EL MUNDO
› COMO SON LOS DESAFIOS QUE EL SUCESOR DE JUAN PABLO II DEBERA AFRONTAR PARA EL CATOLICISMO DEL SIGLO XXI
La Iglesia que existe y la Iglesia que se viene
“No se puede dar respuestas antiguas a preguntas nuevas”, ha proclamado el cardenal brasileño Claudio Hummes, arzobispo de San Pablo y uno de los candidatos a la sucesión de Juan Pablo II. Y de eso precisamente se trata la sucesión, en un mundo profundamente cambiado desde que Karol Wojtyla fuera entronizado hace 26 años, con claves en lo político, lo social y la moral sexual.
› Por Washington Uranga
Los procedimientos eclesiásticos posteriores a la muerte del Papa, establecen que durante el período de “sede vacante” que sigue inmediatamente al deceso del jefe de la Iglesia Católica todos los cardenales, incluidos aquellos que tienen más de ochenta años y que no estarán en el cónclave que elegirá al sucesor de Juan Pablo II, se reunirán en Roma para participar de los funerales del Pontífice fallecido y para comenzar a fijar una agenda de los temas que deberá afrontar el catolicismo en el período que se avecina. Este encuentro de los cardenales tiene una importancia fundamental, porque si bien no se emiten votos sí se discute sobre los desafíos, los interrogantes y comienza a delinearse, en consecuencia, cuál debe ser el perfil del próximo heredero del apóstol Pedro, aquel señalado por Cristo para conducir los destinos de su Iglesia. Si bien la agenda de los temas se ha venido configurando en los últimos años, ahora se aceleran los diálogos, las propuestas y las discusiones. No puede extrañar, entonces, que de forma inmediata el cardenal brasileño Claudio Hummes, arzobispo de San Pablo y uno de los mencionados en la lista de los candidatos a Papa, haya salido inmediatamente a señalar que la Iglesia tiene que adaptarse al mundo moderno y que “no puede dar respuestas antiguas a preguntas nuevas”.
La cuestión social
¿Cuáles son algunos de los temas que estarán en la agenda de las reuniones de cardenales durante los encuentros de la “sede vacante” y en el mismo cónclave? En primerísimo lugar aparecen las cuestiones sociales. Existen amplias corrientes en el catolicismo que apoyan un compromiso cada vez mayor de la Iglesia con los pobres, a favor de la justicia y la equidad. Existe en esto un discurso común, si bien prácticas sociales y eclesiásticas diferentes. Hay quienes expresan su vocación “al servicio de los pobres” y aseguran que la Iglesia debe ser portavoz y vocero de sus reclamos. Generalmente estos grupos, vinculados a los sectores más conservadores, parten de la base de que por la posición privilegiada que tiene la Iglesia puede dialogar con los factores de poder y generar condiciones para disminuir la opresión. De esta manera, se cierra el camino a un discurso más claramente antisistema. Esta ha sido la postura sostenida por Juan Pablo II en gran parte de su enseñanza social llamando muchas veces a “humanizar” las relaciones económicas pero sin criticar directa y claramente al capitalismo que es hegemónico en el mundo actual. Con variantes, es la postura del Opus Dei hoy, alejado ya de la defensa de las actitudes ultraconservadoras de otro tiempo.
Frente a esto, y atravesando una gama de matices, están quienes sostienen, entre ellos algunos cardenales del Tercer Mundo y varios de los europeos, que la Iglesia Católica sólo recuperará su fuerza profética, si asume como suyo el discurso de los más pobres pero dándoles a éstos el papel protagónico que merecen. Hummes, para seguir con la cita anterior, no sólo criticó la concentración de la riqueza y del poder que se da a través de la globalización, sino que señaló que “los pobres se volverán todavía más pobres”. Entonces, dicen quienes sostienen esta postura, no se trata de hablar por los pobres, sino de dejar hablar a los pobres, garantizar que se expresen, que manifiesten sus demandas y ofrecerles, desde una perspectiva cristiana y con todo el poder simbólico y real de la Iglesia, respaldo a sus reivindicaciones de justicia y equidad. Esta postura no es agradable para gran parte de los cardenales y en particular para el círculo que rodeó a Juan Pablo II en el último tiempo, mucho más acostumbrado a escuchar las razones de los personajes del poder que los reclamos del pueblo sencillo. Pero más allá de los argumentos que se manejan entre quienes conforman la cúpula eclesiástica en todo el mundo, el tema de la relación del catolicismo con la sociedad y con los pobres se plantea día a día en la cotidianidad del quehacer eclesiástico, en todos los países y las latitudes, en las parroquias y en las capillas. La pobreza y la desigualdad crecen en el mundo y, como en tantos otros temas, en la Iglesia Católica existe un divorcio entre el magisterio pontificio y universal y la práctica de aquellos curas, monjas o misioneros que son la cara del catolicismo en los barrios, en las periferias de las ciudades, en los tugurios y las aldeas de todo el mundo. El compromiso de estos agentes con los más pobres es siempre mucho mayor que el que reflejan las declaraciones de las cúpulas. Eclesiológicamente el debate se da entre los conservadores que entienden a la Iglesia como “sociedad perfecta”, mediadora de las demandas de los pobres y en condiciones de entablar un diálogo con otros poderes, y quienes creen en una iglesia “servidora” aliada con los excluidos de la sociedad, aunque esto le traiga contradicciones con el sistema dominante.
Sexo y moral
Siendo importante, éste no es, sin embargo, el único tema. Hay un largo listado de cuestiones que fueron prácticamente “clausuradas” en su discusión por Juan Pablo II, quien llegó a utilizar toda su autoridad para evitar que el debate continuara dentro de la propia Iglesia. La mayoría de estos temas están vinculados con la moral sexual, la concepción sobre la familia y otros asuntos como el desarrollo de la bioética que abre nuevos desafíos para la humanidad en general, pero que la Iglesia no puede desconocer. Es impensable que la Iglesia, cualquiera sea el sucesor de Juan Pablo II, modifique su postura en contra del aborto. Pero no son pocos, incluidos muchos cardenales, los que están convencidos de que hay que introducir cambios en todo aquello que se refiere a las normas morales sobre sexualidad, uso de preservativos, de las relaciones sexuales por fuera del matrimonio y acerca de la doctrina que sostiene la indisolubilidad del matrimonio católico. En todos estos asuntos también la Iglesia Católica se ha ido apartando de manera fundamental de las prácticas sociales y de la vida de la gente. Y las diferencias de la institución católica en este terreno se plantean fundamentalmente con los jóvenes, quienes se sienten cada vez menos atraídos por la prédica católica en la materia. Muchos dicen que si la Iglesia no modifica y adecua su mensaje en este campo seguirá perdiendo el favor de la juventud.
La competencia por los fieles
A no pocos preocupa también la pérdida de feligresía, especialmente en aquellos países de “tradición católica”, algo que va unido además a un modo muy liviano de entender la “pertenencia”. En otras palabras: la Iglesia Católica perdió fieles y muchos de los que se consideran parte de ella responden más bien a una adhesión cultural o a una tradición, pero no participan de manera activa en la vida de la comunidad católica y no consideran que deben seguir en todos sus aspectos las tradiciones y las enseñanzas de la Iglesia y de su jerarquía. En un reportaje publicado en Página/12 (16-08-2004), el venezolano Otto Maduro, sociólogo de la religión, decía que en gran parte de América latina otras Iglesias cristianas están ganando adeptos porque se acercan a la gente asumiendo a las personas a partir de su propia realidad, sin condiciones previas, sin imponer dogmas. Aunque puedan hacerse consideraciones de valor sobre esta estrategia, los resultados están a la vista. Mientras el catolicismo pierde fieles, más y más gente se suma a los grupos e iglesias pentecostales, a las sectas y a nuevos movimientos religiosos. Esto también porque no hay en la Iglesia una “actitud misionera”, es decir, de proselitismo y de militancia en busca de nuevos adeptos. Esta fue una preocupación de Juan Pablo II y él mismo se lanzó como peregrino por elmundo a sumar fieles a la Iglesia, tratando de romper la inercia de la institución. También es cierto que la actitud misionera y proselitista requiere de una “novedad” en el anuncio que el catolicismo no ha tenido en el último tiempo.
El lugar de la mujer
Lo anterior no está desligado de los problemas que se viven en el seno de la misma Iglesia. Otro de los debates clausurados por Juan Pablo II está relacionado con la presencia de la mujer en la Iglesia y su igualdad con el varón. Desde una mirada externa parece increíble que una institución como la Iglesia se resista todavía a una igualdad ampliamente aceptada en el mundo. Y no se trata solamente de cuestiones como el camino al sacerdocio de la mujer dentro de una institución con una jerarquía reservada exclusivamente para los varones, sino del acceso efectivo de las mujeres a puestos de liderazgo, conducción y toma de decisiones. En este sentido, el catolicismo está muy a la zaga de otras Iglesias cristianas. Junto con esto se plantea la cuestión de los ministerios. Hay cada día menos vocaciones sacerdotales y religiosas en la Iglesia. En parte porque sigue vigente la norma del celibato obligatorio para los sacerdotes, en parte porque las mujeres no pueden acceder al sacerdocio ministerial, pero también porque como muchos reclaman no se impulsa de manera decidida la creación de otros ministerios y servicios que bien podrían desempeñar los laicos y laicas. Hay muchas funciones hoy reservadas a los sacerdotes que bien podrían ser desempeñadas por los laicos, incluida la función que hoy cumplen los párrocos al frente de una comunidad, ciertas responsabilidades en la liturgia y la administración de algunos sacramentos. Son asuntos a los que se resisten los clérigos porque disminuiría sustancialmente su poder en la institución eclesiástica.
Más allá de Roma
En los diálogos que se planteen en Roma en la etapa previa a la elección del Papa no puede faltar la cuestión del poder en la Iglesia y de la llamada colegialidad episcopal. Después del Concilio Vaticano II (1962-65), el papa Pablo VI (1963-78) fue un decidido impulsor de la descentralización e internacionalización de la curia. De esta manera ganaron peso y protagonismo las conferencias episcopales (asambleas de los obispos de cada país) y los obispos tuvieron mayor participación en las decisiones de la Iglesia. Juan Pablo II no siguió en esa línea. El cardenal alemán Jozef Ratzinger fue el encargado de generar normas que redujeron significativamente el peso de las conferencias episcopales, y reforzaron el poder central del Papa y de la curia romana. La “colegialidad” reclamada por el Vaticano II se hizo por momentos muy formal y se sustituyó por un “romano centrismo” criticado por muchos. Por otra parte, si bien la curia vaticana dejó de ser mayoritariamente italiana como en otro tiempo, está lejos de alcanzar una internacionalidad que represente la gran diversidad de culturas, miradas, pensamientos teológicos y eclesiológicos que existen hoy en el catolicismo de todo el mundo. En cuanto al poder en la Iglesia merece un capítulo aparte el papel de los fieles laicos y laicas. La Iglesia sigue siendo una monarquía absoluta, donde el poder lo concentran los clérigos y donde la opinión de los laicos tiene poca relevancia.
El diálogo interreligioso
Si bien sería imposible agotar la lista de temas pendientes y que pueden entrar en un eventual “plan de gobierno” del nuevo Papa y condicionar el perfil de quien finalmente sea electo, hay quienes atribuyen suma importancia al diálogo interreligioso y ecuménico. Juan Pablo II impulsó el diálogo interreligioso, pero siempre partiendo de la centralidad y dela preeminencia de lo católico. El documento “Dominus Iesus” (2000), firmado por el Papa pero escrito por Ratzinger, es considerado un paso atrás en el camino ecuménico. El papel que las religiones tienen que jugar en el mundo hoy, en particular en la búsqueda y consolidación de la paz, es fundamental y la Iglesia Católica puede tener un protagonismo muy grande en la materia. Pero para ello será necesario asumir que ese diálogo tiene que darse en pie de igualdad, en particular con el islamismo que es con quien menos se avanzó en acercamiento y dada la preeminencia que esa religión está teniendo hoy en el escenario mundial. Y en lo que respecta al diálogo por la unidad de los cristianos con las otras Iglesias cristianas no católicas, el Vaticano y el nuevo Papa tendrán que revisar las posturas sostenidas hasta ahora, en particular acerca del lugar que se le asigna al pontificado. También es cierto que en la agenda que se debate con las otras Iglesias cristianas se incluyen muchos de los asuntos que están entre los ya mencionados en la discusión interna propia del catolicismo (el ministerio, el lugar de la mujer, la moral sexual, etc).
Con todos estos temas y seguramente otros que serán aportados a partir de la realidad particular que los cardenales de todo el mundo lleven hasta Roma, el colegio cardenalicio tendrá que hacer una suerte de “programa del pontificado” del que saldrá también el perfil de quien tenga que ser elegido para conducir los destinos de la Iglesia Católica en los próximos años. De esa elección no quedará al margen la consideración de la trayectoria, los apoyos que unos y otros puedan tener o lograr, los juegos de poder y las alianzas ideológicas, doctrinales o de regiones geográficas. Pero, sin duda, las definiciones de los candidatos respecto de la agenda programática de la Iglesia Católica al inicio del siglo tendrán un peso también decisivo.