Sáb 02.04.2005

EL MUNDO  › PANORAMA POLITICO

Protagonista

› Por J. M. Pasquini Durán

El redoble de las campanas con los tonos graves del duelo anunciarán esta vez el final de una de las trayectorias protagónicas del siglo XX, sobre todo en su último cuarto. La biografía de los ochenta y cuatro años de vida de Juan Pablo II abarca casi todo el período histórico verdadero de la centuria pasada, iniciada según el historiador Eric Hobsbawm con la Revolución de Octubre en 1917. Desde el punto de vista político, diversos juicios contemporáneos adjudicaron un rol emblemático por el quiebre de aquel impulso fundacional del siglo a la militancia anticomunista del primer polaco en ocupar la máxima autoridad del Vaticano. Más allá de estas conclusiones, abiertas aún a la controversia, no cabe duda alguna que el Papa polaco es una figura ineludible cuando se repasan los sucesos principales de las últimas tres décadas.
No fue, por cierto, el único ocupante de la sucesión de Pedro en dejar su marca personal en la historia, pero como ninguno antes tuvo a su disposición, y supo aprovecharla, la formidable expansión mundial de los medios de difusión masiva. La comprensión de los alcances de estos instrumentos es un dato meritorio de su perspicacia, pero, además, hay que registrar un notable carisma mediático como una de sus dotes personales. Esta coincidencia afortunada hizo de cada uno de sus actos y mensajes, incluidos los innumerables viajes que le dieron el carácter de “peregrino” y hasta los detalles de sus intimidades cotidianas, otras tantas ocasiones para seducir a oceánicas audiencias en todos los rumbos.
A manera de meras referencias, entre centenares de hechos, ni el dramaturgo televisivo más inspirado hubiera alcanzado los tonos emotivos de dos episodios: el primero, la entrevista en la celda de su frustrado asesino para escucharlo en confesión y otorgarle el perdón; el otro, la última aparición en público, demacrado y mudo, sostenido tan sólo por la fuerza de su voluntad, negándose a dejar el mundo terrenal y el poder pastoral de su mandato, a los que amó de manera entrañable. De las giras por el mundo, claro está, hay un surtido de imágenes para todos los gustos, desde el abrazo con Pinochet en Chile hasta las plegarias en los tres sitios simbólicos de las mayores religiones de la actualidad en Jerusalén: el cristianismo, el Islam y el judaísmo.
Visitó la Argentina en 1982, durante el conflicto del Atlántico Sur, y en 1987, para evocar la mediación de paz en el conflicto con Chile por el canal de Beagle, oportunidad que aprovechó para congregar a miles de jóvenes, su audiencia favorita, en una manifestación que ningún ídolo rockero pudo superar. Hasta hoy es materia de debate la energía que puso o no, según la versión que cada cual quiera escuchar, para combatir al terrorismo de Estado en estos extremos de Occidente, brotes periféricos tardíos del nazismo y el fascismo que el Papa soportó en su Polonia natal y una de las más infames formas del terrorismo que suele ser olvidada también por los legisladores que hoy tratan de estar a la moda de la Casa Blanca. La polémica sobre las actitudes papales envuelve incluso a los miembros de la Iglesia Católica en el país con tanta actualidad que todavía resuenan, aunque le hayan aplicado sordina, los recientes estruendos provocados por el ordinario castrense Baseotto, de los que nunca se sabrá si llegó a enterarse Juan Pablo II.
Las imágenes papales son, en realidad, de cal y de arena. El ecumenismo que se le adjudica puede ser entendido también como el afán de expandir el liderazgo católico en un frente intereclesiástico. Su amor por la libertad supo respetar los límites de la “realpolitik”, o sea las relaciones en la mesa del poder mundial, donde el Vaticano tiene un sitio por derecho de tradición, pese a que no es la fe predominante en los gobiernos de los países más ricos del planeta. Fervoroso anticomunista, supo criticar los excesos del capitalismo y condenó en particular a las doctrinasdeshumanizantes del neoliberalismo. Ratificó la opción por los pobres en la Conferencia de Puebla, hace veinticinco años, y nunca más la bajó de sus discursos, en un tiempo histórico donde la competencia por la preferencia de los desposeídos ya no es ideológica pero puede ser religiosa, no sólo por los atractivos de las otras iglesias mayores sino también por la multiplicación de sectas y pastoreos electrónicos.
Aunque en la percepción de las audiencias laicas la fascinación mediática pudo haber construido la imagen de un libertario que exhortaba a los jóvenes a dar la vida por la paz y a conquistar el derecho a la felicidad para todos los miembros de la raza humana, lo cual es una fase de la luna, en el otro lado puso la casa en orden rodeándose de círculos cerrados conservadores, con notoria influencia del Opus Dei, y ejerciendo un verticalismo autoritario para arrasar como un vendaval con todos los signos y personeros evangélicos de la Teología de la Liberación, la interpretación más audaz y para muchos la más coherente con la opción por los pobres. Sin diálogos ni conciliaciones con ninguna visión profética que no fuera la propia, llegó a casi todas las intolerancias. Los memoriosos recuerdan que, por ejemplo, en 1983 a propósito de un viaje papal a El Salvador, alguien preparó un afiche con la foto de Juan Pablo II escoltado por el obispo Romero, asesinado por sicarios de la ultraderecha local debido al compromiso del prelado con los pobres, pero fue vetada la difusión por una comisión mixta del gobierno y la Iglesia.
La cita de Romero no es casual, ya que en esta semana tuvo lugar en San Salvador un Congreso de Teología organizado por el Centro Pastoral del Centro Monseñor Romero de la Universidad Centroamérica (UCA) y pocas semanas atrás hubo un encuentro de teólogos de la liberación en Brasil. En el congreso salvadoreño, el miércoles 30, fue leída por monseñor Samuel Ruiz una carta enviada por don Pedro Casaldáliga, respetado vocero de la opción por los pobres, confinado a ejercer su magisterio en la pequeña iglesia amazónica de Sao Félix de Araguaia pero nunca silenciado, en la que invoca a su “hermano Romero” y le dice: “Son 25 años también de la Conferencia de Puebla. Aquellos rostros, Romero, que son el propio rostro del Jesús ‘destazado’, se han multiplicado en número y en deformación. Aquellas revoluciones utópicas –hermosas y atolondradas como una adolescencia de la Historia– han sido traicionadas por unos, despreciadas olímpicamente por otros y siguen siendo añoradas –de otro modo, más ‘al suave’, en mayor profundidad personal y comunitaria– por muchas y muchos de los que estamos ahí, contigo, pastor del ‘acompañamiento’, compañero de llanto y de sangre de los pobres de la Tierra. ¡Cómo necesitamos hoy que enseñes a los pobres a ‘acuerparse’ en solidaridad, en organización, en terca esperanza! [...] Tú eres muy comprometedor; a lo Jesús de Nazaret: ese Jesús histórico que tantas veces se nos difumina en dogmatizaciones helenísticas y en espiritualismos sentimentales, el Jesús Pobre solidario con los pobres, el Crucificado con los crucificados de la Historia”.
Para el año 2007 está convocada la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, aunque todavía no está determinada la sede del encuentro y hasta el calendario puede sufrir modificaciones. De cualquier modo, allí se comprobará hasta qué punto los pobres de la región son una opción verdadera para la iglesia latinoamericana y podrá reconocerse el legado de Juan Pablo II, uno de los líderes del siglo XX, tiempo de maravillas y crueldades sin cuento.

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