Sáb 09.04.2005

EL MUNDO  › MULTITUDES LLORARON, APLAUDIERON, REZARON
Y PIDIERON QUE JUAN PABLO II SEA HECHO SANTO YA

Un funeral donde el Papa estuvo más presente que nunca

En los funerales más grandes de la historia, Juan Pablo II fue inhumado ayer en el Vaticano rodeado de un dolor (y de un fervor) popular también sin precedentes. Peregrinos de todo el mundo, así como numerosos jefes de Estado, convergieron sobre la Plaza San Pedro.

Por Oscar Guisoni
Desde Ciudad del Vaticano

8.15

El Día D ha llegado. Roma sin autos es una maravilla que muy pocos recuerdan. Cada tanto interrumpe el silencio un grupo de motociclistas montados en los célebres “motorinos” que forman parte de la identidad romana tanto como la Fontana de Trevi o el Coliseo. Los peregrinos forman los primeros ríos humanos rumbo a San Pedro. Rostros cansados, serios, de anticipada conmoción.
Se sabe que muy pocos tendrán acceso a Ciudad del Vaticano. Serán los madrugadores, los que pasaron la noche durmiendo sobre sus mochilas al abrigo de una cobija insuficiente en medio de un frío inusual. Los demás tendrán que contentarse con las 27 pantallas gigantes distribuidas en las plazas y los parques de la ciudad.
Los negocios están cerrados, las escuelas también. No trabaja la administración pública. Roma se prepara para el gran funeral, el último adiós al Papa mediático, al carismático Juan Pablo II que aun después de muerto continúa movilizando multitudes jamás vistas por aquí.

9.00

Las pantallas gigantes no son tan grandes como “nos habían dicho en la televisión”, se queja un grupo de jóvenes. “No vamos a ver mucho, me temo”, comenta una romana de marcado acento mientras se acomoda “en el mejor lugar posible” junto a su marido. El reflejo del sol empeora las cosas. Una ascética transmisión de la tele oficial del Vaticano comienza a mostrar la plaza casi vacía, los primeros invitados que buscan su lugar en las escalinatas de la Basílica.
Detalle curioso: la diplomacia vaticana no se complicó mucho la vida a la hora de ubicar a los “poderosos del mundo” en el palco. Riguroso orden alfabético de acuerdo con el país de procedencia. Sin posibilidad de discusión. Idioma de referencia elegido: el francés. De esa manera, enemigos declarados como el iraní Mohammed Jatami y el presidente israelí Moshe Katsav fueron colocados peligrosamente cerca. Y el premier de Albania, Fatos Nano, pudo disfrutar la ceremonia en primera fila, dejando al poderoso George W. a sus espaldas.

9.35

En San Giovanni in Laterano, una de las iglesias frente a la cual se ha montado una pantalla no tan gigante, ya se ha congregado una multitud. “Serán una 30.000 personas”, arriesga un policía con cara de no haber dormido en los últimos días. Un polaco en patines llega a toda velocidad por una avenida vacía, la bandera roja y blanca flameando a sus espaldas.
El plan de emergencia organizado por la Protección Civil de la ciudad parece funcionar a la perfección. La gente ha aceptado el consejo de no amontonarse en torno de la Basílica y así Roma se transforma en un inmenso funeral a cielo abierto.

9.50

Estación del metro de San Giovanni. La Radio Vaticana se oye hasta en los subterráneos de la ciudad. “Está llegando Jacques Chirac.” El tren viene repleto. Cuando pasa debajo de la estación ferroviaria de Roma Termini todo se vuelve un caos. Cuerpos que se aprietan, gritos. Una señora con el traje verde fosforescente que llevan los voluntarios de la Protección Civil llama a la calma.
“Es increíble –comenta una mexicana que se ha puesto sin pudor la remera verde de la selección nacional–, sigue llegando gente todavía.” Se llama Mary. Está emocionada, éste es un momento histórico que siempre quiso vivir. “Es desde que lo vi al Papa en México –dice–. Le gustaba cantar Cielito lindo y se ponía el sombrero de charro cada vez que iba.”

10.05

Los funerales han comenzado, pero acercarse a San Pedro es casi imposible. Cerca de la salida del metro, en Via degli Scipioni, hay una de las famosas pantallas gigantes. Una multitud bloquea la calle. Pero la televisión vaticana sigue mostrando una plaza que todavía no se llena. Salteamos todas las barreras con nuestra credencial de prensa en la mano y en menos de 15 minutos llegamos hasta donde comienzan las columnatas de Bernini. El misterio de la plaza poco concurrida encuentra su explicación. Los responsables de la Protección Civil han encontrado un ingenioso método para evitar incidentes si la muchedumbre se llegase a descontrolar. Han dejado pequeños colchones de espacios vacíos cada 100, 200 metros. Por la plaza, por primera vez en muchos días, se puede circular con tranquilidad. No hay multitudes apretadas. Hay muchas mochilas en el suelo, gente sentada que oye la misa, pirámides de botellas de agua mineral.
Las autoridades municipales están tan orgullosas de cómo han sabido gestionar la emergencia que por la mañana anunciaron la llegada de expertos de la Unión Europea que han venido a “aprender del modelo romano”. Un auténtico “milagro”, más bien.

10.15

Desde la pirámide central de la plaza se ve el cajón donde yacen los restos de Juan Pablo II. Simple madera de nogal, símbolo de la humildad del Papa peregrino que hasta después de muerto huye de los fastos y los oropeles. Un Evangelio de tapas rojas cuyas hojas aletean al viento es el único adorno que yace sobre la última morada de Wojtyla.
Sobre los balcones de los edificios adyacentes, monjas y francotiradores se turnan para observar la ceremonia. A un costado, una enorme plataforma de unos cinco metros de altura alberga las cámaras de las cadenas de televisión de medio mundo.
El cardenal Josef Ratzinger, en riguroso latín, oficia la misa. Una extraña calma sobrevuela la plaza, rota de vez en cuando por el sonido atronador de los aviones de guerra o por el motor incesante de un helicóptero que parece suspendido en el aire, siempre en el mismo lugar.
Entre los fieles se ha distribuido durante la mañana un libro en donde está escrita la ceremonia paso a paso. Muchos lo tienen abierto y la siguen como pueden, murmurando bajito, cantando a veces, arrodillándose cuando es deber.
Un inmenso corredor inaccesible a la multitud parte la plaza en la mitad. Por allí circulan policías, bomberos, médicos, periodistas. Es una de las vías de escape previstas. Pero nada ocurre. Nada que no sea la emoción de los 350.000 fieles que siguen los funerales desde la plaza y la concurrida Vía de la Conciliación, la calle que apenas un día antes era un hormiguero de gente en procesión.

11.30

Es la hora de la comunión. Un ejército de sacerdotes reparte hostias a los fieles. La plaza se mueve, avanza y retrocede. De repente, estalla en aplausos. Se agitan las banderas. Muchas son polacas, pero hay también de Brasil, de España, de Estados Unidos. Hay un par de azules y blancas a un costado y hay una solitaria bandera irlandesa perdida entre la multitud. Hay una bandera vasca y otra catalana. Y hasta un fanático del Manchester United con la bufanda colgada al cuello que reza sin cesar. Lo que no hay, tal vez porque es obvio, son banderas italianas.
La transmisión de la televisión vaticana no muestra a los poderosos del mundo. Por una vez, no son tan importantes. Algún estudioso de los rituales de San Pedro comentaba días atrás que fue durante los funerales de Pablo VI que los políticos se hicieron presentes por primera vez en un funeral de un papa.

12.30

Sopla un viento infernal que vuela las túnicas de obispos y cardenales. El sol se oculta y amenazantes nubes de tormenta anuncian una lluvia que no llegará. La ceremonia llega a su fin. La plaza estalla en un aplauso ininterrumpido que durará más de quince minutos. Desde la izquierda de la pirámide se comienza a oír un grito que minutos después llena las gargantas de todos los presentes: “¡Vivirá! ¡Vivirá!”.
En la más pura tradición de “acto de masas del siglo XX” se alzan, al improviso, cinco, seis cartelones que hasta ese momento se habían mantenido ocultos. “Santo subito” (en italiano: “Santo ya”). Es imposible saber quién los ha preparado, pero basta ver cómo han sido dispuestos a lo largo y ancho de toda la plaza para comprender que se trata de una “sorpresa” preparada con mucha anticipación.

12.43

Siguen los aplausos. La gente se conmueve, se abraza. “Ciao, Papa, ciao”, murmuran los peregrinos con lágrimas en los ojos. Comienzan a sonar las campanas de San Pedro mientras el cajón con los restos de Juan Pablo II viene levantado del corazón de la escalinata y portado en hombros hasta la entrada de la Basílica. Al llegar a la puerta lo alzan, como si quisieran mostrárselo por última vez a su pueblo.
Minutos después el cortejo fúnebre abandona la plaza y se introduce en la Basílica donde tendrá lugar la inhumación. La Iglesia no ha permitido que esta parte de la ceremonia se transmita por televisión. Un poco de silencio e intimidad antes del fin.
Lo espera la “desnuda tierra” donde ha pedido ser sepultado.

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