como un perro”. “Ya veremos quién ríe último”, sonríe Chávez y agrega, por las dudas: “Aunque no hay aquí nada personal”.
Lo escuchan, entre otros, el economista y sociólogo brasileño Theotonio dos Santos, autor de la famosa teoría de la dependencia; el sacerdote belga François Houtart, uno de los cerebros de la Universidad de Lovaina; la activista norteamericana Gloria La Riba, que conduce una poderosa red alternativa; el ensayista y académico germano-mexicano Heinz Dieterich; el intelectual y político mexicano Gilberto López y Rivas y su compatriota, el periodista Luis Hernández; el canadiense James Cockcroft con su sombrero texano que le vale las consabidas bromas sobre sus simpatías por Bush; el gran documentalista boliviano Jorge Sanjinés; los escritores cubanos Fernando Martínez Heredia y Osvaldo Martínez y tres argentinos: el profesor Atilio Boron, Néstor Kohan de la Universidad de las Madres y el autor de esta nota. La punta del iceberg de una lista que reúne ya a 180 intelectuales y artistas de todos los continentes.
Estamos allí, en vísperas del decisivo referendo del 15 de agosto, con un propósito político muy claro: defender y apoyar la Revolución Bolivariana, sin falsos pudores diplomáticos ni fingidas neutralidades; con el recuperado entusiasmo de aquellos escritores antifascistas que en 1937 viajaron a Valencia para comprometerse con la República Española. Pero hay también un ambicioso proyecto organizativo: formar el comité que convocará a 500 intelectuales de todas las latitudes y las posiciones políticas e ideológicas a un gran congreso bajo el lema “En defensa de la humanidad”. Que se llevará a cabo en Caracas, en diciembre próximo, con Chávez de presidente y Carlos Andrés internado por un violento ataque hepático.
El objetivo consiste en que el comité “En defensa de la humanidad”, creado por prestigiosas personalidades de la academia y las letras de México, como Pablo González Casanova, se convierta en un equivalente actual de lo que en su momento fue el famoso Tribunal Russell.
La visita al presidente forma parte de unas maratónicas jornadas, donde se almuerza sin interrumpir las ponencias y sobrevuela –una vez más– la caricia de una gran idea: crear el gran canal de TV de América latina. “Una CNN del sur, pero que diga la mera verdad y no puras chingaderas como la de Atlanta”, según comenta el mexicano Gilberto López y Rivas.
Pero diciembre está muy lejos y es necesario expedirse ya. El comité redacta una declaración a favor del No a la revocatoria del mandato presidencial que leemos en rueda de prensa al lunes siguiente. Ante todos los medios oficiales y opositores. Los “escuálidos”, como los llaman los chavistas, que nos fotografían en silencio, considerando –tal vez– que no son necesarias las preguntas.
Al cabo nos han visto el domingo participando del Aló Presidente, transmitido esta vez desde el espacio paradisíaco de Los Caracas, una caleta enmarcada por montes selváticos que caen a pico sobre una diminuta playa caribeña. La emisión, que ha durado sólo cinco horas (apenas el promedio para las 200 emisiones que lleva ya el mensaje presidencial), ratifica que Chávez es el mayor comunicador de América latina. Que, de no haber sido líder de masas, hubiera conducido el programa de mayor rating del Continente. Su registro no tiene límites: los poemas de Florentino y el Diablo, las bromas sobre la oposición, el registro grave para evocar al general Líber Seregni, el diálogo directo con los ciudadanos de a pie de todo el país, con los intelectuales invitados, con la enorme masa de uniformados de fajina que ríen y aplauden como los civiles y, cuando hace falta, los recursos del showman más canchero. Como su juego con el bate de béisbol, en el que se demora, gozoso, palpitando el odio que estas demostraciones que hacen reír a sus seguidores generan en los barrios ricos. Esos mismos que hemos visto desde el helicóptero que nos transportó a su tienda de combate comunicacional en Los Caracas. En contraste con las casuchas miserables del populoso barrio de Petare, de donde los morochos bajaron en abril de 2002 para reponer al presidente.
Al atardecer, decenas de miles de muchachas y muchachos, vestidos con las remeras rojas del “No”, esperan en el Auditorio a Silvio Rodríguez, a Ibrahim Ferrer, a la orquesta Aragón y a otros monstruos sagrados de la canción latina, coreando la consigna unitaria “¡Uh!,¡Ah!, Chávez no se va!”. El nieto del presidente (de apenas un año) mueve sus bracitos al compás y el elegante vicepresidente José Vicente Rangel le augura a este cronista: “Vamos a ganar, no hay duda, la derrota y la victoria se huelen y esta tarde hay olor a victoria”.