Sáb 02.04.2005

EL MUNDO  › JUAN PABLO II AGONIZABA DESAHUCIADO
TRAS UN DIA DE DOLOR Y DE ORACIONES

El día que la esperanza dejó el Vaticano

Rodeado de miles de fieles que fueron a acompañarlo desde la Plaza San Pedro, y después de un día en que los partes médicos fueron agravándose, Juan Pablo II transitaba inconsciente anoche los últimos tramos de su vida en el Vaticano. Y se empezaban a preparar los mecanismos de su sucesión.

Por Peter Popham*
Desde Roma

Fue un día que pareció derivar hacia una conclusión inevitable, aunque nadie sabía cuándo llegaría. Durante la mañana y la tarde, entristecidos peregrinos se recostaron contra las columnas de piedra alrededor del obelisco central en la Plaza San Pedro. Algunos leían los diarios intermitentemente. Otros se limitaban a mirar fijamente hacia arriba, hacia las ventanas de los departamentos del Papa. Pocos rezaban abiertamente; en su mayoría se veían inexpresivos y exhaustos. Muchos habían estado en la plaza por horas. Y las noticias llegaban de mal en peor.
El primer comunicado del día, dado por la prensa del Vaticano a las 6.30, confirmó la gravedad del estado de Juan Pablo II que el mundo conoció tarde en la noche del jueves: una infección en las vías urinarias provocó una dramática hipotensión arterial. El vocero del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, que es médico, declaró que “sufre una septicemia con una insuficiencia cardiovascular”. Pero está aún “consciente y sereno”, dijo.
Los periodistas tuvieron que esperar otras seis horas por un nuevo comunicado. A esa altura, había poco por agregar. El Pontífice permanecía consciente, pidió que le leyeran las Escrituras, seguía “sereno”, de hecho “extraordinariamente sereno”. Pero no había ninguna pretensión de que hubiera mejorado. Sus “parámetros biológicos” seguían volátiles. Su presión arterial era inestable. Cualquier cosa podía pasar.
Justo después de las 6 de la tarde, el ritmo de la declinación del Papa se aceleró súbitamente. Grupos apresurados en la plaza comenzaron a prepararse para una noticia que no querían escuchar.
En otro comunicado, se anunció que la condición del Papa estaba “notablemente comprometida”. Su respiración se había complicado. Luego, el público se enteró por la televisión italiana de que el Pontífice había perdido la conciencia. A las 7.25 se informó que el electrocardiograma del Papa “era plano”.
“El es enorme, un gran Papa”, dijo Enrico Troya, mirando hacia las ventanas. “Trató de relacionarse con toda la gente del mundo. El hecho de que se negara a volver al hospital lo prueba. Quiso estar cerca de la gente hasta su final. El próximo Papa tendrá la enorme responsabilidad de continuar su labor. No puedo imaginar un Papa que pueda terminar su legado, su diálogo con otras religiones y el mundo entero.” En otra parte de la plaza, dos monjas de Madagascar dirigían sus miradas solemnes hacia las ventanas. “Vinimos a rezar por el Papa media hora antes de ir a la escuela”, dijo la hermana Celestina, que nació sólo cuatro días antes de que el Papa fuera elegido en 1978. “Es un hombre muy fuerte, tiene una gran fe y la capacidad de despertar la fe en otros.” “Es muy generoso, muy cálido”, dijo la hermana Ana María.
“Lo conocí una vez”, dijo Rocco Debellis, un soldado de 43 años. “Vine acá a San Pedro con otros soldados de mi unidad. Me tomé mi día libre para venir. Como ningún otro hombre viviente ha dejado su marca en el mundo, ciertamente más que ningún político o gobierno. Es un hombre duro, sin dudas. No puedo encontrar una falla en él. Vine aquí para esperar una señal suya.”
Junto a las barreras erigidas en los bordes de la plaza, en las fronteras de la minúscula ciudad-Estado vaticana, una larga fila de técnicos enfocaba sus cámaras de TV en la segunda ventana a la derecha del departamento papal. En caso de que el Papa muriera, la ventana de su dormitorio sería cerrada, y la campana que se encuentra en lo alto de la basílica de San Pedro empezaría a doblar.
La expectativa sobre su muerte comenzó el 1º de febrero, cuando Juan Pablo fue llevado al hospital en mitad de la noche, con dificultades para respirar. Ese, también, pareció ser el final, aunque fue el comienzo de su calvario personal.
Sin embargo, aunque fue afectado por la enfermedad de Parkinson, de la que padece desde hace 13 años, hasta su hospitalización el Pontífice siempre insistió en aparecer en público. Lo hizo en su trabajo como Pontífice, en las obligaciones de la Iglesia, en las relaciones con otras creencias; en las oportunidades de ejercer presión política. Habló cada vez menos; cuando lo hacía, era difícil descifrar sus palabras. En las últimas semanas, en lugar de palabras habladas hubo meramente mudas imágenes de agonía cuando se asomaba a la ventana, abrió su boca y no lograba hablar, se llevaba las manos a la cabeza y las bajaba en un gesto de frustración.
Ayer, nadie en el Vaticano dudaba que Karol Wojtyla estaba en el fin del camino. Incluso uno escuchaba la esperanza francamente expresada de que ese fin no se arrastrara indefinidamente “Su misión está cumplida”. Esto era lo que decía la gente que lo amaba.

* De The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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