Dom 07.08.2005

EL MUNDO

Un PT a la deriva junto a un Lula sin Maquiavelo

Durante la tensa reunión de directorio nacional de ayer, el Partido de los Trabajadores aceptó la desafiliación temporal de su ex tesorero Delubio Soares, profundamente involucrado en los sobornos.

Por Darío Pignotti
Desde San Pablo

Con británica ironía, el semanario The Economist opinó que los escándalos que están hundiendo al gobierno de Lula da Silva y al PT, que ayer aceptó la salida de su ex tesorero Delubio Soares, acusado de corrupción, permiten decir que el sistema político brasileño es una democracia “jeffersoniana”. Claro que para la influyente revista ese adjetivo no remite al prócer de la independencia y presidente de Estados Unidos Thomas Jefferson (1743-1826), sino al pintoresco diputado Roberto Jefferson del Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), cuyas denuncias, generalmente veraces, lo convirtieron en la estrella emergente de una crisis política sin retorno, incluso aunque un acuerdo entre bastidores acabe indultando a la mayoría de los sospechosos. Ayer también se informó que una de las comisiones parlamentarias de investigación pedirá el desafuero de 18 legisladores por corrupción, entre ellos Jefferson y el petista José Dirceu, ex ministro jefe de la Casa Civil de Lula.
“El PT ya no será el mismo, el gobierno no será el mismo, Brasil no será el mismo”, dijo el sociólogo Emir Sader, en las antípodas ideológicas de The Economist. En dos meses, el escándalo del mensalao (sobresueldos y coimas) se devoró el patrimonio ético del partido fundado el 10 de febrero de 1980 por un grupo de intelectuales y activistas liderados por Lula, entonces presidente del sindicado de metalúrgicos de San Bernando do Campo. Durante 25 años el PT había sido una rareza en la escena brasileña: a diferencia de los partidos tradicionales, no pactaba con los poderes establecidos; a diferencia de la izquierda tradicional, proponía un modelo de “socialismo petista”, contrario a la dictadura del proletariado, el partido único y bastante abierto al debate interno de sus corrientes. El miércoles pasado, Roberto Jefferson y José Dirceu, virtual jefe petista durante 10 años, se cruzaron en el Consejo de Etica y Decoro Parlamentario de Diputados. Dirceu fue austero y alegó que quienes quieren hundirlo son los mismos que quieren acabar con la historia del PT. Jefferson mezcló bajezas con una nueva y mortífera denuncia: el gobierno habría negociado coimas con la empresa Portugal Telecom. Es falso decir que Dirceu y Jefferson son lo mismo, pero un caricaturista al interpretar el duelo los dibujó enterrándose en el mismo lodazal. Ciertamente, la imagen de Dirceu en el patíbulo también es la de un PT que acabó siendo igual o muy parecido a los demás partidos.
Algo “troglodita” y acostumbrado a los “acuerdos no republicanos”, según sus propias palabras, Roberto Jefferson simboliza el calvario del PT, que ayer reunió a su Directorio Nacional en un clima turbulento y bajo la presidencia de Tarso Genro, en el cargo desde el 9 de julio pasado, cuando cayó José Genoino. Ayer la cúpula petista aceptó el pedido de suspensión de su afiliación realizado por el ex tesorero Delubio Soares, que de todos modos deberá comparecer ante la Comisión de Etica partidaria. La decisión fue adoptada luego de un duro debate entre el oficialista “Campo Mayoritario” y la oposición, que prefería expulsarlo. En sus fundamentos la izquierda petista exige la cabeza de Soares porque, además de haber articulado los negocios ilícitos, era y es un “soldado” de Dirceu.
Los miembros del directorio, del que son parte 83 dirigentes, también discutieron ayer qué destino tendrán los legisladores que habrían cobrado dinero del publicitario Marcos Valerio de Souza, financista de los millonarios negocios pactados en los últimos años por el PT. Ayer Valerio, quien en dos años habría movilizado préstamos por 40 millones de dólares (cuatro veces más de lo que declaró), avisó que en los próximos días dará mas información a las comisiones investigadoras e insinuó que Dirceu quedará más comprometido. La rispidez de los debates se condice con el virtual vacío del poder partidario originado en el repliegue del “dirceuismo” y el ascenso de la oposición. Una veintena de senadores y diputados organizaron un acto el viernes en San Pablo donde expresaron su rechazo a la “política económica, las alianzas espurias y la corrupción”. En el encuentro estuvieron Plinio de Arruda Sampaio, Valter Pomar, Raúl Pont y Marcos Sokol, candidatos a la presidencia del PT. Los cuatro parecen dispuestos a relegar diferencias con el objetivo de vencer al hasta hace dos meses hegemónico “Campo Mayoritario” en las elecciones del 18 de septiembre, fecha que el oficialismo pretende posponer. Una victoria de la izquierda preocupa a Lula por dos razones: alejaría al partido del gobierno y pondría en la conducción a un grupo muy heterogéneo, con poca experiencia en la conducción de un partido de las dimensiones del PT, que cuenta con 820.000 afiliados.
El presidente Lula da señales de no saber qué rumbo tomar para eludir las acusaciones que lo vinculan, política u operativamente, con los ilícitos, sospechas que el jueves dieron lugar a dos pedidos de impeachment, antesala del juicio político. Distanciado de su partido y buscando apoyo en los movimientos sociales, el presidente actúa erráticamente. Las intervenciones públicas de la semana que pasó dan un ejemplo de ello. El jueves, de gira en los estados nordestinos de Pernambuco y Piaiauí, ante auditorios populares, estaba criticando a las elites que estarían tramando un plan para desgastarlo. Al día siguiente, en Brasilia, el presidente recibía a las poderosas cámaras empresariales, con las que buscó concertar un programa de medidas que éstas le exigieron. Entre ellas, aumentar el ya alto superávit fiscal.
Parte del naufragio del gobierno se explica en la salida de Dirceu, que desde la Jefatura de la Casa Civil controló las principales palancas de la gestión y, durante un tiempo, las controvertidas negociaciones con la oposición. El cientista político Luiz Werneck Vianna dice que aun admitiendo la posible corrupción de Dirceu, su caída privó a Lula de un “gran estratega político (..) el hombre faro, el cuadro con mayor instinto político. Primero fue el necesario organizador del partido y luego, en el poder, fue el Maquiavelo del Príncipe”.

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