EL MUNDO
Una Roma rigurosamente vigilada entre la suma de todos los miedos
Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano
Las previsiones más exageradas se cumplieron: son cinco millones de personas que participarán a partir de las 10 de la mañana de hoy de los que ya han sido definidos como “los funerales más grandes de la historia del Occidente”. Ayer por la noche continuaban llegando micros, trenes, aviones de todo el mundo, con los últimos peregrinos que arribaban a una ciudad al borde de un ataque de caos.
Servicios secretos, policías, militares, agentes de civil, Italia movilizará hoy un ejército de 30.000 personas para garantizar la seguridad de un evento sin igual, organizado en poquísimos días. “Es como jugar a la ruleta rusa”, se confiesan los responsables de la policía romana que observan, desde la emergency room montada por la Protección Civil, las cientos de cámaras dispuestas en los puntos estratégicos de la ciudad. Basta un tipo con un revólver que comience a disparar entre la multitud para que los funerales del Papa se transformen en una masacre, sostienen los especialistas en desastre contratados por la intendencia de Roma para la ocasión.
“Mire toda esa gente –comenta uno de los policías a un periodista que lo aturde con sus preguntas–; ¡imagínese qué puede llegar a ocurrir si empiezan a correr, porque sienten que algo los está amenazando!” Las autoridades italianas no ocultan su temor mayor: la aparición de un loco que quiera llamar la atención del mundo quién sabe por qué motivo bastará para que los funerales de hoy terminen en una tragedia.
“Esta es la única variable incontrolable –aseguran los funcionarios del Ministerio del Interior– contra la que es imposible defenderse.” Es por ello que se ha rastreado durante los últimos días cada hotel, cada albergue, cada punto de hospedaje de los peregrinos, en búsqueda de personas que tengan antecedentes que hagan pensar que podrían protagonizar un incidente de esta naturaleza.
Las fuerzas del orden también han pedido a la multitud presente que “vigile por ellos”, denunciando cualquier actitud sospechosa que pueda hacer temer un incidente. “Vale más eso que todas las telecámaras del mundo”, sostienen los expertos en seguridad, tratando de inspirar confianza a una ciudad que cruza los dedos para que nada ocurra.
Los servicios secretos italianos evaluaron ayer que el riesgo de un ataque terrorista “es muy bajo”, ya que no se han registrado actividades sospechosas en las controladas comunidades árabes de la península, que viven bajo una vigilancia permanente desde el 11 de septiembre del 2001. “El examen de los últimos seis meses –sostienen– indica que no existen elementos específicos para creer que Roma pueda ser objeto de un peligro concreto, específico o inminente.”
Los servicios secretos europeos coinciden con el análisis de sus colegas italianos, aunque no por ello las medidas de precaución que se tomarán serán más ligeras. Se trata de proteger nada más y nada menos que la vida de 38 jefes de Estado y de unos 150 líderes mundiales, muchos de ellos “blancos de primera clase” a la hora de imaginar un atentado. Preocupa sobre todo la presencia del presidente de EE.UU., George W. Bush, llegado a Roma con una comitiva que incluye a Bill Clinton, Condoleezza Rice, Bush padre y otros pesos pesado, anteayer por la noche. En el ranking de las preocupaciones romanas aparecen también los presidentes Emile Lahoud, de Líbano; Bashar Assad, de Siria; Mohammad Jatami, de Irán; Hamid Karzai, de Afganistán, quienes junto a líderes europeos como Jacques Chirac, de Francia, Tony Blair, de Gran Bretaña, Gerhard Schroeder, de Alemania, y José Luis Rodríguez Zapatero, de España, pueden llegar a ser objeto de eventuales ataques.
En los techos de Ciudad del Vaticano se apostarán más de 1000 francotiradores, mientras la policía local ha elaborado un plan que contempla la creación de tres anillos de seguridad en torno de los poderosos del mundo que se reunirán en la Plaza. Los vuelos sobre la capital han sido limitados desde ayer, se ha dispuesto baterías de misiles Spada y Hawks montadas sobre plataformas móviles ubicadas en puntos estratégicos como el Monte Mario y el Gianicolo y hasta se desplegó un barco de la marina de guerra italiana que vigilará desde las costas del Mediterráneo, cercanas a la ciudad, que no se produzca ninguna violación del espacio aéreo durante la ceremonia.
Sobrevolarán Roma durante las próximas horas dos helicópteros HH3F y cuatro MB339, preparados para la interceptación de pequeñas avionetas, junto a 4 aviones AMX y 4 F16 que efectuarán labores de patrullaje. Un Boeing 707 recargará de combustible las aeronaves empeñadas en la vigilancia, y un AWAC de la OTAN dotado de la última tecnología de vigilancia realizará tareas de espionaje no explicadas con mucho detalle por los responsables italianos.
En tierra, un equipo especial NBCR (Núcleo Bacteriológico Químico Radiactivo) y un equipo de artilleros y detectores de explosivos del ejército completarán el cuadro de militarización de la ciudad. Por si fuera poco, los militares han preparado un hospital ad hoc en las afueras.
El ministro italiano del Interior, Giuseppe Pisanu, ha anunciado que no concurrirá a los funerales, ya que seguirá el evento junto al equipo de crisis, de modo tal que “si sucede algo, en menos tres minutos podamos reunirnos todos los responsables en una sala”, y se congratuló con el intendente romano Walter Veltroni que decidió suspender, de modo absoluto, la circulación de vehículos privados desde las dos de la madrugada del viernes hasta la seis de la tarde.
Nadie sabe con certeza si todas estas precauciones servirán para evitar un desastre, sobre todo teniendo en cuenta que bastaría un solo individuo para desencadenarlo. Pero la paranoia que viven las grandes capitales europeas desde el 11 de septiembre del 2001 (alimentada en muchos casos por la exageración de los medios de comunicación) justifica estas medidas ante la gente, que mira con sorpresa una Roma como nunca antes se la vio.