Mié 18.08.2004

EL MUNDO  › OPINION

El nacimiento de una socialdemocracia radicalizada

Por Tariq Ali *

La concurrencia en Venezuela el domingo fue enorme: un 94,9 por ciento del electorado votó en el referendo revocatorio. Venezuela, bajo su nueva Constitución, dio el derecho a sus ciudadanos de revocar a su presidente antes de que éste terminase su período presidencial. Ninguna otra democracia occidental venera este derecho en ninguna Constitución escrita o no escrita.
Los oligarcas venezolanos y sus partidos, que se habían opuesto a esta Constitución en un referéndum (habiendo fracasado anteriormente en derrocar a Chávez a través de un golpe apoyado por Estados Unidos y una huelga petrolera liderada por un sindicato burócrata y corrupto), ahora la utilizaron para intentar deshacerse del hombre que ha mejorado la democracia venezolana. Han fracasado. No importa cuán altos sean sus gritos de congoja (y los de sus apologistas mediáticos nacionales y foráneos); en realidad, todo el país sabe lo que ha ocurrido. Chávez venció a sus oponentes democráticamente y por cuarta vez en el juego.
La democracia en Venezuela, bajo el lema de los revolucionarios bolivarianos, ha abierto una brecha en el corrupto sistema bipartidario favorito de la oligarquía y sus amigos en Occidente.
Y esto ha ocurrido a pesar de la hostilidad absoluta de los medios de comunicación en manos privadas: los dos periódicos, así como los canales de televisión de Gustavo Cisneros y CNN, no hicieron el más mínimo gesto de ocultar su abierto apoyo a la oposición. Algunos corresponsales extranjeros en Caracas se han autoconvencido de que Chávez es un caudillo opresivo y están desesperados por traducir sus propias fantasías en realidad. No ofrecen ninguna evidencia de prisioneros políticos, menos todavía del estilo de Guantánamo en detenciones, o de remoción de ejecutivos televisivos o de editores de diarios (lo que ocurrió sin demasiada reacción en la Gran Bretaña de Tony Blair).
Unas semanas atrás en Caracas tuve una larga discusión con Chávez. Me quedó claro que lo que el mandatario está intentando es, nada más ni nada menos, que la creación de una socialdemocracia radicalizada en Venezuela, que busca beneficiar al estrato social más bajo. En estos tiempos de desregulación, privatización según el modelo anglosajón de riqueza subsumiendo a la política, los objetivos de Chávez son considerados revolucionarios, aun cuando las medidas propuestas no sean diferentes a las del gobierno británico de Clement Attlee, de posguerra. Parte de la riqueza del petróleo está siendo invertida en educación y salud para los pobres.
Al menos un millón de niños de las villas más pobres ahora obtienen una educación gratuita: 1,2 millones de adultos analfabetos han aprendido a leer y a escribir, la educación secundaria está ahora disponible para 250.000 chicos cuyo estatus social los excluía de este privilegio durante el “ancien regime”, tres nuevos campos universitarios estaban funcionando en el 2003 y seis más serán completados para el 2006. En cuanto a lo que concierne a la salud pública, los 10.000 médicos cubanos que fueron enviados para ayudar al país han transformado la situación en los distritos más pobres, donde se han establecido 11.000 clínicas vecinales, y el presupuesto para salud ha sido triplicado. Súmese a esto el respaldo financiero a los pequeños negocios, las nuevas casas construidas para los carenciados, la ley de reforma agraria promulgada a pesar de la resistencia, legal y violenta, de los terratenientes. Hacia el final del año pasado, 2.262.467 hectáreas habían sido distribuidas a 116.899 familias.
Las razones para la popularidad de Chávez son obvias. Ningún régimen anterior ha siquiera advertido la difícil condición de los pobres. Y uno no puede evitar darse cuenta de que no se trata de una simple división entre ricos y pobres, sino también de una diferencia del color de la piel. Los chavistas tienden a ser de piel oscura, reflejando a sus ancestros, nativos y esclavos. La oposición tiende a ser de piel clara y algunos de sus más desagradables seguidores denuncian a Chávez como un negro simio. Un espectáculo de títeres en el que Chávez representado por un mono fue incluso organizado por la embajada norteamericana en Caracas. Pero a Colin Powell no le resultó divertido y el embajador debió dar una disculpa.
El bizarro argumento sostenido por el hostil editorial en The Economist esta semana, de que todo esto era para ganar votos, es extraordinario. Lo contrario es el caso. Los bolivarianos querían el poder a fin de que reformas reales pudieran ser implementadas. Todo lo que los oligarcas tienen para ofrecer es nada más que el pasado y la destitución de Chávez. Es ridículo sugerir que Venezuela está al borde de una tragedia totalitaria. Es la oposición la que ha intentado llevar al país en esa dirección. Los bolivarianos han sido fabulosamente contenidos.
Cuando pedí a Chávez que me explicara su filosofía, respondió: “No creo en los postulados dogmáticos de la revolución marxista. Y no acepto que vivamos en un período de revoluciones proletarias. La realidad nos lo dice todos los días. Pero si me dicen que por esa realidad no puedo hacer nada para ayudar a los pobres, entonces, digo, ‘partimos compañeros’. Nunca aceptaré que no puede haber redistribución de la riqueza en la sociedad. Creo que es mejor morir en la batalla que sostener en alto un estandarte muy puro y revolucionario, y no hacer nada... Inténtalo, y haz tu propia revolución, entra en combate, avanza un poco, incluso si es sólo un milímetro, en la dirección correcta, en vez de soñar con utopías”. Y esa es la razón por la que él ganó.

* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página 12.
Traducción: Alicia B. Nieva.

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