EL MUNDO
El juego que más le gusta a Brasil animará su misión en suelo haitiano
Lula da Silva llegará mañana a Puerto Príncipe con la selección de fútbol para el “partido de la paz”. Brasil comanda las fuerzas internacionales que participan de la reconstrucción de ese país.
Por Darío Pignotti
Desde San Pablo
Treinta años después de que Pelé llegara a Puerto Príncipe para divulgar el fútbol, mañana el presidente Luiz Inácio da Silva arribará a la capital haitiana en una misión tan diplomática como futbolística. Lula estará acompañado por las estrellas de la selección campeona del mundo, cuyos retratos, a veces pintados con cuidado barroco, decoran una de cada dos combis, o “tap-tap”, equivalente local de los colectivos porteños.
Decenas de miles de fanáticos saludarán a Ronaldo, Ronaldinho y Lula en la caravana que partirá desde el aeropuerto Internacional Toussaint Louverture. Por la tarde, los pentacampeones se medirán con la escuadra local, integrada por aficionados que no juegan desde la crisis que tumbó al ex presidente Jean Bertrand Aristide, en febrero.
Pero no todo es espíritu deportivo. En Haití el gobierno brasileño está jugando un partido de resultado incierto: sus militares lideran una misión que, formalmente, actúa en la reconstrucción de un país devastado por la violencia y partido en mil facciones. En rigor, los brasileños comandan una fuerza de ocupación autorizada a reprimir en caso de conmoción interna.
Aunque 1700 soldados harán la seguridad en el estadio Sylvio Cator, con capacidad para 13.000 personas, el general brasileño Augusto Heleno Ribeiro Pereira, admite el riesgo de que una marea humana desborde los controles. Es posible que Lula y sus muchachos eviten hacer noche en Haití y regresen a República Dominicana, al otro lado de la frontera.
El “partido de la paz” es una alquimia diplomática con patrón genético brasileño. Su meta es hacer del “jogo bonito” una herramienta que facilite la acción militar en un terreno minado. Lula, con olfato futbolístico, compró la idea luego de que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, le solicitara sus servicios en Haití. En buen romance, el mandatario deberá apelar a sus dotes de gambeteador para cumplir con un pedido que, indirectamente, viene de los Estados Unidos. Ese sería el precio a pagar para acceder a un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, la mayor aspiración diplomática del gobierno brasileño.
El fantasma iraquí
La eficacia política del “partido de la paz” guarda proporción con su espectacularidad. De allí que Lula haya instruido a diplomáticos y dirigentes de la Confederación Brasileña de Fútbol para que negocien hasta último minuto con los clubes europeos la cesión de sus estrellas. Ya está descartado Kaká, astro que milita en Italia, y es segura la presencia de Ronaldo. Por cierto el brillo de la selección no basta para disimular un dato objetivo: los 1200 militares brasileños establecidos desde junio en Haití respaldan a un gobierno de dudosa legitimidad, implantado tras la salida del ex presidente electo Jean Bertrand Aristide, quien denunció un golpe de Estado.
“Los haitianos adoran a los brasileños por su fútbol, pero todavía no saben que ellos vinieron aquí como fuerza represiva. Es necesario presionar para que los brasileños se vayan de Haití, igual que los estadounidenses deben salir de Irak.” La comparación de Haití con Irak pertenece al activista Camille Chalmers, miembro de la Plataforma de Abogados para el Desarrollo Alternativo.
Lula, quien persuadió al técnico Carlos Alberto Parreira para que la selección no humillara a los haitianos en la cancha, también ordenó al ministro de Defensa que los militares se encuadren en el concepto de “intervención limpia”, diferenciada del modelo estadounidense en Irak. Al llevar la selección verde-amarilla, Brasil apuesta al éxito de una operación que garantice la seguridad interna sin truculencias, jugando con argumentos más persuasivos que represivos.
Pero el ministro de Defensa, José Viegas, sabe que la “ocupación limpia” es un objetivo improbable en un país donde hay un clima de guerra civil larvada. De momento, los militares brasileños, que en su mayoría no hablan francés ni créole, no han reprimido pero tampoco han desarmado a los grupos paramilitares ni las bandas organizadas, requisito básico para una misión estabilizadora. En otras palabras: para desactivar ese barril de pólvora no basta con la magia de Ronaldo, y Lula lo sabe.