EL MUNDO
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Normalización de la masacre
Por Claudio Uriarte
Una novedad inadvertida está instalándose en la cobertura informativa de la guerra de Irak: el grado hasta el cual la masacre llama cada vez menos la atención y, en cierto modo, está siendo normalizada. Pareciera haber un efecto de saturación de las noticias de derramamiento de sangre que ha terminado por fatigar al público receptor, por el cual la explosión de otro coche bomba (y en estas semanas hubo ristras de ellas) se hace más de lo mismo (en parte porque la mayoría de las víctimas no es norteamericana: ¿cuánto cotiza un iraquí en el mercado noticioso de bajas?). Entonces, el foco de la noticia se desvía hacia escándalos como el de la publicación por Newsweek de presuntas profanaciones del Corán en la cárcel de Guantánamo o a comparativas trivialidades como la aparición de fotos del ex dictador Saddam Hussein en calzoncillos en las portadas de dos diarios sensacionalistas de Rupert Murdoch. La masacre está convirtiéndose en parte del paisaje, y no hace falta un ejercicio exagerado de la imaginación para figurarse el día en que Irak se convierta en una especie de parque temático, y solícitos guías norteamericanos conduzcan al turista a contemplar el próximo derribo de un helicóptero Black Hawk o la explosión de aún otra bomba caminera. Cambiemos el canal, por favor.
Desde luego, Irak es mucho más que un espectáculo televisivo, pero este efecto de recepción puede influir en el modo en que la guerra está siendo librada. Para empezar, el anestesiamiento de la opinión pública puede ser de beneficio para la administración Bush, pero también puede ocurrir el exacto opuesto: que la fatiga de Irak se convierta en fatiga de guerra. En los últimos meses, las encuestas han oscilado o arrojado resultados mixtos: si bien hay un sostenido declive de la popularidad de la guerra en Estados Unidos, las respuestas negativas aparecen calificadas por algún punto que favorece al gobierno, como la necesidad de quedarse hasta completar el trabajo, o la opinión de que el mundo es mejor sin Saddam Hussein en el poder, después de todo. George W. Bush ganó su aplastante reelección en noviembre pasado gracias a postularse como el candidato de la seguridad nacional (aunque desde entonces ha perdido apoyo, pero por mal manejo de temas internos); Tony Blair, pese a tener a la mayoría de la opinión pública británica en contra de la guerra, habrá perdido un centenar de bancas en las últimas elecciones, pero aún así logró un histórico tercer mandato para su New Labour, con una saludable mayoría absoluta en el Parlamento. Donde el apoyo a la guerra se ha erosionado más es en el resto de los componentes de la coalición pronorteamericana (hay una decena de países que han anunciado su próximo retiro de tropas), pero se trata de los eslabones más débiles de la cadena, y su presencia en suelo iraquí fue siempre poco más que un saludo a la bandera (estadounidense, en este caso).
Pero si las imágenes de Irak son deprimentemente reiterativas, eso no significa que los medios dejen de librar su propia guerra. Al respecto, la cobertura en Estados Unidos tiende a ser mayormente negativa (con excepción de los medios explícitamente asociados con la administración Bush, como el canal Fox News). Eso está generando un efecto de derrame sobre la percepción de la anterior guerra lanzada por Bush: la de Afganistán. En este sentido, la noticia publicada por Newsweek puede o no ser verídica (la revista se retractó de ella desde su publicación) pero muestra la dirección de los criterios periodísticos, al tiempo que disparó una violencia que dejó decenas de muertos en el mundo musulmán, incluyendo Afganistán. Significativamente, esos muertos se notaron mucho más que los chiítas muertos durante las últimas semanas en ataques de la resistencia sunnita en Irak, y para los que Abu Musab al Zarqawi, considerado el líder de Al-Qaida en ese país, acaba de reivindicar legitimidad islámica. Pero Afganistán no es Irak, ya que el derrocamiento de los talibanes no fue un puro producto angloamericano, sino que contó con la participación en roles de infantería de una importante fuerza local, la llamada Alianza del Norte–con que los talibanes estaban trenzados en una guerra civil al momento de la invasión norteamericana–, y el espectáculo de su desenlace es bien distinto al caos y a la anarquía que distinguen al viejo feudo de Saddam.
Es demasiado pronto para saber si la guerra de Irak se perderá –como exageraron diversos comentaristas sobre la guerra de Vietnam– en los living-rooms de los hogares norteamericanos, producto de las imágenes aportadas por las pantallas de televisión. Pero lo cierto es que esas imágenes no cesan de aparecer –como la guerra real no cesa de ocurrir– y, hasta ahora, el resultado en la opinión pública varía entre negativo e incierto.