EL MUNDO
› BRASIL, A FAVOR DE LA POSICION DEL GOBIERNO BOLIVIANO
La diplomacia del gas a la Mesa
El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva expresó su pesimismo sobre futuras inversiones ante la quita de rentabilidad, que supone para la petrolera estatal Petrobras el pago de regalías del 18 por ciento e impuestos del 32 por ciento indelegables, como lo prevé la ley de hidrocarburos que esta semana estudiará el Senado.
Por Darío Pignotti
Desde San Pablo
Una noticia y un rumor circularon en estos días en Bolivia, dejando ver la no siempre explícita “diplomacia del gas” desplegada por Brasil y robustecida desde el 2003, tras la explosión social (y “gasífera”) que tumbó al ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. El miércoles, luego de que la Cámara de Diputados diera media sanción a la ley de hidrocarburos, se conocía que el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva había expresado su pesimismo sobre futuras inversiones en razón del corte de rentabilidad que supone para Petrobras el pago de regalías del 18 por ciento e impuestos indelegables del 32 por ciento. Con la aprobación de ese proyecto, que tomó como base el presentado por el Movimiento al Socialismo (MAS), se ignoró la voluntad del presidente Carlos Mesa, quien dos semanas atrás había recogido un efímero apoyo parlamentario cuando amenazó renunciar.
En el comunicado divulgado por Brasilia se lee claramente su acuerdo con la norma defendida por el tambaleante Mesa. El rumor del que se hicieron eco diarios de La Paz y Cochabamba dice que ciertas embajadas, entre ellas la brasileña, movieron sus influencias para desbaratar el proyecto impulsado por el líder cocalero Evo Morales, que aún debe ser tramitado en el Senado esta semana, mientras dura la tregua declarada por los movimientos sociales y se desanuda el empate político entre gobierno y oposición. Diputados aprobó la norma que mantiene las regalías en 18 % e introduce el Impuesto Directo a los Hidrocarburos del
32 %, no acreditable, deducible ni compenable contra otro tributo. De acuerdo con las mismas especulaciones, Brasil estaría haciendo todo para garantizar la continuidad de Mesa, temiendo que su caída lleve a un abismo, léase golpe de Estado.
Junto con el temor a la quiebra institucional, Brasil prioriza la defensa de la petrolera estatal que, con sus 2 mil millones de dólares de inversión, está al tope de las 27 multinacionales energéticas actuantes en ese país, con un peso equivalente al 20 por ciento del PBI boliviano. Además de ser la mayor compradora de gas, Petrobras también actúa en la exploración, distribución y comercialización de petróleo a través de dos subsidiarias: Empresa Boliviana de Refinamiento y Empresa Boliviana de Distribución.
A contrapelo de esa opción política marcada por la “diplomacia del gas” marcha el enfriamiento del diálogo entre los emisarios brasileños y los líderes sociales, especialmente Evo Morales, más inclinado a oír los consejos del venezolano Hugo Chávez que de Lula. Brasilia nunca tuvo mayores coincidencias con el líder indígena Felipe Quispe, del Movimiento Pachacuti, nuevo socio político de Morales. Conforme Morales y Quispe fueron saldando viejas divergencias y consolidando una alianza, la preocupación creció entre los ejecutivos de Petrobras, como su presidente José Eduardo Dutra, a cuyo despacho llegaron informes de la Agencia Brasileña de Inteligencia, advirtiendo que las instalaciones de esa empresa pueden ser blanco de bloqueos o sabotajes. Según esos papeles, la coalición social ampliada, donde también están la Central Obrera Boliviana (COB) y líderes poblacionales de El Alto, puede llevar a un cuadro de radicalización en que Petrobras sea caracterizada como una “multinacional imperialista”. Hasta ahora, la empresa cuenta con imagen favorable en la opinión pública.
Octubre del 2003:
Tres semanas atrás, el asesor internacional de Lula, Marco Aurelio García, ofreció sus buenos oficios como mediador entre el Palacio Quemado y el frente campesino sindical. La oferta, que esta vez cayó en saco roto, había tenido receptividad el 17 de octubre de 2003, cuando García y elargentino Eduardo Sguiglia contribuyeron a contener la crisis que acabó con Sánchez de Lozada, hoy refugiado en Miami y acusado en Bolivia de genocidio por los 80 muertos que dejó la represión que ordenara como último acto de gobierno.
En el 2003, Morales esgrimió como condición innegociable interdictar las exportaciones hacia California vía Chile en las que participaría Repsol, al tiempo que aceptó las exportaciones a Brasil si fuera observada la “soberanía boliviana”. Así el líder del MAS volcó, provisoriamente, el fiel de la balanza hacia Petrobras, que prometió seguir invirtiendo respaldado por el estatal y poderoso Banco Nacional de Desarrollo Económico Social (Bandes). Traducción: a través de su diplomacia del gas, Brasilia obtuvo el guiño campesino y garantizó a Carlos Mesa viabilidad económica a su incierta gobernabilidad.
En el ajedrez regional, la crisis del 2003 mostró el fracaso de Washington para defender a su alfil, Sánchez de Lozada, mientras Brasil ganaba una posición vital. Al quedar vetada la salida del combustible hacia el oeste y, con ello, el congelamiento del gasoducto que uniría Tarija con Chile, las exportaciones bolivianas debían volverse hacia el este, donde un ducto de 3150 kilómetros, trazado por Petrobras desde Santa Cruz de la Sierra, con ramificaciones hasta Canoas, en Rio Grande do Sul, cuenta con capacidad para transportar unos 24 millones de metros cúbicos diarios (la Argentina importa unos 4 millones). Aquella victoria en Bolivia ocurría exactamente un año después de otro paso brasileño hacia la hegemonía energética en el Cono Sur: el 17 de octubre de 2002, Petrobras tomaba posesión de la petrolera argentina Pérez Companc.
Marzo del 2005:
La “diplomacia del gas”, dato permanente de la política brasileña hacia Bolivia, es la consecuencia inevitable en la relación de la mayor y la menor potencias económicas de Sudamérica. Brasil aún no se autoabastece de petróleo y Bolivia cuenta con reservas de gas que le permitirían sustentar su exigua industria por unos mil años. Al incorporar gas boliviano a su matriz energética, Brasil, además de aliviar el consumo de petróleo de su parque industrial, sella su hegemonía con un país al que lo vinculan más de 3500 kilómetros de fronteras inhóspitas hoy controladas por traficantes de drogas y armas.
Esta estrategia diplomática se engarza con una pieza mayor, en la que Brasil no sólo aspira dejar de importar petróleo sino a convertir a Petrobras en un vector de su proyecto de poder regional y mundial.
En la misma semana que hacía lobby en Bolivia, la petrolera anunciaba el inicio de sus prospecciones en Libia, y unos meses antes había hecho lo mismo nada menos que en Irán. Para sustentar ese agresivo plan de expansión internacional se destinarán 7,5 millones de dólares de inversión en todos los cantos del mundo. Y eso no es sólo un decir: ya hay contratos avanzados y emprendimientos funcionando en China, Golfo de México, Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador, Perú y Chile.
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