EL MUNDO
› CONSECUENCIAS NO DESEADAS DE LOS “NOES”
Un voto globalizador
Economistas franceses empiezan a vislumbrar dos peligros a partir de los “noes” de Francia y Holanda a la Constitución Europea: que el gasto público aumente y el euro ceda y que la deslocalización del empleo se acelere.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Por segunda vez en menos de una semana, un “no” rotundo sacudió las capitales del Viejo Mundo y puso en tela de juicio el ambicioso proceso de construcción de la Unión Europea. El primero fue expresado en Francia el domingo 29 de mayo, en el curso del referéndum organizado para aprobar o rechazar el Tratado Constitucional europeo. Pese a la tardía, pero voluminosa campaña a favor del “sí”, los franceses rechazaron el texto en casi un 55 por ciento de los votos. Tres días después, Holanda repitió la desaprobación, con un porcentaje aún más importante: el “no” recogió cerca del 62 por ciento.
“Europa no futuro”, decía uno de los tantos afiches que tapizaron los muros de París durante la campaña por el referéndum. Y sin embargo, Europa ha ofrecido un futuro más que envidiable a los ciudadanos de la UE. Celosos de su “modelo social”, temerosos de que la Constitución atrajera a Francia un flujo de inmigrados de Europa del Este –en especial a “plomeros polacos”–, de que el Tratado consagrara al liberalismo como único resorte de desarrollo, de que el texto magno incrementará la deslocalización de empresas, los franceses expresaron en el voto un manojo de miedos y una clara intención de sancionar a un gobierno que aplicó una serie de reformas costosas en el plano social.
Un sondeo realizado por la empresa TNS-Sofres muestra que el principal motivo del “no” radica en el temor de que el Tratado Constitucional agrave el desempleo. Todos los segmentos políticos contribuyeron al “no”. Un 64 por ciento de los electores con sensibilidad de izquierda impugnaron el Tratado, acompañados por un 24 por ciento de la derecha y un 96 por ciento de la extrema derecha. El “no” dejó al descubierto una geografía electoral bien precisa. De los 100 departamentos franceses, 84 impugnaron el tratado contra 53 en el curso del referéndum sobre el Tratado de Maastricht realizado en 1992. El frente del rechazo sólo se detuvo en los grandes centros urbanos, como París, Burdeos, Toulouse, Estrasburgo o Lyon. Los territorios urbanos dijeron “sí”, la Francia rural y las regiones del norte azotadas por la desindustrialización y el desempleo gritaron “no”. La consulta constitucional aportó otro dato. El 70 por ciento de participación –el más alto registrado en el país en los últimos 40 años– traduce un vuelco de la opinión pública. Esta pasó de la apatía, es decir de la abstención, a la afluencia masiva bajo el signo de la protesta. El “no” instaló la incertidumbre en la agenda europea, derribó a un gobierno, consagró la derrota de Jacques Chirac y de la línea oficial del Partido Socialista e impulsó al primer plano a Laurent Fabius, un socialista “reformista” que levantó las banderas del “no” 13 años después de haber sido el portavoz de la aprobación del Tratado de Maastricht de la Unión Europea, que introdujo el euro como moneda común de la Unión. Fabius fue apartado ayer de la dirección del PS francés.
Incluso si se sabía de antemano, el doble “no” franco-holandés causó estragos en las cúpulas dirigentes europeas. La marcha de la Unión chocó con un obstáculo, cuya gestión no depende de un paciente acuerdo entre las partes sino de las opiniones públicas. Bruselas y la gran mayoría de los gobiernos no se cansan de repetir que el proceso de ratificación debe seguir. Sin embargo, el pájaro está herido. Además del gobierno francés y de cierta idea de Europa, la otra víctima de las urnas es el referéndum que tenía que celebrarse en Gran Bretaña hacia principios del año entrante. Las otras víctimas directas son el euro y los equilibrios económicos europeos, de los que dependen las orientaciones presupuestarias de la UE. La moneda única europea perdió 2 por ciento de su valor desde finales de la semana pasada. Pero la pesadilla compartida por todos los economistas e inversores radica en que el doble “no” introduzca la variable de un repliegue nacional y desajustes presupuestarios. Los gobiernos del “no” no pueden cerrar los ojos ante el “no” y se verán obligados, de una u otra forma, a reactivar las inversiones públicas, especialmente en Francia donde el desempleo, situado en el 10 por ciento de la población activa, fue el motor del “no”. Emmanuel Ferry, economista de Exane París-Bas, estima que el déficit público puede llegar al 5 por ciento. El límite teórico es del 3 por ciento. Ferry hace otro análisis aún más interesante. Si en Holanda la sociedad se negó a aceptar una Europa que, según los electores, amenaza su soberanía y abre las puertas a los inmigrantes turcos, en Francia se trató de un tajante portazo al liberalismo, percibido como factor de desequilibrio y desarticulador del modelo social francés. En este contexto, Ferry alega que el rumbo que tomará Europa será “mucho menos politizado, con sus instituciones debilitadas. La contrapartida será una Europa mucho más sometida a las leyes del mercado. Habrá más reestructuraciones, deslocalizaciones, más competencia fiscal y social y el Estado intervendrá bastante menos. En suma, exactamente lo opuesto a lo que los electores franceses querían votando “no”.