Dom 09.01.2005

EL MUNDO  › HISTORICOS COMICIOS LIBRES ENTRE LOS PALESTINOS PARA ELEGIR AL SUCESOR DE YASSER ARAFAT

Cuando nace la democracia, nace la oposición

Por Donald Macintyre *
Desde Ramalá

Mahmud Abbas puede ser el favorito, pero Mustafá Barguti, quien probablemente saldrá segundo, tiene un notable instinto para publicitarse. Si usted es un candidato presidencial palestino opositor, ser empujado por tres policías israelíes de civil dentro de una camioneta blanca en el momento en que intenta asistir a las plegarias del viernes en la Mezquita de Al Aqsa, como Barguti hizo anteayer, es la clase de tomas de televisión que no se pueden comprar con dinero.
Barguti, un académico de 50 años, ex comunista y activista de derechos humanos, puede no ser tan carismático como su muy distante pariente encarcelado Marwan, el candidato faltante en la campaña que culmina hoy en la elección de un nuevo presidente palestino. Pero sabe mucho sobre cómo usar a los medios en una moderna campaña política. Por los tanto, se nos avisó con mucha anticipación que Barguti bajaría del Monte de los Olivos a la Puerta del León en la Ciudad Vieja; así que, desde luego, estuvimos allí a hora de escuchar al policía israelí pedir órdenes en su walkietalkie: “Está acá Mustafá Barguti. ¿Qué hago con él?”. Y la respuesta llegó cargada de estática: “Paralo, paralo por el momento, no lo dejes entrar”. Y entonces Barguti –que cuando un reportero le había preguntado momentos antes desde cuándo era tan devoto, había dicho que “no soy un fundamentalista, pero respeto mi religión”– levantó su voz a niveles que podían ser captados por los sonidistas de la televisión y dijo: “Soy un candidato presidencial, no pueden arrestar a un candidato presidencial...”, antes de ser metido por la fuerza en el vehículo policial.
Sin embargo, y si esto no fue más que un truco electoral, resultó altamente efectivo, impregnado de significados múltiples. El breve arresto de Barguti –quien posteriormente fue depositado fuera de los límites de la ciudad, en un puesto de control en Abu Dis– dramatizó la historia del control israelí de la Ciudad Vieja bajo la ocupación que siguió a la guerra de 1967. Ayudó a reafirmar las reivindicaciones palestinas de Jerusalén Oriental como la capital de un futuro Estado palestino. Atrajo la atención sobre las restricciones –psicológicas y prácticas– que funcionarios palestinos afirman que aún están sufriendo en Jerusalén oriental, pese a la decisión israelí de permitir votar a 120.000 palestinos de Jerusalén oriental.
También ayudó a maximizar el interés en las elecciones entre los palestinos en la ciudad donde se predice una concurrencia de votantes particularmente baja. Recordó a los palestinos, como si fuera necesario hacerlo, que residentes de Cisjordania como Barguti no pueden entrar a la ciudad ni siquiera para rezar sin los permisos pertinentes.
Y le robó escena a una significativa marcha del favorito Mahmud Abbas, quien previamente había decidido evitar los riesgos políticos de entrar a Jerusalén, aduciendo que no quería aparecer en la ciudad rodeado de los guardias israelíes armados que las autoridades habían dicho que serían necesarios. Esos breves momentos televisados, en otras palabras, enviaron una serie de potentes mensajes, como no podría haberlo hecho ninguna cantidad de discursos.
Pero hay otra razón para no desdeñar como un simple golpe de efecto el arresto cuidadosamente provocado de Barguti. Como cualquier político occidental, Barguti –de quien se espera que salga segundo hoy– sabe que las campañas consisten enteramente en convertirse en la noticia del día. Que pudiera lograrlo de modo tan exitoso en condiciones que no se aplican en la mayoría de los países occidentales constituye en realidad el ejemplo de un proceso democrático en funcionamiento, por más titubeante, circunscripto e imperfecto que pueda ser en estas elecciones.
Por cierto, la candidatura de Barguti se está demostrando como muy importante en este proceso. Esto no es porque se espere que gane (pese a sus protestas de anteayer de que todavía puede hacerlo, no podrá). Sinoporque es sobre los hombros de Barguti que recae la tarea crucial de convertir el voto de hoy en algo parecido a una genuina competencia electoral. En efecto, él es el candidato de la izquierda, y el único independiente del que se espera un resultado respetable, por lo que va a dar a Abbas, asumiendo que él gana, algo de la legitimidad democrática que el presidente de la OLP y probable futuro presidente necesitará muchísimo para las urgentes y apremiantes tareas que enfrentará mañana por la mañana.
Hasta ahora, Barguti –en ausencia de su más famoso pero muy diferente homónimo, el hombre de quien podría haberse esperado que convirtiera esta elección en una verdadera pelea reñida hasta el final– se ha venido desempeñando bastante bien en este rol, de alta importancia. El viernes afirmó que representaba a la “mayoría silenciosa” de los palestinos, quienes rechazan a Hamas por ser los portaestandartes de la militancia armada de línea dura aún comprometida a la idea (que es crecientemente más una abstracción teórica que una realidad política) de un Estado Palestino extendiéndose desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, y Al Fatah, que monopoliza el poder en la Autoridad Palestina. Lo que dijo Barguti puede sonar desmesuradamente ambicioso. Pero él ha sido capaz, al menos de manera modesta, de diferenciarse del favorito y vindicar para sí el rol de líder de una oposición democrática, y en la que él, como tuvo cuidado en admitir anteayer, puede estar preparado, bajo las debidas circunstancias, para unirse a un liderazgo de “coalición” después de la jornada electoral.
Barguti afirma haber empujado a Abbas a endurecer su política en favor de la liberación de prisioneros, y sobre los refugiados dice que Israel debe reconocer su “derecho al retorno”, pero que su “aplicación debe ser objeto de negociaciones. Ha criticado consistentemente la corrupción y el “nepotismo y favoritismo” en la Autoridad Palestina, volviendo a citar esta semana el ejemplo conocido pero aún impactante y muy común de un estudiante palestino que ganó uno tras otro puntajes del 95 y el 97 por ciento en sus estudios, sólo para ver que la beca que él codiciaba era obtenida por otro estudiante que logró sólo un 70 por ciento pero tenía las conexiones que hacían falta.
Y para bien o para mal, Barguti ha criticado implícitamente los llamados de Abbas a un cese inmediato de los ataques con cohetes desde Gaza contra los israelíes afirmando –sin por eso respaldar la estrategia de la intifada armada– que aquellos “que viven bajo una ocupación por fuerza militar tienen el derecho a resistir esa ocupación”. Y finalmente ha hecho clarísimo su rechazo a la posibilidad de un “acuerdo de ínterin” que esté lejos de las aspiraciones palestinas, un tema sobre el cual Abbas, según dicen sus críticos, puede estar dispuesto a un compromiso.
Estas diferencias pueden ser mayormente tácticas en vez de sustanciales. Pero el tema no es tanto si Barguti presenta una alternativa real o coherente a lo que Abbas tenga que ofrecer, o si dispone de la capacidad presidencial que el dice que tiene, pero que muchos palestinos creen que no. En lugar de eso, es que su mera presencia en la campaña ha ayudado a que lo que parecía un voto por aclamación en el estilo soviético a favor de Abbas se parezca más a una competencia democrática, desmintiendo algunas de las cosas que se daban por seguras mientras Yasser Arafat yacía agonizando.
Por lo menos hasta ahora, el cuerpo político palestino no ha estallado en la guerra civil o el tipo de ajustes de cuentas que muchos habían previsto. En lugar de eso, puede no ser excesivo afirmar que en esta campaña han empezado a hacerse visibles los primeros brotes –por más inciertos y tentativos que sean– de un proceso democrático árabe.
Es cierto: los actos de Abbas, con sus interminables cánticos y slogans de la ruidosa rama juvenil acostumbrada a jurar lealtad eterna a Yasser Arafat, son principalmente demostraciones de fuerza de Al Fatah entremezcladas con un poquito de bambolla estilo Estados Unidos. Sin embargo, Abbas, la típica figura de gabinete, se ha encontrado a sí mismoen la inusual posición de tener que actuar realmente en la tribuna. Dio su primera conferencia de prensa internacional en la noche del viernes, y su calma, rápida sesión de una hora en Ramalá fue muy diferente de esos actos.
En un cambio simbólico respecto a los años de Arafat, la sesión realmente empezó a la hora convocada. Su manejo de la rueda de prensa fue confiado, incluso ocasionalmente bromista, como cuando gastó a Walid Omari, el famoso corresponsal de la cadena Al Jazeera, diciéndole que era cierto que era muy alto, pero que eso no que no quería decir que tuviera más derecho al micrófono que los otros, o cuando desafió a su intérprete a traducir una respuesta al mandarín en beneficio del periodista chino que había hecho la pregunta. Notablemente desprovisto de su retórica del pasado, Abbas admitió que no tenía una “varita mágica”, y que su programa de 14 puntos representaba “nuestras aspiraciones”.
Y no, no tendría ninguna opción sino tratar con Ariel Sharon, que es el primer ministro de Israel. “Me reuniré con él y buscaré persuadirlo de los derechos de los palestinos y de cambiar la situación.” ¿Y qué pasaba si no tenía éxito? “Hablaremos de eso luego.” Todavía más notable, Abbas dijo más enfáticamente que nunca que estaba “llamando a un fin al caos de las armas”, insistiendo: “Todas las facciones palestinas están dispuestas a aceptar un cese del fuego. Entre nosotros no hay grandes diferencias. Soy optimista en lograr un acuerdo sobre el tema”.
En una interesante entrevista con Amira Haas en el diario Haaretz, Fayssal Hourani, intelectual palestino, activista pacifista y oponente a los acuerdos de Oslo, sugirió esta semana que todos los candidatos dan a estas elecciones más importancia que la que realmente tienen. Bajo las circunstancias actuales, sostuvo, ningún presidente puede tener las “herramientas necesarias” para hacer el trabajo que se viene, por lo tanto tendrá poco poder y los partidarios de Abbas tienen muy pocas esperanzas de lo que pueda lograr. “Lo ven como un hombre práctico que puede traerles mejoras en sus vidas diarias, que son muy difíciles.” Si bien algunos tienen esperanzas de que Abbas pueda reiniciar el proceso de paz, Mourani dice que todavía le falta conocer a alguno “que piense que habrá paz en el futuro previsible”. Pero agregó que un aspecto positivo de la campaña ha sido que el debate político es ahora sobre temas importantes, tales como qué quieren los palestinos, qué va a hacer Israel y qué rol jugarán los norteamericanos, y que Abbas estaba usando un “lenguaje más claro que el que los palestinos estaban acostumbrados en el pasado”, lo que estaba mejorando su imagen entre ellos. La actuación de Abbas en la rueda de prensa del viernes por la noche pareció sustentar ese juicio.
Esta elección tiene muchas fallas. Incluso antes de que comience la votación hoy hay un vivo debate dentro del grupo de observadores de la Unión Europea sobre qué tipo de evaluación hacer o cuán completamente el proceso ha cumplido las normas internacionales de libertad y equidad. Algunos miembros sostienen que las condiciones de la ocupación –pese a las promesas de Israel de mantener su retiro de tropas hasta el lunes–, bajo las que la elección tiene lugar, no pueden sino socavar la fuerza de la Autoridad Palestina. Ni es ésta sólo una cuestión de cierres y restricciones israelíes: los oponentes de Abbas han sostenido que, con todos los recursos de la AP a su disposición, tiene una ventaja injusta sobre sus rivales.
Sin embargo, y pese a todo eso, el impulso democrático es arrebatador. En su conferencia de prensa del viernes, Barguti se permitió por unos pocos momentos dejar de promocionar su propia candidatura y decir que estaba orgulloso de que los palestinos hubieran probado que estaban equivocados los que esperaban derramamientos de sangre entre ellos tras la muerte de Arafat. Y habló por muchos cuando dijo que los palestinos habían demostrado “que podemos tener democracia incluso bajo la ocupación” y en el proceso que “merecemos tener lo que otros pueblos en el mundo lograron, nuestro propio Estado independiente y soberano”. Estaba orgulloso, dijo,de estar encabezando una oposición democrática capaz de reunir apoyo verdadero que era también la primera –y por lo tanto un ejemplo– en el mundo árabe. Tiene razón.
Este experimento tentativo y accidentado en una democracia viviente será observado hoy con intenso interés –y tal vez bastante temor– por muchos de los regímenes árabes de la región, para los cuales la autocracia ha sido ha sido un estilo de vida por tanto tiempo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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