Dom 05.06.2005

EL MUNDO  › OPINION

Bolivia a la Unión Europea

Por Claudio Uriarte

Podrá sonar apresurado, fuera de lugar y hasta imprudente, pero los datos duros de la realidad indican que Bolivia está cumpliendo cada vez más con las calificaciones necesarias para entrar a la Unión Europea. A la Unión Europea que existe y que se asoma, esto es.
Considérense los hechos. En Francia, los votantes están logrando el milagro de convertir un voto “antiglobalizador” y pro Estado del Bienestar en su exacto opuesto, por la tormenta de desconfianza que puede empujar a capitales y empresas mucho más allá de la Europa de los 25 –liquidando más puestos de trabajo–, y rumbo a Asia (ver Suplemento Cash, pág.7). En Bolivia, las protestas callejeras ya fueron más lejos: por medio de forzar primero el alza del nivel de tributación de las compañías extranjeras de hidrocarburos a un 50 por ciento efectivo y de reclamar ahora la renacionalización completa de la industria de la energía, se abre la perspectiva de que el gas y el petróleo bolivianos (las únicas fuentes de riqueza legítimas del país) queden bajo la tierra, sin ser explotados; que el nivel de recaudación tributaria efectiva del país disminuya y no aumente (porque las compañías extranjeras que deben pagar esos tributos partan en busca de otros horizontes), que el nivel de empleo baje y la pobreza aumente.
En Holanda, los electores dijeron “no” a la Constitución Europea por obra del temor xenófobo a la entrada de Turquía a la Unión. Nuevamente en este punto, Bolivia se encuentra a la vanguardia de la tendencia histórica, con los separatismos de las zonas ricas de Santa Cruz de la Sierra y Tarija respecto del empobrecido oeste del país. Si en la Unión Europea hay países que rechazan a posibles nuevos entrantes, en Bolivia una parte del país quiere echar a otra parte que ya se encuentra adentro, confirmando la vieja regla que dice que el secesionismo es un lujo político de regiones o naciones ricas.
En lo que queda de la Unión Europea, tres proyectos compiten entre sí después de los naufragios del domingo y el miércoles en Francia y Holanda: 1) ignorar los “noes” y seguir el proceso de ratificación de la Constitución como si nada hubiera ocurrido; 2) congelar el proceso y 3) darlo por muerto. Para no quedarse atrás, el presidente Carlos Mesa convocó el jueves a la fecha artificial del 16 de octubre dos consultas que son mutuamente excluyentes: una votación para Asamblea Constituyente (cuyas decisiones abarcarían el conjunto del país) y los referendos autonómicos para de Santa Cruz y Tarija (cuyas decisiones probablemente significarán el abandono del resto del país). En términos de solidez constitucional, Bolivia pasa claramente los canones establecidos esta semana por la UE.
En toda Europa se habla mucho contra las decisiones tomadas por una “eurocracia” anónima y no electa en Bruselas, un “funcionariado” al que nadie ha visto ni controla y que, por haber sido designado por los gobiernos de los distintos países, carece del mínimo grado de legitimidad popular. Bolivia ya está en una situación prácticamente similar desde hace mucho, con un Congreso que fue elegido en 2002, antes del traumático y ensangrentado derrocamiento cívico-militar del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, y por un presidente apartidario, que carece de un solo parlamentario propio y que ascendió a su puesto sólo gracias a haber sido el ex número 2 del ex número 1 y haberlo abandonado a tiempo. En términos de transparencia, representatividad y legitimidad, las instituciones bolivianas tampoco tienen, por lo tanto, nada que envidiarle a sus rivales europeas (aunque hay que admitir que a nadie en La Paz se le ha ocurrido aún ignorar el resultado de consultas populares transparentes y legítimas, como entusiastamente se está considerando en Bruselas).
En Europa, por último, hay preocupación por la posibilidad de que el fracaso de la Constitución convierta a la Unión Europea en una colección de naciones introvertidas, sumidas en rencillas permanentes y de menor cuantía, e incapaz de proyectarse como bloque para confrontar a sus antagonistas de América y Asia. En Bolivia, las naciones cruceña y tarijeña ya luchan contra las del resto, pero en el resto también hay divisiones entre campesinos y urbanos, entre campesinos y campesinos, entre urbanos y urbanos y en un movimiento social que va desde el indigenismo radical hasta una Central Obrera que reclama abiertamente un golpe de Estado militar. Que estos paralelos hablen de la evolución de Bolivia o de involución europea es una interpretación completamente a cargo del lector.

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