EL MUNDO
› COMO SON Y QUE PIENSAN LOS QUE SOSTIENEN A LE PEN
Todos los votantes de “Jean-Marie”
El candidato del Frente Nacional para las elecciones de hoy tiene una surtida clientela política: abogados, comerciantes, agricultores, obreros, estudiantes, ex combatientes, reaccionarios, ex obreros comunistas... En esta página, un reportaje a los hombres y mujeres que hoy votarán a Le Pen.
› Por Eduardo Febbro
Página/12
en Francia
Desde París
Pueden ser cualquiera. Se parecen a todo el mundo. Son un poco más serios, con el pelo muy corto, católicos muy practicantes, tal vez más flacos que los demás, vestidos con ropa oscura, oriundos de los barrios ricos y también de algunos sectores pobres. Predomina la gente de edad, pero igualmente hay un puñado de jóvenes. Tienen rasgos un poco antiguos, visten trajes cortados a medida y llevan corbatas sobrias. Los electores de Jean-Marie Le Pen se distinguen de todos los demás y son a la vez como todo el mundo. “Yo voté a los comunistas en la primera vuelta y ahora voto a Le Pen en la segunda”, dice una señora de 40 años. ¿Por qué? “Jean-Marie es el único que defiende las dos cosas que me importan: la seguridad, a los pobres y a la Francia amenazada.” “Chirac es un pirómano corrupto”, grita con furia un votante de Le Pen.
Los tiempos han cambiado. Los años en que eran un puñado discreto que ocultaba sus inclinaciones por la extrema derecha pertenecen al pasado. Los electores de “Jean-Marie” se muestran con orgullo, sin máscaras: son abogados, comerciantes, agricultores, obreros, estudiantes, antiguos combatientes de la Segunda Guerra Mundial, reaccionarios que llevan pegado al rostro el odio acumulado u obreros que dejaron al PC para unirse a las fuerzas frentistas. Todos gritan al unísono “Le Pen presidente”. A diferencia de antes, cuando las manifestaciones del FN estaban protagonizadas únicamente por “los padres”, ahora la gente sale a la calle en familia, con sus hijos de la mano. “Estamos orgullosos de representar la auténtica Francia, la Francia pura, la Francia de la cepa original. Basta de corruptos, de vendepatrias”, dice una adolescente de 16 años.
“De una buena vez por todas hay que poner orden en este país”, asegura, nervioso, un joven de apenas 21 años. “Falta orden en la administración, en las universidades, en las calles. La sociedad es un molino sin control”, concluye. Quiere que el mundo se parezca a sí mismo: delgado, acicalado, sin expresión, obsesionado hasta la neurosis por la limpieza y el principio de “cada cosa en su lugar. Los extranjeros en su país, Francia para los franceses”. Le Pen arrastra un cúmulo de simpatizantes donde se mezclan varias generaciones, varias ideologías: hay muchos “gaullistas” de los viejos, aquellos de la Francia con mayúsculas, potencia económica y cultural, “ejemplo y faro del mundo”. El nieto de De Gaulle, Charles, representa a ese electorado que no vio pasar el tiempo, que sigue soñando con un país transformado en un mundo que se transformó más rápido que ese sueño del pasado. El electorado lepenista es una combinación de dinosaurios y jóvenes que aterrizaron en un planeta desconocido, de marginados y miedosos, de obreros que juraban por la hoz y el martillo y hoy se inclinan ante la esvástica. Es un electorado de desencantados, odios profundos y concepciones racistas de la realidad. Un doctor del distrito 16 asegura: “Nuestro país está amenazado, está ahogado por las políticas mundialistas, por los comunistas y los trotskistas. En la escuela, nuestros hijos se bañan en la propaganda marxista. Si Le Pen resultara electo no hay dudas de que habría una guerra civil. Pero nosotros estamos listos para todo”.
Que nadie crea que Le Pen es un fenómeno blanco. Los hijos de inmigrados españoles, portugueses e incluso árabes también votan por él. Esos “hijos de extranjeros” sostienen que “hay demasiados extranjeros en Francia. Vienen a robarnos el trabajo, son todos drogados, no trabajan, roban. ¡Qué se vayan!”. En el sur de Francia, en la Provenza y regiones como Marsella, Le Pen llegó primero. Allí, la mezcla de orígenes es tan elocuente comolos porcentajes obtenidos por la extrema derecha. “Queremos preservar nuestra región. Hoy ni siquiera se puede ir a la playa. Los extranjeros clandestinos están por todas partes, violan a nuestras mujeres y lo ensucian todo”.
La inseguridad y los extranjeros, temas centrales del discurso lepenista, son los “captores” más potentes del voto lepenista. “La inseguridad crece con los flujos migratorios provenientes de Africa y de los países del Este. Hay que decir basta”, afirma Monique, una frentista de la última generación. Dice que cuando canta “La Marsellesa” se le llenan los ojos de lágrimas: “Quiero que Francia vuelva a ser la de antes. Ordenada, limpia, sin tantos negros ni árabes por la calle”. “Chirac a la cárcel, Francia para los franceses, comunistas asesinos. F como familia, N como nación, ¡viva el Frente Nacional!” El canto se repite de garganta en garganta. Silvie lo entona con más fuerzas que los demás, con su hijo de ocho meses en los brazos. Ella como su marido dice: “Jamás pensé antes en votar por Le Pen. Pero una semana antes de la primera vuelta del 21 de abril entendí que la izquierda había dejado de ocuparse de la gente que sufre. El Frente Nacional reemplazó a la izquierda. Hay cosas del discurso de Le Pen que no me gustan, pero el fondo, su meta, me interesan. Además, estamos hartos de los árabes. Con sólo pensar que mi hijo va a ir a una escuela con un montón de islamistas tiemblo de miedo”. Silvie y su marido son una paradoja semejante a la de los millones de personas que votaron por “Jean-Marie”. Una señora de 60 años que vive en un suburbio del sur explica: “Cuando llegué al barrio era muy lindo, estaba limpio, iluminado y podía caminar tranquila a toda hora. Hoy ya no. Hay un montón de negros que tiran las bananas por el piso. Da asco”.
Nación, familia, identidad, orden, limpieza, pureza. Jean-Marie Le Pen atrapó a un electorado que se siente abandonado en medio de una sociedad compleja y mestiza. “Qué quiere –asegura un señor de 50 años junto a sus dos hijas de 17 y 20 años–. En la calle, mis hijas no pueden andar sin ser molestadas por los árabes.”