Mar 05.04.2005

EL MUNDO  › PEREGRINAJE MASIVO PARA DESPEDIR
LOS RESTOS DEL PAPA JUAN PABLO II

Un aluvión de fieles avanza sobre San Pedro

Las autoridades italianas duplicaron a cuatro millones su estimación de la cantidad de peregrinos que acudirían a la Plaza San Pedro hasta el viernes, cuando Juan Pablo II será enterrado en las grutas vaticanas. El dolor invadió cada rincón.

Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano

Fue una tarde de espera y catarsis en Plaza San Pedro. Si las multitudes que se habían visto durante los días anteriores sorprendieron a los que recuerdan otros fines de papado, las que se vieron ayer superaron todas las previsiones, incluidas las de las autoridades romanas, que trabajan desde el pasado viernes preparando a la ciudad para lo que se viene.
La multitud esperaba que a las cinco las puertas de la Basílica de San Pedro se abrieran para permitir a los fieles dar su último adiós a Juan Pablo II, pero la ceremonia se postergó hasta las 9 de la noche, mientras la cola interminable traspasaba los límites de Ciudad del Vaticano y llegaba hasta Castillo de Sant’Angelo, atravesando los puentes sobre el Tévere que separan la Santa Sede del Estado italiano. La Prefectura de Roma, que en un primer momento había estimado en dos millones la llegada de peregrinos de todo el mundo que estarán presentes para dar el último adiós a Wojtyla, subió las previsiones a cuatro millones, haciendo temer que estas cifras sean superadas en los próximos días por la realidad. La Protección Civil, que se ha hecho cargo de coordinar la acogida a los fieles, prepara sin pausa estadios, escuelas, prados al aire libre, para permitir a la gran cantidad de jóvenes con sus mochilas que llegan a Roma sin pausa desde el sábado que tengan al menos un lugar donde dormir.
Pero las muchedumbres en la Plaza ignoraron ayer las prisas de los encargados de la organización, bajo el efecto de la gran emoción que sacudió la Plaza cuando a media tarde el catafalco de Juan Pablo II fue trasladado desde la Sala Clementina, donde había sido expuesto a líderes políticos y pontificios, hasta la Basílica. Estallaron las lágrimas, los aplausos, los gritos de dolor y los abrazos cuando el cardenal camarlengo, regente del Vaticano hasta que resulte elegido el próximo Papa, abrió el cortejo que arribó a San Pedro con el cuerpo de Karol Wojtyla cargado sobre los hombros de sus más estrictos colaboradores en vida.
Ya desde la mañana, una multitud de anónimos creyentes llegados de todo el mundo estaba inundando Ciudad del Vaticano con miles de cartas, flores y fotos dejadas al pie de las columnas, bajo las fuentes y en cada rincón de la plaza donde la imaginación sugirió el armado de un altar improvisado y popular. “Nunca he creído –escribe una mujer de nombre Carla, en una hoja de papel colgada con cinta adhesiva de una de las columnas–, pero la otra noche mientras miraba la televisión, esperando tu muerte, comencé a emocionarme con el dolor de todos los que tanto te han querido, que tanto han creído en vos y te han seguido en vida. Y ahora estoy aquí y creo, por primera vez en mi vida. Perdóname. Espero que sepas comprenderme.”
Una madre conmovida hasta las lágrimas ayuda a sus hijos a pegar en los muros dos dibujos de Juan Pablo II vestido de rojo, con una enorme sonrisa infantil que aflora de sus labios diseñados con inocente torpeza. Mientras una señora mayor acerca un ramo de flores a una foto en la que se ve al Papa lejano, asomado a la ventana de su departamento privado en una de sus tantas apariciones públicas del pasado. “Vine muchas veces a verlo –me dice–. Esta es una foto de la última vez que lo vi. La dejo aquí porque en mi casa me dolerá mucho mirarla.”
“I love you” dice otro papel con un corazón gigante dibujado con trazos gruesos en lápiz rojo, firmado por una ignota Mary, mientras otro billetito de pequeñas dimensiones reza en español: “Vinimos desde Chile sólo a saludarte, sabiendo que te morías. Llegamos tarde. Te llevaremos para siempre en nuestros corazones, Rosa, Luis y Ernesto”.
Mientras el catafalco del Papa traspasa las puertas de San Pedro, estallan también las cámaras fotográficas que quieren inmortalizar “este momento histórico que estamos viviendo”, como dice con emoción un sacerdote llegado desde Grecia para participar de las ceremonias. Una mujer decía a sus niños: “Acérquense bien para verlo. Es lo más cerca que jamás estarán de un santo”.
La multitud crece y se corre el rumor de que las puertas de la Basílica sólo se abrirán a las 9 de la noche, por lo que muchos fieles comienzan a abandonar la plaza para retornar después, tal vez a la madrugada, esperando dar el último saludo al que ayer ha sido bautizado por el cardenal Sodano como Juan Pablo II, el Grande. “Es un honor que han tenido pocos –me dice una mujer romana con la voz quebrada por el llanto–. Sólo a tres Papas antes que a él la Iglesia ha llamado Grandes.”
Alguien grita pidiendo socorro para una señora anciana que ha caído en medio de la plaza, sofocada por el calor y la emoción. Minutos después aparece un grupo de la Cruz Roja con una camilla y se lleva con prisa a la mujer desmayada. A pocos metros, un hombre de mediana edad cae de rodillas llorando, pidiendo a viva voz “que no te lleven de aquí, que te dejen en San Pedro, que aquí es tu casa”.
“Hay mucha gente molesta porque los polacos han pedido que el Papa sea enterrado en Cracovia –me explica una italiana con aires de preocupación y dolor–. Y como les han dicho que no, ahora han pedido que al menos se les permita llevarse el corazón. Qué horror. Cómo puede haber gente tan macabra en estos momentos.”
La prensa italiana también protestó por las pretensiones polacas, mientras no se aplaca la polémica que envuelve a los medios por la cobertura “exagerada y espectacular” que la televisión ha hecho de la muerte del pontífice. “Más allá de las discusiones –me dice un colega italiano–, nadie puede negar que este Papa ha sido extraordinario, merecía que se le prestara tanta atención a su muerte.”
Juan Pablo II será sepultado en el Vaticano, asegura la Iglesia en un comunicado dado a conocer cuando cae la tarde, tal vez para aplacar los ánimos, en el mismo espacio en el que fue enterrado el otro Papa “bueno” del siglo XX, Juan XXIII, que fue trasladado a otro sitio luego de que Wojtyla lo nombrara santo.
Mientras tanto, la figura imponente del catafalco desaparece detrás de las puertas de San Pedro, rodeado de guardias suizos y de su escolta personal. “¿Te has fijado en los zapatos? –comenta un veterano periodista italiano que se jacta de haber visto de cerca la muerte de otros Papas–. No tiene las sandalias típicas que se usan habitualmente. Tiene zapatos de caminador, de obrero que se pone el mejor calzado los domingos para ir a pasear por el pueblo. Debe haber sido su voluntad, es un detalle que dice mucho sobre Wojtyla”, concluye también él emocionado.

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