Dom 05.06.2005

EL MUNDO

“La pobreza no justifica la falta de una democracia”

Ganó la Secretaría General de la OEA contra Luis Derbez, favorito de EE.UU. Ahora el chileno José Miguel Insulza encabeza el organismo interamericano en momentos críticos para varios países de la región.

Por José Manuel Calvo *
Desde Washington

José Miguel Insulza acaba de cambiar Santiago de Chile por Washington. Hace 10 días tomó posesión como secretario general de la Organización de Estados Americanos –OEA– y hoy preside la asamblea que se celebra en Fort Lauderdale, Florida. El socialista Insulza, de 62 años, ministro del Interior –después de haber ocupado la cartera de Exteriores– y pieza clave en la transición de Chile a la democracia, se hace cargo de una OEA descabezada desde hace nueve meses, por la salida del costarricense Miguel Angel Rodríguez, y que arrastra una imagen de ineficacia y escasa relevancia.
–Su elección, hace un mes, fue complicada, con varios empates y tras una política de candidaturas errática de EE.UU., que luego rectificó Condoleeza Rice cuando se vio con usted en Santiago. ¿Entiende la secretaria de Estado las realidades de Iberoamérica?
–Sí, ella mostró un conocimiento bastante completo cuando estuvo allá y una gran flexibilidad para entender los problemas. Creo que la primera prioridad para EE.UU. es la estabilidad de la región. Pero, en eso coincidimos todos, en que la región sea lo más estable posible, lo menos conflictiva posible. Ahora, eso supone también un grado de flexibilidad para entender situaciones políticas y culturales distintas y aceptar la gran diversidad de la región. Tenemos pautas claras de compromiso, las que recoge la Carta Democrática Interamericana, y ahí están las normas por las que nos regimos. Luego, el cómo y de qué manera, eso está sujeto a discusión.
–La Carta Democrática es explícita, pero resulta insuficiente o perturbadora para algunos.
–Para mí la democracia es algo claro: uno la conoce cuando la ve. La democracia es elecciones libres y libertad permanente de los ciudadanos; es libertad de expresión, de asociación, son los partidos y el respeto a las minorías y a la oposición... Y cuando se habla de que la democracia está íntimamente ligada al desarrollo económico y social, es cierto, y lo dice la Carta. Pero una cosa es eso y otra decir que es más difícil tener democracia si hay muchos pobres; en todo caso, eso nunca puede ser un pretexto para no tenerla. Al contrario, la pobreza debería ser un acicate para tener más democracia y enfrentar los grandes problemas.
–¿Tiene algún sentido establecer una pulseada entre la Carta Democrática y una Carta Social?
–Ninguno. La Carta Social es una buena iniciativa, un buen complemento, y espero que la saquemos adelante.
–¿Le preocupa que la tensión entre Venezuela y EE.UU. se coloque en el centro de la asamblea de la OEA?
–No quiero hablar de países concretos, pero las confrontaciones bilaterales nunca son buenas en un organismo multilateral, que debe forjar consenso, aunar voluntades, no producir divisiones. Cuando hay esta retórica entre dos países, los otros tienden a ser espectadores o, peor, toman partido. Ojalá las disputas se mantengan en el plano bilateral.
–Hay países en la zona con conflictos serios, como Bolivia y Ecuador, por mencionar sólo los más actuales. ¿Ve alguna novedad en estas situaciones?
–En algunos países actúa de manera más abierta que antes la diversidad cultural y étnica. Es una realidad; la presencia del mundo indígena en América latina es cada vez mayor. Creo, además, que los conflictos no tienen ya el profundo contenido ideológico de antes. Alguna vez he dicho que ya no se trata del general Pérez ni del camarada González, que tienen problemas con la democracia: se trata de ciudadanos comunes, que a veces, no encuentran en la democracia soluciones reales a sus problemas.
–El populismo, en muchas ocasiones, ocupa todo el espacio de la izquierda a los ojos de muchos ciudadanos y desplaza a la socialdemocracia, al socialismo moderado de usted y de otros líderes iberoamericanos.
–Después de las experiencias de los años ’70, tenemos temor al exceso de expectativa, a la promesa vacía, al desorden que se crea sobre la base de trazarle espejismos a la gente, al jugar con los dramas de las personas. Por tanto, al populismo lo vemos como un fenómeno contrario a nuestra política. Ahora, lo que sí es cierto es que en nuestra región hay muchos problemas no resueltos. El caldo de cultivo para el populismo está ahí; esta región no es la más pobre del mundo, pero sí es la más injusta del mundo. No hablo del Caribe ni de América del Norte sino de América latina, en donde los niveles de distribución del ingreso son los más desiguales del mundo y hay 200 millones de personas por debajo de la línea de la pobreza. Todo eso es un caldo de cultivo para un populismo de soluciones fáciles; ya sabemos que esas cosas no tienen soluciones sencillas, pero hay mecanismos para enfrentarlas.
–¿Qué le hace falta entonces a Latinoamérica?
–Le falta mejor gobierno, mejores instituciones; seguir políticas más claras y consistentes en materia económica y una mayor disposición de los grupos económicos a compartir los beneficios del desarrollo. No hay carencia sino lo contrario, de recursos naturales; ni de recursos humanos, a pesar de los problemas de educación. Pero el desarrollo institucional es bajo, las instituciones son débiles y precarias, muchas veces no gobiernan bien.
–¿Cómo estuvo la entrevista con el presidente Bush el martes en la Casa Blanca?
–Fue una demostración de interés muy importante de parte del presidente, porque estaba acompañado por sus principales asesores de política exterior. Al final me preguntó qué podía hacer, y yo le dije que mantener el interés de EE.UU. por la OEA en tanto que organismo multilateral. Es importante que Bush haya decidido asistir el lunes a la asamblea de la organización.
–EE.UU. se olvidó de Latinoamérica después del 11-S. Hubo preocupación por el comercio, por la seguridad, pero no por la política, y muchos países sienten el abandono.
–Efectivamente, es necesario revisar bien cuál es la agenda común que tenemos. Los títulos están bien: democracia, seguridad, desarrollo. Pero la verdad es que la negociación comercial ha estado atascada y que los temas de seguridad no atienden a cosas graves como los huracanes. Tenemos un documento muy importante que se llama Seguridad Multidimensional, pero no lo cumplimos, se quedan afuera los problemas del crimen organizado, de las pandillas, de las catástrofes naturales... Hay titulares claros, pero tenemos que establecer las prioridades.
–En algún momento puede haber una situación nueva en Cuba, aunque sea por razones biológicas. ¿Lo tiene usted en cuenta al comenzar su mandato como secretario general de la OEA?
–Yo creo que el mundo y América están acostumbrados a la presencia de alguien (Fidel Castro) que estaba ahí ya cuando el presidente Eisenhower estaba gobernando EE.UU. Y después han venido cantidad de presidentes norteamericanos... Todo eso provoca una cierta impresión de que ésta es una situación permanente. Pero yo no creo que sea bueno hacer cuentas biológicas. Para mí el tema de Cuba seguirá siendo político y ojalá el hemisferio llegara a algún acuerdo sobre cómo mejorar la situación. No quiero abundar más sobre este país, que no ejerce como miembro activo en este momento; lo importante es declarar que las puertas de la OEA estarán siempre abiertas para todos los países democráticos, pero existe la Carta Democrática, que no nos podemos saltar.
–¿Su desafío es que se diga, cuando deje el cargo, que fue el hombre que resucitó la OEA?
–Bueno, yo diría del hombre que hizo lo posible por resucitarla. Pero no creo que la OEA esté muerta. Hace muchas cosas. A lo mejor, debe hacer pocas y más en profundidad.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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