EL MUNDO
El Gran Hermano sale a vender una Constitución
La campaña para que los franceses voten el “sí” a la Constitución Europea el próximo 29 de mayo ha llegado al extremo de saturar los medios de comunicación. Y ya se registran protestas.
› Por Eduardo Febbro
Pese a los denodados y masivos esfuerzos de los partidarios de la aprobación del tratado constitucional europeo, el “no” sigue ocupando el primer plano de las preferencias electorales. El referéndum mediante el cual Francia aprobará o rechazará la Constitución europea se ha vuelto un rompecabezas para quienes, tanto a la izquierda como a la derecha, militan por el sí en la consulta prevista para el próximo 29 de mayo. Los Estados Mayores de las formaciones políticas francesas no escapan tampoco a la incertidumbre y a las divisiones, tanto más cuanto que la opinión pública asiste a una inédita desaparición de las diferencias políticas. El primer ministro conservador y el presidente Jacques Chirac militan por el sí y tienen como aliados al primer secretario del Partido Socialista, François Hollande, y al ex jefe de gobierno socialista Lionel Jospin.
La militancia a favor del sí se ha convertido en una auténtica batalla en la que se recurre a todos los métodos de la guerra sucia. Apurados por las encuestas negativas y faltos de argumentos decisivos, el campo del sí juega a fondo la carta del miedo y la culpabilidad. Los pobres electores que piensan votar en contra de la Constitución se ven responsabilizados de todos los males del mundo. Caos, crisis económica, pérdida de influencia ante las demás potencias mundiales, papelón europeo, vergüenza internacional. Según los señores del sí, un no de los franceses equivaldría a un diluvio universal. Los sectores aunados en el campo del no –extrema derecha, comunistas, una fracción contestataria de los socialistas, algunos ecologistas y un ejército de euroescépticos oriundo de todas las corrientes políticas– han sido diabolizados a tal punto que sus espacios de expresión en los medios de comunicación son cada vez más exiguos. Son malos, feos, tontos, de extrema derecha e irresponsables. En cambio, el sí goza de todo el aparato estatal, del beneplácito de los medios y de una suerte de galaxia consensual, una máquina de propaganda cuya ocupación del espacio público se ha vuelto hasta grosera. Prueba irrefutable de ese estado de ánimo es la crisis que se desató en el seno de los medios de comunicación. Esta semana, una delegación de periodistas del servicio público le entregó al presidente del Consejo Superior del Audiovisual, CSA, una petición firmada por 15.000 personas en la cual se denuncia “el martillazo del sí”. El documento, llamado “El no censurado en los medios, ¡basta!”, afirma que “muchos cronistas, corresponsales, presentadores y dueños de medios sobrepasan sus funciones tomando posición a favor del sí en el ejercicio de su profesión”. Los análisis de las intervenciones públicas son clarísimos: entre el 1º de enero y el 31 de marzo el sí totalizó el 71 por ciento de los argumentos desplegados en los medios de comunicación contra el 29 por ciento para el no. La denuncia fue tomada en serio y anteayer Dominique Baudis, presidente del CSA, exigió a los medios, especialmente radio y TV, que restablecieran el equilibrio.
Pero los señores del sí persisten con su política de intimidación. El primer ministro reiteró que “si Francia opta por el no, el país se baja del tren”, mientras que el presidente de la Comisión Europea, José Miguel Durao Barroso, dijo que “todo el mundo va a observar el resultado en Francia, fuera y dentro de Europa. Si por desgracia el no triunfara, ello sería interpretado como un signo de debilidad de Francia y Europa”. Pese a todo, las encuestas constatan que el no es reacio a dejarse convencer de esa manera y que, más allá de la cuestión europea, los votantes pondrán en las urnas un voto sanción: se trata de hacerle pagar al gobierno su reducida política social: pensiones, sistema educativo, desempleo, política migratoria, cambio de la semana laboral, privatizaciones. Las urnas europeas prometían una excursión en los jardines del triunfo. El contexto nacional prefigura una pesadilla.