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Economía y terror
Por Marcelo Zlotogwiazda
Si una nota debe comenzar por lo más importante y/o curioso, lo primero que hay que señalar sobre la relación entre economía y terrorismo es que así como existe abundante análisis e investigaciones acerca del impacto del terrorismo sobre la economía, es muy difícil encontrar literatura especializada sobre las causas económicas que contribuyen al fenómeno del terrorismo. En segundo lugar, si bien hay bastante consenso respecto a que el terrorismo tiene efectos perjudiciales sobre la actividad económica, las conclusiones son en general muy poco precisas y los pronósticos que en base a ellas se realizan resultan a veces apresurados y equivocados o muy precarios.
Esto último se evidenció tras los atentados a Londres del jueves pasado, que de inmediato desataron vaticinios sobre, por ejemplo, derrumbes bursátiles y caídas en el precio del petróleo, que al día siguiente ya habían quedado descolocadas: tanto la Bolsa de la capital inglesa como Wall Street recuperaron el viernes todo lo perdido el jueves, y algo similar sucedió con el crudo.
Con rapidísimos reflejos, propio de alguien considerado como uno de los gurúes del momento, Nouriel Roubini publicó a escasas horas del atentado un artículo en su weblog titulado El impacto económico y financiero del terrorismo. Predijo que dado el “incremento que los ataques van a provocar en la aversión al riesgo por parte de los inversionistas”, las principales bolsas y el petróleo van a caer, y los bonos del Tesoro estadounidense, el franco suizo y el yen a subir (la moneda helvética, lo mismo que el oro, por ser refugio habitual en momentos de incertidumbre, y la japonesa por su lejanía a los hechos). Los primeros movimientos fueron los anticipados, pero el viernes todos esos activos volvieron más o menos a sus niveles preatentado.
El mismo economista de la Universidad de Nueva York da una posible explicación de sentido común. “Cuanto más grande y disruptivo el ataque terrorista, mayores los efectos sobre la economía.” Y un primer balance indicaría que lo de Londres no fue tan grave como lo de Madrid, y obviamente muchísimo más leve que lo sucedido el recordado 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
La literatura sobre el tema es abundante, pero muchas veces vaga y contradictoria. Por ejemplo, en un paper publicado poco después de los atentados de 2001, el premio Nobel Gary Becker, en coautoría con Kevin Murphy, sostuvieron que era poco probable que los ataques tuvieran efectos significativos a largo plazo sobre la economía de ese país, aunque calcularon una pérdida transitoria del 0,2 por ciento en la tasa de crecimiento.
Investigaciones posteriores criticaron esa postura cuestionando la poca consideración al impacto desestimulante del terrorismo sobre los movimientos de capital. En un reciente artículo titulado Terrorismo y la economía mundial, Alberto Abadie, de la Universidad de Harvard, junto con Javier Gardeazábal, de la Universidad del País Vasco, afirman que la inversión extranjera directa pasó de representar un 15,8 por ciento de la formación total de capital en Estados Unidos antes de la voladura de las Torres Gemelas a apenas 1,5 por ciento en 2003. Por su parte, el banco suizo UBS-Warburg estimó que la mayor inseguridad iba a encarecer los seguros en un 20 por ciento, lo que a su vez causaría una pérdida de 0,3 por ciento en el Producto Bruto.
En cuanto a los países sometidos a terrorismo permanente, también hay conclusiones encontradas. En el paper citado antes, Roubini dice que “las sociedades se acostumbran al terrorismo de baja intensidad, y los efectos sobre la economía real son cada vez menores, como lo demuestra la experiencia de Israel, Colombia y el Reino Unido durante el conflicto con el IRA”. Pero en sentido inverso, Abadie y Gardeazábal aseguran haber demostrado que la acción de la ETA en el País Vasco provocó a lo largo de dos décadas una disminución del 10 por ciento en el PBI per cápita de la región.
Por supuesto, no hay demasiada controversia respecto a que las actividades muy sensibles a cuestiones de inseguridad se ven muy afectadas, como el turismo y la aeronavegación.
Un caso particular es el del petróleo, por su crítica relevancia en la actividad económica, pero además porque su precio reacciona de manera muy distinta dependiendo del tipo de episodio terrorista. Por un lado, lo primero que se observó el jueves pasado en el mercado de crudo fue una caída, que casi todos los analistas atribuyeron a que el atentado iba a debilitar la actividad económica mundial y por ende las necesidades de combustible.
No obstante, hay quienes afirman que la tendencia alcista en el valor del crudo de los últimos años se explica en parte por el sobreprecio del terror. Es lo que dice por ejemplo un artículo difundido el año pasado por analistas del Wachovia Bank de Estados Unidos, para quienes los valores record no sólo se explican por razones de oferta y demanda, sino además por un componente adicional que hay en el precio debido a los miedos al terror que desató Al Qaida. Valga apuntar de paso que ese artículo fue escrito cuando el barril orillaba los 45 dólares y ya se veía que apuntaba a los 50 dólares, un precio que los analistas consideraban insostenible en el mediano y largo plazo. Un año después, el crudo ya está por arriba de 60 dólares, y no son pocos los que lo ven arrimándose a los 100. Un precio de terror.