Dom 24.07.2005

EL MUNDO  › LAS VOCES, LOS GRITOS, LOS LLANTOS, EL HUMO Y EL FUEGO DE SHARM EL SHEIJ SEGUN SUS TESTIGOS DIRECTOS

“La playa quedó salpicada de restos humanos”

En la madrugada de ayer, una serie de bombas interrumpió la rutina del balneario egipcio de Sharm el Sheij y acabó con 88 vidas. Las bombas estallaron en forma casi simultánea, pero no del todo. Eso permite que, en la reconstrucción de los hechos por los sobrevivientes, emerja la crónica de unos minutos de verdadero infierno en la tierra.

Por Sarah el Deeb y David Randall*
Desde Sharm el Sheij y Londres

Madrugada de sábado en un balneario. En el lobby y el bar del Ghazala Gardens Hotel de Naama Bay, la gente se distiende y proyecta qué hacer al día siguiente. En una plaza de la Ciudad Vieja, algunos taxistas esperan sus autos mientras sus clientes potenciales beben y caminan por los alrededores. Y en la rambla de la playa, pasean los turistas.
Eso fue a la 1.14 de la mañana. Para la 1.28, cada una de esas escenas y muchas de las personas en ellas habían sido desgarradas por tres bombas en rápida sucesión. Ya no lugar de vacaciones, sino un lugar donde cadáveres y pedazos de cadáveres aparecían desparramados por las calles mezclados con escombros, donde la gente gritaba, las sirenas ululaban y nadie sabía en qué dirección correr.
“La gente trataba de correr en cualquier dirección para huir”, cuenta un turista, Fabio Basone, que había estado en el Hard Rock Café cuando la primera explosión estremeció a la localidad. “Salimos a la calle, donde nos topamos con cientos de personas corriendo y gritando en todas direcciones.” Charles Ives, de Chelmsford, Essex, describió la inmensa confusión. “Toda el área se cubrió inmediatamente de escombros –dice–. Había una enorme bola de humo que tomó la forma de un hongo. Era histeria colectiva.” Y sabe de lo que está hablando. Ives y su esposa Sarah Khan son oficiales de la Policía Metropolitana de Londres, y él había estado en servicio el 7 de julio, ayudando a controlar el tráfico tras los atentados de Londres. Volaron a Egipto apenas tres días después y, en las primeras horas del sábado, estaba sentado en la vereda de un café situado en la calle principal que atraviesa la bahía de Na’ama cuando estalló la primera bomba.
“La primera explosión fue a eso de la 1.25 local y a sólo 50 metros de distancia. Mi esposa y yo supimos instantáneamente que se trataba de algún tipo de estallido. Nos alejamos hacia un puesto de taxis y estábamos asimilando la situación cuando escuchamos otro gran ruido unos cuatro minutos después. Este fue otra vez a unos 50 metros, pero se oyó mucho más cerca ya que sentimos claramente la ola expansiva.
“Hubo un enorme hongo de humo, los vidrios estaban estallando en todas partes y llovían los escombros. Se estaba volviendo difícil ver, así que tratamos de ir hacia una playa cercana para calmarnos un poco. Pero yo estaba preocupado porque un montón de gente estaba apelotonándose en un estacionamiento cerca de la playa y tenía presente que los atacantes podían haber plantado allí un coche bomba. Me preocupaba que pudieran haber anticipado que la gente trataría de refugiarse allí.” Posteriormente la pareja se las arregló para volver a su hotel sin problemas, a tres kilómetros de distancia de la escena de las explosiones. El oficial Ives dice que los bares, restaurantes y cafés del lugar recreativo del Mar Rojo habían estado atestados de británicos de vacaciones. “El café donde escuchamos la primera explosión estaba lleno de británicos y había muchos más en otro donde habíamos estado antes. Este otro café estaba directamente enfrente del lugar de la segunda explosión.”
Uno de esos británicos era Rian Tuttle, de 21 años, de Lowestoft, Suffolk, que había estado alojada en el Tropicana Grand Oasis en Sham el Sheij. Contó: “Había estado afuera a la noche, en Naama Bay, y estaba caminando en busca de un taxi para volver al hotel. Creo que estaba a tres o cuatro minutos del Ghazala Gardens Hotel cuando escuché la primera explosión. Era muy fuerte. De inmediato hubo pánico, y la gente empezó a correr alejándose del lugar de la explosión. Vi a una chica de pantalones blancos que corría agarrándose el estómago. Estaba cubierta de sangre, y daba vueltas por todas partes pidiendo que alguien la ayudara. Creo que era una turista europea y tendría alrededor de 19 años. Otros corrían agarrándose las caras, y era obvio que habían estado cerca de la explosión. Más o menos un minuto después, cuando ya había huido de la primera, yo estaba en la calle principal de Naama Bay cuando estalló una segunda bomba en un puesto de taxis a unos 10 o 15 metros de donde yo estaba. Me di vuelta y corrí apenas vi cómo estallaban los vidrios del comercio de enfrente. Vi a tres personas tiradas en el piso. Una de ellas no se movía. No sé cuándo podré volver a casa, pero obviamente quiero irme de este balneario lo antes posible”.
Otros británicos se manifestaban dispuestos a quedarse. Steve Green, de 35 años, un supervisor de construcción de vacaciones junto a su novia, dice: “Bajamos a la playa, tan lejos como fuera posible del hotel y de los comercios. Entonces más y más gente llegó junto a nosotros. Me imagino que las cosas deben haber sido diferentes cerca de las bombas. Había gente de todas las nacionalidades en la playa –británicos, italianos, rusos, egipcios–, todos intentando razonar y comunicarse. Se nos dio la opción entre mudarnos a un hotel más lejos o volver a casa. Nosotros preferimos afrontarlo: no queremos dar la imagen de gente que cede a los tipos que pusieron estas bombas. Y ésa es la opinión general aquí. Nadie quiere irse a casa y nadie se irá. Donde yo vivo, en Plymouth, hay una gran base naval: ése también es un blanco potencial. La gente no debe ceder ante estos actos de terrorismo”. Pero para algunos sobrevivientes, no hay opción: están atrapados aquí, no por falta de vuelos o por miedo a irse, sino por la ausencia de un pariente.
Giuseppe Pasquale y su esposa habían estado paseando cerca de los comercios, habiendo dejado a su hijo de 17 años en el Ghazala Gardens. Un ruido enorme, y el frente de su hotel quedó demolido. “Corrimos hacia allí –cuenta–, pero no estaba en su habitación. No sé qué hacer. No me dejan entrar al hospital.” Dentro del hotel, David Stewart, de Liverpool, su mujer y sus dos hijos adolescentes, estaban en su habitación cuando impactó la explosión. Las ventanas de su cuarto quedaron destruidas, y él y su familia huyeron. Alguien gritó: ‘¡Muévanse, muévanse!’ –cuenta–. Las luces se apagaron. Yo no entendía lo que estaba sucediendo.” Su familia y muchos otros volaron rumbo a la parte trasera del hotel para refugiarse en una pradera cerca de la pileta. Cientos pasaron la noche allí, algunos acostados sobre flotadoras.
En el otro extremo de Sharm, en el mercado viejo, Mursi Gaber había estado poniendo adornos cuando una bomba disparó una bola de destrozos ardientes sobre la playa cercana y dentro del mar. Dejó la arena toda salpicada de partes humanas. “Esta masa incendiaria voló sobre mi cabeza, más rápida que un torpedo, y se hundió en el agua. Había partes humanas sobre todos los escalones que llevan a la playa.” Más de ocho horas después, la carrocería dada vuelta de un minibus ardía lentamente aún cerca de un gran cráter en el asfalto. Y sobre la escena que la noche anterior había sido un balneario, el reloj de la plaza estaba detenido en el mismo segundo en que ocurrió la explosión.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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