Lun 10.01.2005

EL MUNDO

Un líder que depende de Estados Unidos e Israel

Mahmud Abbas, el nuevo presidente palestino, llegó a serlo por una victoria avasallante. Pero ahora necesitará de cruciales impulsos diplomáticos y políticos para consolidar su triunfo.

Por Donald Macintyre *
Desde Ramalá

No mucho después del inicio de su breve y bastante desafortunado mandato como primer ministro bajo Yasser Arafat en 2003, Mahmud Abbas presentó a Israel una propuesta clara y, para él, enteramente sensata. ¿Por qué no liberar a 500 prisioneros palestinos que habían cumplido penas de prisión de 10 años o más y habían sido encarcelados por acciones militantes realizadas antes de los acuerdos de Oslo? De cara a una rígida resistencia por parte del gobierno de Ariel Sharon, Abbas, también conocido como Abu Mazen, reforzó su argumentación. Los prisioneros no sólo habían cumplido sentencias reales sino que si Israel seguía diciendo que no, estaría en una contradicción lógica al rehusarse a liberar a hombres que habían estado en prisión por cumplir órdenes impartidas por los mismos líderes –incluyendo el mismo Abbas– con quienes desde entonces había firmado acuerdos.
Abbas tenía muchas razones para tomarse seriamente el tema de los prisioneros. Su propia casa había sido apedreada después de que una serie de cables diplomáticos cruzados deshicieran, lo que él había pensado que era un acuerdo similar por prisioneros con Benjamin Netanyahu en la época de los acuerdos de Wye en 1998. Pero, mucho más que eso, las liberaciones hubieran puesto bases firmes al cese del fuego que él había negociado con Hamas y otras facciones, y que estaba luchando por mantener. Y le hubiera dado un logro tangible para ayudar a evitar que Arafat erosionara su popularidad. Pero, para su profunda desilusión, los israelíes fueron inflexibles. La historia, relatada ayer por un experimentado negociador palestino que ha trabajado muy de cerca con Abbas, ilustra al menos, dos aspectos del hombre que ayer se convirtió por holgado margen en el segundo presidente de la Autoridad Palestina.
Uno es que se trata de un hombre con una fuerte confianza en el poder de la discusión racional. Si Arafat era a la vez apasionado en su manera de ser y, al menos según sus críticos, un maestro de la ambigüedad cuando le convenía, Abbas es alguien que siempre evitó el centro de la escena, célebremente calmo y desapasionado en estilo.
Pero el otro punto es que el éxito de su presidencia en los meses que vienen, dependerá tanto de sus propias capacidades como del grado en que Israel, y detrás de ella la comunidad internacional, particularmente Estados Unidos, respondan a su ascenso a la presidencia.
Su luna de miel puede ser corta. Sus credenciales a los 69 años, como la figura nacional de mayor trayectoria dentro de la OLP, pueden haber ayudado a su elección. Pero lo ayudarán mucho menos –o incluso pueden perjudicarlo– si la generación de activistas de Fatah que crecieron políticamente cuando él y Arafat estaban exiliados en Túnez, se impacienta con él. Mientras Arafat era reconocido como líder mucho antes de que fuera elegido, la elección de Abbas es una condición necesaria, pero de ninguna manera suficiente para construir la misma autoridad entre los palestinos. Si no se ha mostrado capaz de lograr progresos tangibles para ellos para el momento en que Fatah celebre su sexto congreso –y elecciones internas– a comienzos de agosto, su autoridad podría ser desafiada.
Un dato frecuentemente repetido sobre Abbas es que una vez en su juventud escribió un estudio académico en Moscú cuestionando el número de víctimas asesinadas en el Holocausto. Desde entonces, él ha dicho que nunca habría hecho algo así en su vida posterior. De hecho, fue uno de aquellos que en los ‘70 buscó de modo más activo contacto con los israelíes, principalmente los de izquierda.
Aparte de su única mención, que desde entonces no ha repetido, del “enemigo sionista” –hecha luego de que una familia de seis miembros fuera muerta por el disparo de un tanque en Gaza–, Abbas ha evitado la retórica anti-Sharon y ha manifestado muy claro que quiere negociaciones con él. Algunos altos funcionarios israelíes, admiten ahora, que podrían haberloayudado más durante su mandato como primer ministro; una pregunta es hasta dónde esto se verificará en la práctica.
La desconexión de Gaza por Sharon dominará la política regional por gran parte del año. Suponiendo que Abbas pueda negociar entretanto un nuevo cese del fuego, necesitará en grado sumo de medidas de construcción de confianza por parte del otro lado, de la que la menor no es un relajamiento de los cierres y puestos de control que colocan una carga tan pesada en las vidas diarias de los palestinos.
Pero mucho más que eso, necesitará impulso político y diplomático para fortalecer su autoridad. Los israelíes y palestinos, que piensen que Abbas pueda estar listo para un acuerdo de “estatuto final” que reniegue del principio de una solución de dos estados, basada en las fronteras de 1967 con Jerusalén Oriental como la capital palestina, casi ciertamente subestiman sus convicciones. Sin embargo, eso mismo significa que será objeto de fuertes presiones para acordar una solución “interina” del tipo contemplado en la Hoja de Ruta, que duraría bastante más allá de su vida o la de Sharon y que todos los signos indican que los israelíes desearían, pero él no.
Pero mantener ese impulso requeriría una intervención fuerte de Estados Unidos, y tal vez de su aliado británico. Tony Blair dijo a los que viajaban con él de regreso a Gran Bretaña después que él se reuniera con Abbas el mes pasado, que gustaba de él y que le parecía un “político de verdad”. Abbas necesitará más que gustar y del arte de la política si quiere sobreponerse a los impresionantes obstáculos que tiene por delante.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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